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‘Las Hijas’ de las islas Canarias… El volcán de Cumbre Vieja que no será el último

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Nadie se atreve a predecir el fin del volcán de Cumbre Vieja. Ni cuándo, ni cómo. “Se puede ver si disminuye la actividad o la cantidad de gases, si hay cambios en la composición de las lavas, pero realmente no podemos predecir cuándo va a acabar”.

Teresa Bardají es catedrática de Escuela Universitaria en el Departamento de Geología, Geografía y Medio Ambiente de la Universidad de Alcalá (UAH) y sigue con detalle la evolución de una erupción que, asegura, “era totalmente previsible” pero que ahora, dos meses después, “está dejando muchísima materia de estudio a los geólogos que están allí en primera línea, con el liderazgo del Instituto Geológico y Minero de España. Están haciendo una labor impresionante de recogida de datos”.

Todavía es pronto para sacar conclusiones. “No hay suficientes datos. Hay que analizar la evolución geoquímica de gases, de los piroclastos, de las lavas…”. Los científicos estudian la sismicidad, la deformación de la zona y la emisión de gases, tres parámetros fundamentales en la observación del volcán.

“Habrá que ir analizándola poco a poco para entenderlo mejor” y reconoce que, aunque la erupción en El Hierro ya sirvió “bastante” a la investigación, su carácter submarino “no proporcionó tanta información”. Se refiere al precedente del volcán Tagoro en el año 2011.

También cita la erupción del Teneguía, en 1971, pero en este caso “el nivel tecnológico y de conocimiento de entonces no tiene nada que ver con el volcán de Cumbre Vieja”.

La investigadora explica que el comportamiento de este volcán en La Palma es el que se espera en una erupción estromboliana, que caracteriza la propia historia geológica de La Palma. “El vulcanismo asociado a las islas Canarias es de baja peligrosidad a pesar de todo lo que está pasando”.

Bardají recuerda que las erupciones se clasifican en función del grado de explosividad, en una escala que va desde 0 a 8. En terminología científica es el llamado Índice de Explosividad Volcánica (IEV) y está relacionado con el tipo de material que emite el volcán.

“En estas erupciones el grado de explosividad es muy baja, entre 2 y 3. Eso es debido a la composición mineralógica del material que emite el volcán”. La científica explica que cuanto más material silíceo lleva, más viscosa es la lava y también más explosiva y peligrosa, ya que dificulta la salida de gases y elementos volátiles. Por el contrario, las lavas más basálticas y menos viscosas permiten que los elementos volátiles salgan con mayor facilidad.

El tipo de vulcanismo asociado a las Islas Canarias es de baja peligrosidad a pesar de todo lo que está pasando

“Eso es lo que estamos viendo en La Palma, con la continua salida de piroclastos. De otra forma sería como una olla a presión que explotaría generando una erupción muy explosiva y peligrosa como, por ejemplo, la que experimentó el Vesubio”.

En todo caso, matiza esta geóloga experta en riesgos naturales, “el riesgo no está solo asociado a la peligrosidad del propio volcán sino también a las personas que viven en su entorno, expuestas al peligro. En erupciones de este tipo, la alarma temprana es esencial. El PEVOLCA, el plan de emergencias volcánicas en las islas, ha funcionado perfectamente” y cree que las lecciones que dejará esta erupción tendrán que ver con “la restauración de la normalidad, con la reconstrucción, una vez que el volcán se apague. Esa fase será tan importante o más que las previas”.

¿Son comparables los volcanes de las Islas Canarias? La científica explica que todos ellos responden al modelo de vulcanismo asociado a lo que llamamos ‘punto caliente’. “Es un punto de emisión fijo que ha ido creando las diferentes islas a medida que la placa tectónica del Atlántico se va desplazando hacia el Este”.

Las islas más antiguas son Fuerteventura (24 millones de años desde que emergió) y Lanzarote (20 millones de años). “En ellas las erupciones son menos probables”. En cambio, las más recientes son El Hierro (menos de un millón de años) y La Palma (dos millones de años). “En ellas se sitúa ahora la anomalía térmica, el punto caliente. Es donde hay más posibilidades eruptivas”.

Pero no son las únicas, existe una zona más hacia el sudoeste, explica, que todavía está emergiendo y de la que podrían surgir nuevas islas canarias, las que conocemos como ‘Las Hijas’.

“Están todavía en el fondo del mar y se irán moviendo con la expansión del del Atlántico debido al movimiento de las placas tectónicas. Es el mismo modelo que Hawai: una cadena de islas”.

