Rosa Ribas se fue de El Prat de Llobregat, su ciudad natal, con 28 años. Su destino fue Alemania y allí residió durante casi tres décadas, ya que regresó a Barcelona en 2021. Se considera, por tanto, y como algunas de sus protagonistas, una mujer “entre dos mundos”. Ha sido desde empaquetadora de barritas de plastilina hasta profesora de idiomas, pero sobre todo filóloga, lingüista y abanderada de un amor a la literatura y a la escritura que demuestra en cada frase.
Aunque había escrito durante toda su vida, su llegada a los circuitos comerciales fue tardía. Publicó su primera novela, ‘El pintor de Flandes’, en 2006, con 43 años, y desde entonces ha sido una autora prolífica y sorprendente. De esa primera obra, una novela histórica, dio el salto al género negro con la creación de la detective hispano-alemana Cornelia Weber-Tejedor, protagonista de cuatro de sus novelas. Tras Cornelia, llegaron otras investigadoras como la periodista Ana Martí en ‘Don de lenguas’. Y junto a ellas otros personajes femeninos como su superheroína ‘Miss Fifty’, creada para una amiga ya fallecida, o su incursión más destacada en el género de la fantasía con ‘La luna en las minas’ .
Este viernes, Rosa Ribas regresa al Festival de Novela Negra Mazapanoir de Toledo, donde ya participó en una edición anterior. En esta ocasión, presenta ‘Nuestros muertos’, la tercera entrega de la historia de los Hernández, una saga familiar de detectives. Este libro estaba llamado a ser el último de una trilogía. Pero no. Habrá más. Nos lo adelanta en una entrevista, junto con otros proyectos y visiones sobre el género noir al que debe su reconocimiento como novelista.
Repite usted en el Festival Mazapanoir. ¿Le gustó su primera experiencia?
Me gustó mucho. Lo importante es que haya respuesta y la primera vez que vine había mucha gente. Cuando tienes público que viene, que ha leído tus novelas o que te dice que las va a leer después de la charla, eso te compensa. Me hizo mucha ilusión cuando me volvieron a invitar. Además, la novela ‘Lejos’ (publicada en 2022) nació en Seseña (Toledo), cuando paré en esta ciudad tras un viaje de turismo por la provincia.
Viene a presentar la novela ‘Nuestros muertos’, tercera entrega de la saga familiar de los detectives Hernández. ¿Cierra la historia para que sea otra trilogía?
Cuando la entregué, estaba bastante convencida de que iba a ser una trilogía pero a medida que iba pasando el tiempo, hablando de ello en las entrevistas, y como suele pasar mucho tiempo desde que terminas una novela hasta su publicación y promoción, me fui arrepintiendo de ello. En la editorial (Tusquets) habían puesto una faja diciendo “La novela que culmina la trilogía” y pensé que tendría que ir librería por librería arrancándolas, porque quiero hacer otra. Me di cuenta de que esos personajes me permiten contar muchas cosas y no he acabado con ellos. Todavía me gustaría hacer por lo menos una novela más de esta saga familiar.
¿Quedan secretos por desvelar?
Unos cuantos. Estos personajes no están todavía contados tal y como me gustaría. No acabé con ellos, no. De hecho, el final queda algo abierto. Creo que en el fondo yo sabía que no iba a cerrar la trilogía. A veces tu ‘yo’ escritora es más listo que tu ‘yo’ del día a día. A veces pasa. La empecé como novela de cierre y la historia se resuelve, pero dejo la puerta abierta a cosas que ya no puedo adelantar. Creo que de manera intuitiva siempre lo supe y eso en realidad me fascina.
¿Cómo surgió esa idea de combinar el drama familiar con el noir?
En la idea original ya estaba el tema de la familia porque me interesan ese tipo de relaciones y conflictos. Pensé que ya había llegado el momento de una saga familiar con varias generaciones. Y de ahí vino la palabra ‘secretos’, que es el hilo de toda la serie: todo lo que nos ocultamos en las familias. Se me ocurrió jugar con la paradoja de que sea una familia de detectives que averiguan lo que la gente no quiere que salga a la luz, pero ellos mismos no saben lo que se están ocultando unos a otros. Así surgió la imagen de la familia como un trabajo detectivesco constante, siempre ocultando cosas o intentando averiguarlas. Fue un proceso muy natural y eso siempre es una buena señal, que no sea forzado.
Su primera novela publicada, ‘El pintor de Flandes’, era de género histórico, pero al año siguiente, en 2007, comenzó con la serie literaria protagonizada por la comisaria hispano-alemana Cornelia Weber-Tejedor. ¿Qué pasó para dar ese salto?
En realidad Cornelia había nacido antes en una novela que quedó inédita. Por suerte (risas). Porque ahora pienso que fue un horror. Yo trabajaba en la universidad, en Alemania, y se me ocurrió una historia donde este personaje aparecía ya como una comisaria que es bilingüe, pero tenía un papel secundario. La novela se quedó ahí escondida en un cajón, pero tras ‘El pintor de Flandes’ se me ocurrió que era una mujer interesante, que se movía entre dos mundos, como yo, con un conflicto de identidad. Vi que lo interesante era ella, no la historia primera. Y la rescaté.
El último libro con Cornelia como protagonista fue en 2016 después de cuatro novelas. El cierre de su historia nunca llegó a producirse… ¿Qué sucedió? ¿Y cómo se gestiona tener un personaje inconcluso?
