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Los pintores Antonio López y Pepe Carretero conversan en Madrid

¿Cuánto representan setenta minutos en una amistad de cuarenta años? Esos son los que se llevan tratando Antonio López y Pepe Carretero. Y setenta minutos duró la conversación que mantuvieron en la biblioteca del Ateneo de Madrid.

Los dos pintores sentaron cátedra en su materia, dejando claro lo que la pintura en general y Madrid en particular le deben a la Mancha. Tiraron de vehemencia, en especial Antonio López. Y dejaron entrever una parte del arcano tomellosero, que atribuye a dicho pueblo determinada facilidad para generar personajes capaces de llegar a la cumbre.

Antonio López empezó fuerte, recordando y ponderando una muestra iniciática propia en el Ateneo, para a continuación dar leña a las instituciones (a todas) por no programar obra de jóvenes valores, como lo era él en aquel momento.

Toda la charla fue un desfile de irreverencia. Quedó patente que todavía hay artistas capaces de ese otro grado de la inteligencia que no todos alcanzan ni se pueden permitir. Es decir, quedó patente que todavía hay artistas. Y en la iluminación del camino para los que siguen sus pasos consistió un rato impagable de la tertulia.

Se habló del papel del canon. Hay creadores que parten más o menos de él: el propio López fue primero alumno y luego profesor de la Academia de Bellas Artes. También pueden ser autodidactas, como hicieron Bacon y otros, en cuya senda se ubicó en cambio Carretero.

Los mundos del artista

Los dos amigos contaron básicamente cómo se forma un artista, con talento y con trabajo, cuando el sistema ayuda o por lo menos no pone palos en las ruedas.

Destacaron que el circuito se completa cuando hay una necesidad del arte. En concreto, cuando el público necesita las obras como el comer y el autor las produce precisamente para comer. Pero sin dejar de advertir de contrasentidos como los de las épocas en que la pintura ha estado “muy secuestrada por el encargo”

Ponerse a hablar del verano del 49 como si fuera ayer, resumir su trayectoria en que aprendió a pintar con su tío “y luego ya la cosa se complicó, hasta ahora”, quedarse en silencio cuando le parece, increpar a los que dicen que la fotografía puede reemplazar a la pintura, desdecirse y enmendarse a sí mismo en afirmaciones hechas hacía días o segundos, acusar a las épocas de pervertir las carreras de los artistas cuando les imponen sus normas... puro Antonio López.

Carretero no se quedó corto: echó en falta el apoyo mutuo entre los jóvenes que él vivió en su momento, o dejó caer que “cuando voy a ferias de arte veo mucha tontería, mucho cuadro infantil, que yo me sorprendo que a la gente le guste eso”.

El encuentro fue una reivindicación de Tomelloso, también de la vida y la personalidad; aunque para ellos quizá las tres palabras signifiquen lo mismo. Pepe Carretero dio importancia a “tener un mundo que ofrecer a los demás”.

Por su parte Antonio López, a instancias de la concurrencia, dejó claro que en la pintura hay “algo, un tipo de emoción, una turbulencia, una cosa apasionada, que si no lo tienes no lo pones”. ¿Y la luz? “La luz siempre es la misma para todos. No ha habido ningún sitio donde no ha podido surgir la pintura. No hay ningún lugar que nos redima ni que nos condene”.