Guerrero Malagón, el expresionista toledano que pintó una España con seres “tristes” y “deshumanizados”
Seres en profundo sufrimiento, toreros “patéticos”, majas “ajadas”, figuras “tristes y deshumanizadas”. El universo de Cecilio Guerrero Malagón (Urda, 1909 - Toledo 1996) puede que no sea del gusto de todos los público y así lo reconoce también su familia. Pero al inaugurar la tercera exhibición anual dedicada a la figura del artista universal, cuya obra se puede encontrar en varios países aunque hasta hace muy poco no tenía hueco en Toledo, la ciudad que era su “inspiración y su obsesión”.
Su obra se puede visitar en el Centro Cultural San Clemente de la capital castellanomanchega hasta el 31 de diciembre de este año. La muestra, con 40 de sus obras, está llena de personajes que quieren mostrar lo que era la España de entonces. O, más bien, cómo se veía desde fuera. Un país caracterizado por rituales incomprensibles, personajes rurales que vivían en una ruina representada por un Toledo oscuro y que sirve de telón de fondo para este universo del expresionismo.
Es la familia del artista la que ha elegido las temáticas de las exposiciones de Guerrero Malagón, cuyo nieto Jorge Moraleda es uno de los comisarios junto a Jesús Carrobles, director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo de esta última exposición bajo el lema 'Majas, toreros y penitentes. El casticismo de Guerrero Malagón'. “Su pintura sirve para oponerse a lo establecido”, explicaba este lunes el diputado de Cultura de la Diputación de Toledo, Tomás Arribas, la institución que gestiona el centro cultural que acoge la obra de este artista.
No es una coincidencia, por supuesto. En la obra de Guerrero Malagón se aprecia cómo bebió de un imaginario creado por los intelectuales de la generación del '98 que ya entonces mostraban interés hacia los personajes más castigados por la vida y representados en una “desolada” Castilla, en años ya posteriores. Los cuadros muestran así una “dualidad” que marcó su obra de forma constante.
“Toledo, el telón de fondo de su inspiración y obsesión”, explicaba el nieto, Jorge Moraleda, quien mantiene abierta la puerta para seguir realizando acciones conjuntas con la Diputación de Toledo de difusión de una obra prolija, la que durante tantos años había permanecido fuera de la vida cultural de la capital toledana.
Así lo defienden también sus hijos, Mariano y Carmen Guerrero. “Aunque la gente no entienda, le gustará. Es una pintura muy fuerte. Llena mucho y una vez que entras en ella, te llega al alma”, explica Carmen. “La pintura de mi padre es Toledo, lo quieran o no. Son fantasmas, sí, pero esto es justamente el 'duende' de Toledo”, apostilla Mariano. “Me siento muy orgulloso de ser hijo de mi padre”.
Ni el “Goya del siglo XX” ni el “Solana toledano”
“Unos han dicho de él que es el Goya el siglo XX; otros, que es el Solana toledano. Yo digo de él que es el Guerrero Malagón de su tiempo y de su Toledo”, señalaba Félix del Valle y Díaz, en mayo de 1996. Entonces presidía la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, a la que también pertenecía Guerrero Malagón. Fue en un discurso de homenaje que se le hizo al pintor con motivo de su nombramiento como Hijo Adoptivo de la Ciudad, y cuando se le dedicó también una calle. El genial pintor expresionista estaba entonces muy enfermo y fallecería poco después, en agosto de ese mismo año.
Como pintor de su tiempo y de su Toledo, Guerrero Malagón cuenta desde hace pocos años con un espacio exclusivo para su obra. Nacido en Urda en 1909, su talento se adivinaba desde ya muy pequeño. Llegó a Toledo para formarse a una edad muy temprana, solo con 15 años, y llegó hasta la Escuela de Artes de Toledo de la mano de la profesora de historia Blasa Ruiz. Su formación finalizó gracias a una beca de la Diputación de Toledo, al igual que lo hizo Alberto Sánchez en su momento, otro de los genios toledanos del arte.
La cuestión de la exposición de su obra no ha estado exenta de dificultades, y se ha intentado durante años ofrecer un espacio más permanente para poder disfrutar de la obra del urdeño. En febrero de 2020, poco antes de declararse la crisis sanitaria del coronavirus, los familiares de Guerrero instaban a la Diputación provincial a fijar un lugar para poder exponer el legado que fue cedido en 2015.
La institución afirmaba que tenía las puertas “abiertas” para poder mostrar las obras del pintor y se han organizado dos exposiciones desde entonces, con decenas de cuadros. Eso sí, no de forma permanente, como estipulaba el contrato firmado entre los familiares y la institución en 2015, y el círculo familiar del pintor llegó a insinuar que podrían rescindir la documentación firmada con la Diputación.
“Fue fundamental para explicar el arte de Toledo en el siglo XX”
Volvamos a 1996, al discurso de honor de la Real Academia en su nombre. “No es cierto que la obra de Guerrero haya surgido bajo el influjo de las creaciones de otros pintores. Ni siquiera bajo la influencia del Greco. A Guerrero le sobra personalidad artística para crear por sí mismo”, explicaba entonces el director de la Real Academia toledana.
Y no es que el urdeño no admirase al Greco, a Goya, o a Solana. Pero sus vidas fueron diferentes, recordaba entonces Félix del Valle y Díaz. “Mientras Goya recibía las bases de su cultura en una escuela de religiosos en Zaragoza, Guerrero aprendía a manejar la navaja cabritera de su padre, tallando los palos que iba encontrando en su deambular por los Montes de Toledo”, explicaba el académico.
“Fue fundamental para explicar el arte en Toledo en el siglo XX y no ha tenido buen seguimiento, porque se convirtió en un pintor rural. Le faltó esa crítica para que trascendiese nuestras fronteras y se convirtiese en el artista nacional que se merecía”, reflexiona en conversación con elDiarioclm.es Jesús Carrobles, que dirige actualmente la Real Academia. “Trabajaba unos conceptos, unas ideas, que no eran solo de la ciudad, sino que iban más allá. Por eso, existía un problema de comprensión de su obra”, resalta.
Carrobles señala también que su obra era “muy comprometida” y “diferente” en un momento “muy difícil” para España, entre los años 40' y 50'. Y entonces, se le consideraba una suerte de “bromista”, y, por tanto, su obra llegaba a ser algo casi “anecdótico”. “Pero cuando se estudia su obra, en absoluto se le puede reducir a bromista. Hacía una crítica a la situación de su tiempo. Fue pastor, sí, pero se convirtió en un intelectual y sabía lo que se discutía en la España de su momento, estudiando los planteamientos de los intelectuales del 98'. Su obra es excepcional”, asegura el académico.
Y por eso destaca la importancia de la apertura que tiene este nuevo espacio expositivo, porque da pie a subsanar las carencias alrededor de Guerrero Malagón. “No se ha sabido ver la dimensión que realmente tiene”, señala.
Eso sí, Carrobles lamenta que se trate de una labor que debería “haberse hecho en vida”. “Llegar a este punto, se lo debemos agradecer a la familia. Porque no solo han conservado el legado, sino que se han preocupado por que las instituciones también lo cuiden. Es un ejemplo. Si la familia hubiera optado por deshacerse de todo, hoy no hablaríamos de Guerrero y sería una referencia que se habría quedado al margen. Se habría perdido”, concluye.
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