REPORTAJE

Cuando el cine ya era un espectáculo de barraca en la Feria de Albacete

Hubo un tiempo en el que el cine era un acontecimiento extraordinario, único... El séptimo de los artes nació de la ilusión de ver la vida en una pantalla. Ya no bastaba con una fotografia estática. Había que caminar hacia el progreso. Y de ahí que fueran muchos los intentos que trataron de poner en funcionamiento la imagen.

Su coste no era pequeño, por lo que sólo unos avezados emprendedores se atrevieron en un principio a aventurarse en un negocio cargado de incertidumbre. Hay que recordar que fue un pionero, el granadido Antonio de la Rosa, quién decidió mostrar a los albaceteños las maravillas del cinematógrafo. El lugar elegido fue el Salón Liceo, que no contaba con las condiciones apropiadas, pero en aquel momento, ¿quién sabía qué características debía reunir una sala cinematográfica?

De cualquier forma, la planta baja del Casino Artístico sirvió a la perfección para proyectar sobre una pantalla las primeras películas, cortos más concretamente, que llegarían a la ciudad. El cine fue la consecuencia lógica del interés del hombre por encontrar un mecanismo, un sistema que propiciara acción y movimiento a las fotografías.

Precisamente, el establecimiento de la fotografía comercial por parte de Louis Daguerre en 1839 marcó de inicio de una carrera de fondo que tendría diversas etapas intermedias hasta que los hermanos Lumière lograron presentar al mundo el cinematógrafo en la primera sesión pública de pago el 28 de diciembre de 1895.

Para ello se eligió el sótano del Salon Indien du Grand Café de París, local nada apropiado para estas artes situado en el archiconocido a estas alturas Boulevard des Capucines. En el camino se quedaron otros muchos investigadores a partir de la primera proyección en diciembre de ese año en la capital francesa, avezados enviados de los hermanos Lumière comenzaron hacer llegar el curioso invento a diversos lugares del mundo.

El 15 de mayo de 1896, cinco meses después, llegaría a Madrid Alexandre Promio cargado y dispuesto a disparar el cinematógrafo en los bajos del Hotel de Rusia, situado por aquel entonces en la confluencia de la Carrera de San Jerónimo y la calle Ventura de la Vega.

Después de ese momento el cine se extendería de forma imparable e inteligentes empresarios se armaron de valor para invertir en el cinematógrafo y comenzaron a recorrer los caminos de España. A la provincia el séptimo arte entró antes por Hellín que por Albacete. Fue el 20 de febrero de 1897 gracias a la iniciativa de los señores Hernández y Franco. Pero estos empresarios decidieron no llegar hasta la capital para mostrar tan interesante invención por motivos desconocidos.

Tuvo que ser De la Rosa quien haría historia en esta ciudad al poner en marcha por primera vez el cinematógrafo el 5 de diciembre de 1897 y desde aquella jornada prácticamente de manera interrumpida el celuloide fue corriendo por kilómetros.

Tal efemeride se puede rememorar hoy en día gracias a la prensa, verdadero testigo de la historia contemporánea, amén de los documentos que se atesoran en el Archivo Histórico Provincial, escudriñados por investigadores como Francisco Fuster Ruiz, archivero y profesor de Archivística, o Jean Claude Seguin, catedrático emérito de la Universidad de Lyon, entre otros. Pero tras esta primera incursión el cine no volvería Albacete hasta 1899. Fue un feriante, Manuel Fernández Cuevas, de Ciudad Real, quien llegó a nuestras fiestas para proyectar las primeras películas que se rodaron en el planeta. Es evidente que la energía eléctrica vino a cambiar los espectáculos feriales, que avanzaron sobremanera respecto a otro tipo de diversiones existentes hasta ese momento. Y sin duda el cinematógrafo despertó el interés de los albacetenses. La novedad era la novedad.

El empresario en cuestión, atraído por este nuevo negocio que daba aún sus primeros pasos, decidió olvidarse de la atracción de barraca que paseaba hasta ese momento por las fiestas de España, un museo de figuras de cera, para poner en marcha el cine de Feria.

Siguiendo con esta vinculación entre cine y Feria, en 1899 un pionero que se presentaba como Farrusini -en realidad el apellido de este empresario ilerdense era Enrique Farrás- vino durante los días de Feria por primera vez con Riña de mujeres y Choque de trenes, dos películas de apenas 10 metros que se pasaban infinidad de veces a perra chica la proyección.

De nuevo, traería la magia del cine en 1900, pero en esta ocasión con películas de 1.000 metros. Títulos como Aladino y la lámpara maravillosa, Alí Babá y los 40 ladrones, La gallina de los huevos de oro y La pasión de Jesucristo. Se trataba de cine en barracas, y eso sí, siempre en sesiones animadas por la música de órgano con figurillas danzantes.

Esa misma Feria de 1900, Vicente Higón, procedente de Jativa, aparecía con su barracón de cinematógrafo. Medía 10 metros de ancho por 17 metros de largo, y otro pionero más, Juan González Ros, de Cartagena, solicitó autorización para instalar su cinematógrafo en una barraca de 30 metros de largo por nueve de frente y que disponía de una máquina eléctrica de primera, pero por cuestiones de logística no llegó a instalarse.

