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La “revolucionaria” Biblia Políglota Complutense y el trabajo de los filólogos por aunar textos sagrados no oficiales

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Un barco se hundió en aguas del Mediterráneo en 1517 con un tesoro literario a bordo. Eran los ejemplares de la Biblia Políglota Complutense que iban con destino a Roma con el objetivo de que recibieran el visto bueno del Vaticano para su difusión. La obra, seis volúmenes editados en imprenta en Alcalá de Henares, la había promovido el cardenal Cisneros entre 1514 y 1517. Es decir, hasta el año de su muerte. Se trataba de una auténtica “revolución” al abordar el texto sagrado en hebreo, en griego y en latín. No era la Biblia oficial enteramente en latín que la Iglesia Católica había oficializado, pero sí un “tesoro literario vanguardista” que recogía una enorme tradición de textos sagrados.

Solo se salvaron algunos ejemplares de ese hundimiento. Y eso determinó el “trágico destino” de una publicación que no se difundió por Europa como merecía pero cuya importancia sí ha llegado hasta nuestros días. Hoy se conservan un centenar de ejemplares de esos seis volúmenes, uno de ellos en la Universidad de Alcalá (UAH). Suponen una “fuente documental única” para el conocimiento filológico de toda una amalgama de textos sagrados procedentes de Occidente y de Oriente.

Así lo explica el filólogo, catedrático de la UAH, traductor e investigador Antonio Alvar. Estudioso de esta ingente obra y de la historia de los textos sagrados, detalla que estos seis volúmenes incluían la transcripción de la Biblia en hebreo, en griego y en latín, aunque no en su totalidad ni en todos sus tomos.

Los volúmenes del Nuevo Testamento están en su lengua original, el griego, y también en latín, pero no están en hebreo. Pero de los primeros volúmenes, correspondientes al Pentateuco (el conjunto formado por los cinco primeros libros de la Biblia atribuidos al patriarca hebreo Moisés) hay una versión en caldeo (procedente del pueblo semita de Caldea) traducida al latín. 

“La Biblia es la obra más compleja que se pueda imaginar alguien que quiera editarla porque tiene una enorme tradición y algunas de sus partes han sido utilizadas como texto sagrado por diferentes religiones”. Sus ramificaciones son casi infinitas. Por ejemplo, los judíos reconocen como propio de su corpus de texto sagrado libros que también reconocen los cristianos. De hecho, “no todas las biblias son iguales”. Dentro de los textos sagrados que se generan a partir de las enseñanzas de Jesús de Nazaret (el Nuevo Testamento) hay iglesias que reconocen unos libros y otros no. “No son los mismos los del judaísmo que los de la Iglesia Católica o los de la Iglesia Copta o Aramea, que también son cristianas”.

Para comprender la complejidad de la Biblia que promovió Cisneros, explica el catedrático, hay que partir del hecho de que hay unos textos que fueron escritos en hebreo y otros directamente en griego como los últimos textos del Antiguo Testamento. “Y además no se realizaron a la vez sino a lo largo de muchos siglos, y unos son muchos más antiguos que otros. Hablamos de una tradición de textos sagrados extraordinariamente larga y por tanto han sido escritos en distintas lenguas y en distintos momentos”, subraya.

De la Biblioteca de Alejandría a la “oficialidad” de San Jerónimo

Uno de los hitos históricos más importantes fue la creación de la Biblioteca de Alejandría. Tolomeo, el rey faraón de Egipto de origen griego, quiso albergar allí “todo el saber del mundo” y ordenó que se tradujeran los textos sagrados del hebreo al griego. Esto ocurrió en el siglo III a.C. La misión la llevaron a cabo 70 sabios y su traducción es conocida como La Septuaginta. Pero ahí solo estaba parte del Antiguo Testamento.

El Nuevo Testamento lo escribieron en griego los evangelistas San Lucas, San Mateo, San Marcos y San Juan, junto con las cartas de San Pedro y San Pablo. Todo ello lo agrupó en el siglo IV San Jerónimo de Estridón, que lo tradujo al latín como versión única de todos los textos sagrados. “Eso es lo que reconoce la Iglesia Católica como la versión oficial de la Biblia; no reconoce ni los textos en hebreo ni en griego, sino esta traducción al latín”, detalla el profesor Alvar.

No obstante, considera este investigador que al final todo fue de una “complejidad tremenda” porque el texto “oficial” de San Jerónimo no dejaba de ser “la traducción de una traducción”, ya que se utilizaron tantos los textos en hebreo como la versión de La Septuaginta. “Pero es que además hay toda una tradición de la Biblia que viene de Oriente, de Egipto, de Armenia, de Siria, donde hacen sus propias copias, sus propias traducciones, su propia difusión del texto bíblico”.

