Espacio de divulgación científica y tecnológica patrocinado por la Universidad de Alcalá (UAH), con el objetivo de acercar el conocimiento y la investigación a la ciudadanía y generar cultura de ciencia
El envejecimiento poblacional marca la “necesidad” de fármacos que frenen las enfermedades neurodegenerativas
Alzheimer, Parkinson, Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) o enfermedad de Huntington. Son algunas de las llamadas enfermedades neurodegenerativas. ¿Por qué ocurren? Estas patologías son muy diferentes y complejas -como lo es el propio cerebro humano- y los científicos no han logrado descifrar al cien por cien dónde está su origen.
“Se sabe que existen proteínas que se acumulan, como si fueran basura, en las neuronas. Al no ser capaces de eliminarla, las neuronas se mueren”, explica Alicia Mansilla, profesora e investigadora del departamento de Biología de Sistemas de la Universidad de Alcalá (UAH) y directora del área de Neurociencias del Instituto de Investigación del Hospital Ramón y Cajal.
“En definitiva, neurodegeneración significa muerte de las neuronas, las vamos perdiendo poco a poco en nuestros circuitos esenciales y eso nos impiden realizar las tareas más importantes: la memoria primero y después el conjunto de funciones vitales controlados por el cerebro”.
Alzheimer y Parkinson son las enfermedades neurodegenerativas más prevalentes, es decir, las más frecuentes. Aunque un factor común en la atribución de estas patologías es la edad, en general las diferencias entre ellas son muchas y “en cada persona puede ser distinto”.
Por ejemplo, se sabe que en el Alzheimer solo el 5% de los casos tiene origen genético, es decir, la enfermedad puede ser hereditaria. Un porcentaje que cambia radicalmente si hablamos de la enfermedad de Huntington: en el 100% de los casos es hereditaria. “Incluso conociendo el origen, todavía hay muchos enigmas”, reconoce.
Sin embargo, admite que “vivimos un cambio de paradigma en el que cada vez tenemos más marcadores tempranos del Alzheimer y el Parkinson. Por ejemplo, a través de pruebas de neuroimagen ya podemos detectarlas casi antes de que se hayan manifestado”.
Además, actualmente se trabaja con nuevas herramientas genéticas, en nuevas dianas terapéuticas más genéricas y existe una tendencia al reposicionamiento de fármacos, es decir, a dar nuevos usos a medicamentos que ya conocemos y que han pasado todos los ensayos de seguridad en humanos. De otro lado, avanza el Big Data -los datos de cada paciente- para aplicar fármacos de manera cada vez más personalizada.
Buscar nuevas terapias para frenar la enfermedad
Esta profesora del Grado de Medicina y de Biología Sanitaria de la universidad alcalaína participa en una investigación junto al CSIC y con la colaboración del madrileño hospital Ramón y Cajal para identificar nuevas dianas terapéuticas que ayuden a frenar la enfermedad. “Ahora mismo tenemos un repertorio muy limitado de fármacos que solo reducen síntomas en etapas tempranas de la enfermedad y ninguno es curativo”.
El proyecto se encuentra todavía en una fase preclínica, todavía no se ha llegado a los pacientes reales. “Nosotros buscamos los mecanismos clave de funcionamiento de las neuronas, identificamos una diana, por ejemplo, del Alzheimer, y probamos con moléculas, con compuestos químicos (los futuros fármacos) que actúen como dardos sobre esa diana y, por tanto, sobre la enfermedad”.
Los investigadores trabajan con la sinapsis como diana. Es decir, con las uniones que existen entre las neuronas a través de las que fluye la información en el cerebro. “Cuando una neurona muere es porque ha perdido su contacto con otras. Al final su leitmotiv es contactar y pasar la información”.
El proyecto de la Universidad de Alcalá trata de evitar que se pierda ese contacto “para que la neurona se mantenga íntegra, haciendo su función el mayor tiempo posible. Es lo que llamamos neuro protección y creemos que puede ser más efectivo”.
Pero todavía no han logrado encontrar la molécula ‘ideal’ para dar el siguiente paso. Su mayor problema es que el compuesto químico que han conseguido no logra atravesar la barrera hematoencefálica, una muralla que protege al cerebro de las sustancias que circulan en la sangre pero que también dificulta la entrada de los fármacos. “Se trata de que llegue bien al cerebro y de que tenga suficiente perfil de seguridad en laboratorio que nos permita ensayos en humanos con garantías”, explica, y confía en que “ese gran paso pueda producirse pronto”.
“Ahora hay una clara necesidad por el envejecimiento de la población”
Alicia Mansilla hace un repaso histórico de la investigación en este campo. Un trabajo “ingente” con el paso de los años que ha generado una “base sólida” de conocimiento que, sin embargo, todavía no ha permitido conseguir un fármaco que cure o que al menos retrase los síntomas graves de las enfermedades neurodegenerativas.
“Ha habido mucha investigación que llegaba hasta los ensayos clínicos, cubriendo las etapas de seguridad de los fármacos, pero al avanzar no se conseguía garantizar su eficacia. Al final estas enfermedades son muy heterogéneas y si los fármacos no son eficaces en un porcentaje alto en los ensayos, no va a funcionar en la vida real”.
Reconoce que hubo “fracasos” y eso llevó, unos años antes de la pandemia de COVID-19, a que las farmacéuticas frenasen la inversión en este campo y “a mucha frustración entre los grupos de investigación”.
Sin embargo, “eso ha cambiado y cada vez estamos más cerca y tenemos más información”, explica la profesora.
A eso se han sumado factores como el cada vez mayor envejecimiento de la población. “Este tipo de enfermedades se convierten en epidemia porque afectan a un porcentaje muy alto de la población. Son devastadoras y progresivas y además afectan no solo a quien las padece sino a toda la familia y al sistema público”. Ahora, sostiene, “hay una clara necesidad y la vuelta a la inversión”.
La investigación no será tan rápida como la de la COVID-19
Este tipo de investigación no irá tan rápido como las vacunas frente a la COVID-19. “Los ensayos clínicos para las enfermedades neurodegenerativas se rigen por las mismas normas de seguridad y eficacia, pero no tienen nada que ver”, aclara la profesora.
Y es que, recuerda, a diferencia de la COVID-19 “hablamos de enfermedades progresivas que duran años. El ensayo clínico ha de mantenerse durante más tiempo y ver cómo evoluciona el paciente. No puede acelerarse. Es distinto a lo que ocurre con enfermedades infecciosas como la COVID-19”.
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