Otro emprendedor que sí trajo ese maravilloso inventó en 1900 fue Miguel Berbis, representante en España del Cinematógrafo Lumiere y de unos cuadros de magia en colores llamados Vargraph Mágico. Natural de Játiva, montó su barracón en el Paseo Ferial, una instalación de ocho metros de fachada por 24 de fondo. Sus sesiones fueron todo un éxito, con películas como La Cenicienta o Noche de bodas.

Está claro que si no hubiera sido por exhibidores procedentes de otras provincias, los albaceteños no habrían descubierto este mágico arte, ya que los empresarios de la tierra quizás expectantes no se atrevían a dar el primer paso. Pero sí hubo un pionero, Miguel Sánchez Aroca, quien, junto con una serie de socios, puso en marcha una sociedad, La Unión, en el verano de 1900 y cuyo único fin era la explotación de un cinematógrafo. Sánchez Aroca y sus colaboradores se empeñaron hasta las cejas para disponer de la mejor equipación posible.

Los promotores de La Unión -Miguel Sánchez Aroca, que ejerció como apoderado del resto, Pedro Fernández Sebastián, José Portero García, Raimundo Rubio Soriano, Juan José Rubio Villaplana, José Martínez Parra, Asensio Robles Villalba, Lorenzo Rubio Núñez y José Antonio García Sánchez- trabajaban como camareros, encargados de la repostería y arrendadores del salón de recreo del Casino Artístico, excepción hecha de Sánchez Aroca, que era escribiente de la secretaría de la institución cultural. Quizá vieron en el cine su futuro cuando fue el Casino Artístico el que, en su Salón Liceo, estrenó esta nueva modalidad artistica.

Sus proyecciones en el Paseo de la Feria fueron todo un éxito y, de hecho, el periódico Defensor de Albacete destacaba el 10 de septiembre de 1900 en una de sus informaciones la excelente acogida que dio el público al salón de variedades de La Unión en su ubicación ferial, dotado con su equipo Vitascope Edison Número 89.

Entre las películas, Salida de un vapor, Llegada de un tren, Conducción de maderas, Puente giratorio, Napoleón en el Puente de Arcole, La Pyramide de Triboulet, Danza del fuego (en colores), Segadora mecánica, Molino mecánico, Juerga y baile flamenco, Baile y bronca flamenca, Fijadores de carteles, Querella entre dos soldados, Don Quijote y los molinos, Comida de niños y Cenicienta (en colores).

La barraca de Sánchez Aroca y asociados tenía 20 metros de fondo por nueve de ancho, y según el rotativo albacetense, fue un verdadero acontecimiento “jamás visto en esta capital”, aunque dedicaba otros calificativos, como “de gran interés”, añadiendo que las sesiones se contaban por llenos. Otra historia fue el final de este proyecto cinematográfico Made in Albacete, que acabó en ruina, lo que llevó a sus promotores a declararse “pobres” legalmente, después de que no pudieran liquidar al proveedor, Agustín Orovitg, los equipos, ni las tasas al Consistorio. Una larga historia que acabó en los tribunales.

De todas maneras, hay que señalar que algunos de estos barracones aprovechaban el resto del año para instalarse en diferentes ubicaciones de la capital.

Todos estos datos confirman que el cine era un espectáculo de barraca ferial en sus primeros años, en sus primeros pasos, y así se prolongó durante años, como lo certifican los programas feriales de las tres primeras décadas del Siglo XX, en los que aparece claramente la instalación de cinematógrafos en el Paso de la Feria, junto con otros espectáculos, desde circos ecuestres a galerías de figuras de cera, pasando por fonógrafos, teatros panorámicos, carruseles, ruedas de bicicletas, animales amaestrados, iluminaciones por las fábricas de electricidad de la capital... 

El maestro de la crítica cinematográfica por excelencia en Albacete, José Antonio Tendero, explicó en un artículo incluido en el libro Albacete, en su historia, que el cinematógrafo llegó a la ciudad gracias a que era un espectáculo de Feria. “Bajo la carpa de un barracón ferial reside, la mayoría de las veces, lo fantástico, lo maravilloso, que a la vez es divertido, por lo que ningún otro lugar más idóneo para este arte del siglo XX”.

Pero hablar del cine de verano y de la Feria y no referirse al empresario levantino Requena sería más que injusto. Desde 1915 estuvo ofreciendo metros y metros de celuloide el señor Requena a los albaceteños en un barracón instalado en el Paseo de la Feria. Su entrada, recordaba José Antonio Tendero, que se hacía llamar Harold, “que tenía mucho de barroco retablo”, contaba con un friso de figurillas de madera “que componían una orquesta”.

“Permanente labor de difusión del cine la de aquel exhibidor valenciano cuyo apellido daba nombre a su próspero negocio en el que involucró a toda su familia, y uno de cuyos hijos -Mariano- estableció en la calle Concepción el Central Cinema -con el tiempo, el Cine Productor-, un local que se acreditó con rapidez y con todo merecimiento”.  

(*) Este reportaje fue publicado originalmente en Cuentosdecine.es