El paisaje cambiante de las islas volcánicas

La erupción está dejando cambios en la isla que no sorprenden a los geólogos. “Vemos coladas nuevas, pero el paisaje en una isla volcánica es cambiante en sí mismo”, explica Bardají, y “todo lo que había en La Palma es lo mismo o igual que lo que se está creando. La isla ha crecido así desde que emergiera desde el fondo oceánico, a base de erupciones”.

Si hay una diferencia, dice, es la que hemos propiciado los propios humanos a lo largo del tiempo. “Hemos habitado ese paisaje de antiguas coladas”. Hoy, después de dos meses de erupción, lo que no es roca es un paisaje de cenizas que preocupan. El Gobierno de Canarias ha cifrado más de 900 millones los daños del volcán.

Teresa Bardají alude a esta ingente acumulación de cenizas que voluntarios llegados de diversos puntos de España están ayudando a retirar. “Las cenizas volcánicas generan suelos muy fértiles. Su presencia, aunque no sea a corto plazo, permitirán recuperar suelos de cultivo”.  

El vulcanismo en Ciudad Real

Poco tienen que ver los volcanes de las islas Canarias con otros de la Península Ibérica como los del Campo de Calatrava, en Ciudad Real. “Responden a líneas geológicas diferentes”, explica Teresa Bardají. En Ciudad Real, como el La Garrotxa (Girona), por poner dos ejemplos conocidos, se asocia con lo que los especialistas denominan “vulcanismo antiguo”.

El vulcanismo en Ciudad Real, no se asocia a ninguno de los tipos de vulcanismo habituales asociados a límites de placas tectónicas o puntos calientes, como el de Canarias. “En este caso parece estar relacionado con una gran deformación o flexura de la corteza continental generada como consecuencia del acercamiento entre las placas africana y euroasiática”, detalla.

En cuanto a la edad de este vulcanismo, “es un tema todavía muy debatido”, sostiene, ya que, aunque la edad de una colada de lava se ha fijado en 700.000 años, unas dataciones más recientes sobre un paleosuelo sugieren una edad mucho más reciente, de alrededor de 3.500 años AC. “No obstante, esta última edad es muy discutida entre la comunidad científica, ya que no se ha datado la propia lava”, comenta.

Las erupciones volcánicas son todavía grandes desconocidas y, a pesar de los “avisos” o fenómenos precursores, no siempre son predecibles. “Espacialmente los volcanes están ceñidos a zonas concretas. Otra cosa es saber exactamente cuándo van a ocurrir. En La Palma avisó la actividad sísmica bastante antes del 19 de septiembre. La superficie se suele deformar. Y apenas unos días antes los sismógrafos se emborronaron con lo que llamamos el tremor sísmico”.

1815, el año sin verano que inspiró el ‘Frankenstein’ de Mary Shelley

¿Qué nos dicen los volcanes sobre la Tierra? Teresa Bardají explica que “lo primero que transmiten es que tenemos un planeta activo. También los terremotos. Nos indican que vivimos en un planeta con un potencial energético interno grandísimo”.

Después, dice, “nos habla de lo prudentes que debemos ser los humanos. Es decir, cuando vemos manifestaciones como las de La Palma tenemos que pensar que no somos los dueños. Es una prueba de humildad”.

Reconoce que, al pensar en los fenómenos naturales, a veces contempla a los humanos “como okupas en la versión más incómoda. Por suerte no tenemos capacidad tecnológica para modificar erupciones o terremotos. Eso sería el fin, por la gran cantidad de energía que se desprende de ellos”.

La contribución de los volcanes al cambio climático ha sido diversa a lo largo de la historia de la Tierra. “Ha habido momentos de mayor intensidad eruptiva que han contribuido y algunas de ellas históricas”. Se refiere por ejemplo a la erupción del Támbora, en Indonesia en 1815 que causó un enfriamiento global de varios grados. “Fue el año sin verano y el motivo de que Mary Shelley inventase a Frankenstein y uno de los eventos con mayor explosividad de los que se conocen”. Nada más y nada menos que entre seis y siete grados en el Índice de Explosividad Volcánica (IEV).

Nadie se atreve a predecir el fin del volcán de Cumbre Vieja. Ni cuándo, ni cómo. “Se puede ver si disminuye la actividad o la cantidad de gases, si hay cambios en la composición de las lavas, pero realmente no podemos predecir cuándo va a acabar”.

Teresa Bardají es catedrática de Escuela Universitaria en el Departamento de Geología, Geografía y Medio Ambiente de la Universidad de Alcalá (UAH) y sigue con detalle la evolución de una erupción que, asegura, “era totalmente previsible” pero que ahora, dos meses después, “está dejando muchísima materia de estudio a los geólogos que están allí en primera línea, con el liderazgo del Instituto Geológico y Minero de España. Están haciendo una labor impresionante de recogida de datos”.