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La desconocida Academia de Ingenieros en la que se formaron los inventores del Talgo, la SEAT y se creó un prototipo de traje espacial

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En la madrugada del 9 al 10 de febrero de 1924 un devastador incendio destruyó casi por completo la Academia de Ingenieros de Guadalajara. Han pasado cien años desde entonces.

De aquel vetusto inmueble únicamente quedó el picadero y varios pabellones de su Patio de las Acacias que hoy forman parte del Archivo Militar y, sobre todo, quedó una gran historia que contar acerca de una ciudad que llegó a estar en la vanguardia científica mundial. Hasta el punto de que incluso Einstein oyó hablar de ella. Allí se había formado su amigo, otro gran científico, el ingeniero, político, aerostero y aviador, Emilio Herrera.

Andrés García Bodega es profesor emérito de la Universidad de Alcalá (UAH) y dirigió la sección de Arquitectura en el campus de Guadalajara. “La Academia de Ingenieros llegó a ser una institución del máximo nivel científico y tecnológico. Impartía una completísima formación y abarcaba tal cantidad de materias, incluyendo la teoría y la práctica, que en mi opinión fue el precedente de las universidades politécnicas”.

El diseño de la carrera de ingeniero militar quedó fijado en el decreto de creación del Cuerpo, el 17 de abril de 1711. Se instaló en Alcalá de Henares, pero la Academia peregrinó por varias ciudades durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) o el trienio liberal (1820-1823), hasta recalar en el edificio de la antigua Fábrica de Paños de Guadalajara en 1833.

“En esa época la ciudad había quedado arruinada tras la guerra contra los franceses”, recuerda el profesor. Su fábrica de paños, una de las más importantes del país, había dejado de producir en 1822. Los franceses la habían saqueado y utilizado para sus propios fines.

Hasta la despoblación había afectado a una ciudad para la que su ayuntamiento reclamaba tropas para reflotar su maltrecha situación. “Guadalajara era ciudad de paso, siempre ocupada por el trasiego de los ejércitos. Su economía pasó a ser de subsistencia, así que la llegada de los ingenieros militares supuso un revulsivo”.

La academia funcionó durante casi un siglo a pesar de los avatares de la historia (guerras carlistas incluidas) y de los propios problemas estructurales de un edificio -el antiguo Palacio de Montesclaros reconvertido en fábrica y posterior academia- que necesitó rehabilitación y mucho mantenimiento.

Ocupaba toda una manzana frente al que hoy conocemos como Palacio del Infantado y tenía, en la zona posterior del edificio, un amplio espacio, conocido como 'la huerta', donde incluso se construyó una vía de ferrocarril, con su locomotora, para las prácticas de los cadetes.

“No tenía régimen de internado y los alumnos ocupaban posadas y casas particulares”, señala García Bodega. Eso condicionó no solo la vida social y económica de la ciudad. Incluso cambió su imagen. “Se llegó a decir que toda Guadalajara era academia”. 

En esta ciudad permaneció incluso tras el incendio que devoró el edificio en 1924, con los alumnos repartidos en distintas dependencias. “Siguieron ofreciendo clases, se prometió su reconstrucción”, explica el profesor, pero lo cierto es que, en 1931, con la llegada de la II República, la Academia de Ingenieros se fusionó con la Academia de Artillería y se instaló en Segovia.

Después de la guerra civil todo volvió a cambiar hasta llegar a la actual Academia de Ingenieros que se encuentra en Hoyo de Manzanares, en Madrid.

Guadalajara y el prototipo del traje espacial para astronautas

Por las aulas de la Academia de Ingenieros pasaron algunos de los que después serían grandes personajes de la ciencia, la política y de la empresa en España. “Algunos ingresaron con 14 años”, recuerda el profesor.

Allí estudiaron 114 promociones desde su apertura en 1833. “En este lugar se hizo posible lo que hoy llamamos I+D+i”, con Alejandro Goicoechea, el inventor del tren Talgo, José Ortiz Echagüe, nacido en Guadalajara, fundador de la empresa aeronáutica CASA y primer presidente de SEAT, Eduardo Barrón, diseñador de los primeros aviones españoles o el hecho de que Leonardo Torres Quevedo propiciase la construcción del primer dirigible español en Guadalajara.

También pasó por sus aulas Emilio Herrera Linares. Este ingeniero militar, aviador y maestro de ingenieros aeronáuticos diseñaría la llamada “escafandra estratonáutica”, el precedente del traje espacial de los astronautas o el túnel del viento. Fue aerostero y uno de los cinco oficiales, formados en la Academia de Guadalajara, que se convertirían en los primeros pilotos militares de España.

Fue el promotor de una compañía transoceánica que pretendía unir Europa y América con dirigibles, además de mentor de Juan de la Cierva, inventor del autogiro, el precedente del helicóptero. Llegó a ser presidente de la República en el exilio y fue uno de los amigos de Albert Einstein.

Emilio Herrera llegó a tener un programa científico en Radio París, entre 1950 y 1951, donde solía abordar temas relacionados con la conquista del espacio y los últimos avances científicos. Años antes, en 1933, había ingresado en la Academia de Ciencias.

“Guadalajara tuvo entonces una proyección internacional que no tuvo antes ni tiene ahora”, comenta el profesor. Aquello se acabó con aquel incendio en una noche de tormenta y mucho viento. “Fue el sereno el que dio la voz de alarma. Cuando quisieron darse cuenta toda la cubierta estaba ardiendo y los bomberos de Madrid no llegaron hasta las cuatro de la mañana”. 

No hubo daños personales, pero sí materiales, como la desaparición de la biblioteca. “Había más de 20.000 ejemplares, entre ellos algunos irremplazables”. 

Los muros quedaron de pie, pero pocos días después fue necesario “volarlos” por la amenaza de derrumbe. El profesor cuenta una anécdota. “Allí quedaron las letras doradas del cartel en el que podía leerse ‘Academia de Ingenieros de Guadalajara’. Entonces se dijo que su nombre no podría borrarse de Guadalajara ni con dinamita”. Se equivocaron. 

Ahora, en la misma zona se construye el nuevo campus de la Universidad de Alcalá en Guadalajara, aunque esa es otra historia. 

En la madrugada del 9 al 10 de febrero de 1924 un devastador incendio destruyó casi por completo la Academia de Ingenieros de Guadalajara. Han pasado cien años desde entonces.

De aquel vetusto inmueble únicamente quedó el picadero y varios pabellones de su Patio de las Acacias que hoy forman parte del Archivo Militar y, sobre todo, quedó una gran historia que contar acerca de una ciudad que llegó a estar en la vanguardia científica mundial. Hasta el punto de que incluso Einstein oyó hablar de ella. Allí se había formado su amigo, otro gran científico, el ingeniero, político, aerostero y aviador, Emilio Herrera.