DeciDir es un canto a la libertad. Una oda al amor fraternal y al respeto. Un espacio donde podemos conversar sobre todas aquellas cosas que nunca diríamos a nadie. Porque creemos que causan demasiado estridor y quizás los demás piensen que estamos locos. Pero sobre todo porque nunca las hemos conversado con nosotros mismos. Es hora de hacerlo. Hablemos, pues.
¿Por qué presenta el PSOE una proposición de ley de muerte digna?
Cinco anÌos despueÌs de la aprobacioÌn de la ley de muerte digna de AndaluciÌa (poco despueÌs AragoÌn y Navarra, recientemente Baleares y Canarias, y en traÌmite PaiÌs Vasco y Galicia), no existen diferencias significativas entre territorios y en general en EspanÌa se muere mal.
Las leyes no cambian la sociedad, pero contribuyen a ello, siempre y cuando sean el resultado de un debate y un consenso social. En el caso de la muerte digna, este debate y consenso estaÌ en la calle desde hace anÌos, pero no en las instituciones. Aprobar leyes de muerte digna no sirve para nada cuando no existe la voluntad poliÌtica de que se respete la ley de autonomiÌa del paciente (2002) y muy especialmente el derecho del ciudadano al alivio del sufrimiento al final de su vida.
Es importante garantizar a toda la ciudadaniÌa el acceso a los cuidados paliativos. Estos deben ser universales, teniendo claro que el enfoque paliativo no es un fin en siÌ mismo, sino un medio para garantizar el derecho al alivio del sufrimiento. AdemaÌs, es necesario comprender que eutanasia y paliativos no son opciones excluyentes, sino complementarias: siempre habraÌ personas que a pesar de contar con los mejores cuidados (y a pesar de lo que diga la ley) decidan adelantar su muerte de forma voluntaria.
Morir dignamente no es soÌlo morir sin dolor, sino una nueva cultura de la muerte, basada en la capacidad de cada ciudadano para afrontar su vida y tomar decisiones responsables y coherentes con su proyecto vital. En este sentido, iniciar un debate parlamentario sobre un tema trascendente como lo es el derecho a la libre disponibilidad de la propia vida exige propuestas legislativas rigurosas y buÌsquedas de consensos para conseguir una ley con el mayor respaldo parlamentario posible y que recoja el mayoritario sentir social sobre esta materia.
Parece imposible que esto pueda abordarse en una legislatura que estaÌ concluyendo. Por ello es necesario que en la proÌxima legislatura se afronte el debate de una ley que regule el ejercicio del derecho a la libre disponibilidad de la propia vida. Porque, volvemos a recordar, la proposición de ley en cuestión, al igual que las leyes autonómicas de garantías en el proceso final de la vida, no es más que una especificación de los derechos y deberes que se otorgan a los ciudadanos en su relación con el sistema nacional de salud en leyes con ya largo recorrido (ley general de sanidad 1986, ley de autonomía del paciente 2002, y ley de cohesión y calidad del sistema nacional de salud 2003). Vamos, que dicho claramente, no viene a aportar nada consustancialmente nuevo.
Por ello, primero es exigible que se garantice hoy el cumplimiento de la legislacioÌn ya existente (Ley de AutonomiÌa del paciente) que en muchas ocasiones es vulnerada. Y, segundo, que se dejen de pamplinas y cesen el juego de tontos de la caña, la cuerda, y la zanahoria.
Cinco anÌos despueÌs de la aprobacioÌn de la ley de muerte digna de AndaluciÌa (poco despueÌs AragoÌn y Navarra, recientemente Baleares y Canarias, y en traÌmite PaiÌs Vasco y Galicia), no existen diferencias significativas entre territorios y en general en EspanÌa se muere mal.
Las leyes no cambian la sociedad, pero contribuyen a ello, siempre y cuando sean el resultado de un debate y un consenso social. En el caso de la muerte digna, este debate y consenso estaÌ en la calle desde hace anÌos, pero no en las instituciones. Aprobar leyes de muerte digna no sirve para nada cuando no existe la voluntad poliÌtica de que se respete la ley de autonomiÌa del paciente (2002) y muy especialmente el derecho del ciudadano al alivio del sufrimiento al final de su vida.