Cornelia estaba pensada para cinco novelas. En la quinta era donde yo tenía pensado el cierre, pero no pudo ser por temas editoriales. Me quedé sin casa para ella. Lo llevé con mucha pena, porque es un personaje que quiero mucho y tengo la novela en la cabeza y una libreta llena de notas. Pero al final surgen otros proyectos y personajes. Me ha quedado como un dolor, más que una espinita, por no haber cerrado bien con ese personaje. Y se me ha quedado para siempre. Cuando vienen lectores recordándome el personaje, es precioso que te lo digan, pero el dolor se renueva y me pongo muy tonta.
Hemos pasado de poquísimo a que haya muchos personajes femeninos, detectives, periodistas, policías, juezas…
Después comenzó usted la conocida como ‘Trilogía de los años 50’ con la periodista con Ana Martí. Otro salto.
Fue a cuatro manos con la compañera escritora Sabine Hofmann, también filóloga y lingüista. Ya habíamos hablado de ponernos a escribir ficción pero pensamos que tenía que ser algo donde realmente este personaje no resultara anacrónico, porque si queríamos una periodista, según qué época, podía parecer demasiado excepcional. Históricamente, los 50 nos parecían una época para contar algo que hacían las mujeres y que entonces era casi imposible. Con ese entorno, ya había mucho que contar. Es década también fue la juventud de mis padres y los teníamos a ellos como informantes, además de documentarnos ampliamente.
Las mujeres investigadoras de ficción más famosas como las de Rosa Montero o Dolores Redondo han llegado con cuentagotas. Las hubo en el siglo XIX, hoy olvidadas, y después la ‘Miss Marple’ de Agatha Christie siempre estuvo a la sombra de Poirot. Ahora ya hay muchas más. ¿Lo estamos logrando al final?
Sí, desde luego. Las pioneras se pusieron a ello, como Emilia Pardo Bazán, pero otras apenas crearon escuela. Los cuatro autores más importantes que iniciaron el recorrido en España fueron hombres, como Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Juan Madrid o Francisco González Ledesma. Sus protagonistas eran todos hombres.
La pionera fue Alicia Giménez Bartlett con su personaje de Petra Delicado. Era una excepción en un mundo en el que, no es que no hubiera investigadoras, es que no había escritoras apenas. Pero esto ha avanzado a pasos agigantados. Hemos pasado de poquísimo a que haya muchos personajes femeninos, detectives, periodistas, policías, juezas… Después, los hombres empezaron ya a escribir sobre personajes femeninos. Esta es la normalización a la que aspirábamos. Si quitas a Juan Gómez Jurado, lo más vendido en el género noir son autoras. Un giro enorme en pocos años.
¿Se parecen los y las detectives y lo que nos cuenta la novela negra a la vida real en España?
A veces sí, a veces no (risas). Cuando yo empecé con la saga familiar de los Hernández, pregunté a un amigo detective para documentarme. Preparó mucha documentación para contarme casos emocionantes con muchos viajes. Pero yo quería algo más prosaico: cómo facturan, cómo van las horas extra, si son autónomos, etcétera. Yo quería el despacho, los detalles. La mayoría sí que intentamos sacarlos de manera naturalista, pero es cierto que todo lo que nos cuentan de los detectives clásicos tipo Marlowe no es nada naturalista, porque los casos que llevan en la realidad son más prosaicos.
Entonces hay fabulación, como en casi todos los géneros…
Claro, pero lo que importa es que cuando lo leas, te lo creas: la verosimilitud. Tenemos que fabular y hacer que vivan aventuras y les pasen cosas emocionantes. Si no, tendríamos que contar la historia de alguien que pasa horas y horas delante de un ordenador, sin más, que es lo que me dijo una vez un amigo policía.
Siempre suelen ser personajes atormentados por algo, oscuros… ¿Cree que el género ha asentado algunos clichés?
Creo que sí. Hay muchas imágenes del género son ya muy tópicas, y hay que cambiarlas, como la del típico detective alcohólico, divorciado, sin amigos. Pero también hay que tener en cuenta que lo que ven les marca mucho. Ven el lado más oscuro de la gente y eso es lo que puede justificar que estén atormentados. Los autores debemos moldear la personalidad y ahora creo que los hacemos más humanos.
Lo que está claro es que la novela negra es de las favoritas del público español, con la proliferación de sus propios festivales temáticos. ¿Por qué es así?
Reúne muchos elementos que la hacen atractiva y ahora además el público quiere autores y autoras de aquí. Eso es porque quieres que te hablen de sitios reconocibles, que te hablen de tu realidad, de personajes que te resulten próximos, con un claro componente social. Pero el elemento que lo hace más atractivo es que hay un misterio a resolver, es el ADN del género. Si no, no es novela negra. Te plantea preguntas y sigues la historia porque quieres las respuestas. Y al mismo tiempo te muestran una sociedad en quiebra. Ambos elementos son fundamentales.
No solo ha escrito usted novela negra. En 2012 se publicó ‘Miss fifty’, de género fantástico, que llegó al papel tras una travesía online. ¿Es una rara avis en su trayectoria literaria?
Es más bien un caso excepcional. Miss Fifty, en el fondo, es una amiga mía que ya falleció. Surgió de una conversación con ella mientras estaba en el hospital con un cáncer. Tenía esta idea de hacer que se riera, porque tenía un sentido del humor fantástico. Surgió la idea de hacer una novela por entregas y fue una experiencia fantástica y consoladora para las dos. La idea nació con ella y llegó a saber que se publicaba el último episodio. Fue muy duro pero muy bonito.
¿Qué le ronda por la cabeza para el futuro?
Estoy con un ensayo narrativo sobre la escritura, de no ficción. Es muy personal y ya no puedo adelantar nada más. Es que me gusta ir cambiando. Siempre lo hago.
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