Con estos antecedentes, ¿qué intentó hacer Cisneros? Decide utilizar los textos en hebreo, en griego y en latín y editar, impresa por primera vez en tierras hispanas, una biblia políglota. “Fue algo revolucionario” porque nadie lo había hecho salvo la edición -manuscrita- de Orígenes en el ‘Hexaplas’, en seis lenguas. “Cisneros necesitó hacerse con los manuscritos correspondientes y encargar ese trabajo a sabios que supieran leerlos e interpretarlos. Es un trabajo fascinante. Hace seis volúmenes donde además de los textos hay traducciones interlineales. Es un prodigio”.

Fue muy novedoso en su momento, pero el hundimiento del barco con la pérdida de ejemplares, el hecho de que terminaran de publicarse poco antes de la muerte del cardenal y su mala difusión determinaron su “trágico destino”. Dos factores influyeron también en su mala suerte: poco después se publicó la Biblia de Amberes por parte de Benito Arias Montado, que también era biblista de Alcalá de Henares y, por otra parte, vio la luz el Nuevo Testamento en griego publicado por Erasmo de Rotterdam.

De esa Biblia Políglota Complutense hoy quedan aproximadamente cien ejemplares no completos de los 600 que se publicaron. No es el texto oficial que reconoce el Vaticano, pero sí es “un hito fundamental”.

No está traducida al español ni fue ese el objetivo de Cisneros por ser entonces considerada ‘lengua vulgar’ (la que hablaba el pueblo) y no literaria (la que se utilizaba en las obras publicadas). El primero en traducir la Biblia a una ‘lengua vulgar’ fue Lutero con el alemán, por lo que las primeras traducciones hechas al español se hicieron por parte de protestantes españoles.

Es un hito de la historia que hay que conocer si quieres hacer una edición con carácter moderno y científico

Aunque la Políglota Complutense no tuvo en su momento “la importancia que merecía”, es un “hito de la historia” que “hay que conocer si se quiere hacer una edición con carácter moderno y científico”. Porque actualmente, señala, son los filólogos los que tratan los textos bíblicos igual que lo harían con un texto de Sófocles o de Virgilio.

En España, el profesor y filólogo Antonio Piñero y su equipo han hecho una edición del Nuevo Testamento pero sin basarse en la oficialidad de la traducción de San Jerónimo, sino utilizando los textos griegos originales. “Es algo lógico acudir a la versión más antigua, pero dado que la Iglesia Católica solo reconoce como oficial el texto latino, esto causa sorpresa”.

El trabajo de Piñero se enmarca en el que también realizan equipos de biblistas no confesionales que trabajan en todo el mundo para intentar hacer una edición “filológicamente impecable” de la Biblia en donde se tengan en cuenta toda las tradiciones lingüísticas, de manuscritos, tanto las originarias de Occidente como de otros espacios del mundo.

“Es algo muy complicado, es un trabajo brutal. Si algún filólogo quiere editar un solo libro de la Biblia utilizando todas las traducciones manuscritas en cualquier lengua, es el trabajo de una vida entera. Eso demuestra que la Biblia sigue siendo un problema filológico, no solo deben atenderlo los teólogos y los hombres de religión”, recalca Antonio Alvar. Concluye que se trata de un “problema de interés cultural general que no concierne a teólogos y párrocos”.

Un barco se hundió en aguas del Mediterráneo en 1517 con un tesoro literario a bordo. Eran los ejemplares de la Biblia Políglota Complutense que iban con destino a Roma con el objetivo de que recibieran el visto bueno del Vaticano para su difusión. La obra, seis volúmenes editados en imprenta en Alcalá de Henares, la había promovido el cardenal Cisneros entre 1514 y 1517. Es decir, hasta el año de su muerte. Se trataba de una auténtica “revolución” al abordar el texto sagrado en hebreo, en griego y en latín. No era la Biblia oficial enteramente en latín que la Iglesia Católica había oficializado, pero sí un “tesoro literario vanguardista” que recogía una enorme tradición de textos sagrados.

Solo se salvaron algunos ejemplares de ese hundimiento. Y eso determinó el “trágico destino” de una publicación que no se difundió por Europa como merecía pero cuya importancia sí ha llegado hasta nuestros días. Hoy se conservan un centenar de ejemplares de esos seis volúmenes, uno de ellos en la Universidad de Alcalá (UAH). Suponen una “fuente documental única” para el conocimiento filológico de toda una amalgama de textos sagrados procedentes de Occidente y de Oriente.