Este blog es un espacio de colaboración entre elDiario.es de Castilla-La Mancha (elDiarioclm.es) y el Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha para abordar diversas cuestiones sociales desde la reflexión, el entendimiento y el análisis.
Ya está bien
Algunos de estos turbulentos días me levanto convencida de que varias crisis económicas, una pandemia, una crisis energética y una guerra a las puertas de Europa, podrían desencadenar el inicio del fin de este ciclo de liberalismos, neoliberalismos, revisionismos, tecnocracias y 'tecnocracismos' varios; que a mí, personalmente, se me está haciendo eterno. Pero mi gozo en un pozo ya de buena mañana: que si las “paguillas” para los pobres, que si las “limosnas” para la gasolina, que si los comunistas nos suben los impuestos, que si regular los precios del alquiler atenta contra la libertad, que si reclamar el derecho a una vivienda es populismo y un largo etcétera que, generalmente, culmina con la amenaza del cuento que “viene la Unión Soviética o su primo de Venezuela”.
Como dicen los y las jóvenes, “yo flipo”. Cuanto menos, me sorprende que, a estas alturas de la historia, aún no tengamos claro que la única manera (que sepamos) de garantizar la libertad (la de verdad, la que se ejerce sin la mordaza de la miseria) y una forma de vivir y convivir todos y todas razonablemente justa, segura y libre es un sistema económico regulado y un estado con fuerza y herramientas para controlar aquello que causa pobreza, desigualdad y miseria, y potenciar lo que produce riqueza y desarrollo para todos y todas.
El peso del sector público es determinante para garantizar los derechos sociales y no pasa nada, incluso, por desmercantilizar servicios esenciales. La inmensa mayoría de la sociedad se verá beneficiada de regular los precios de servicios y productos básicos y los monopolios y oligopolios energéticos y proveedores de servicios y productos fundamentales para la vida; de desincentivar el consumo o prohibir productos que destrozan el medio ambiente; intervenir en mercados amordazados por oligarquías económicas o gravar los beneficios de enormes y oscuras empresas. Y también regular los mercados laborales: crear seguridad para los trabajadores y trabajadoras, es bueno para la sociedad. También nos beneficia a todos y todas subir los impuestos, especialmente a los grandes capitales y rentas, y hacerlos de verdad progresivos y justos. No me vendan más la burra de que subir los impuestos a los beneficios y las rentas altas traerá paro y las siete plagas, que no, que no cuela.
La clase media no podría ser media sin la provisión de servicios públicos y la clase alta debe su condición de alta a una sociedad de consumo, fruto del estado del bienestar y de la intervención del estado que tanto demonizan
Y es que el estado del bienestar no es para los pobres, es más, son los que menos reciben. La clase media no podría ser media sin la provisión de servicios públicos y la clase alta (que bien podría sentir más orgullo y satisfacción de su país y menos de paraísos fiscales) debe su condición de alta a una sociedad de consumo, fruto del estado del bienestar y de la intervención del estado que tanto demonizan.
Hace muchos años, debates, congresos, cismas e internacionales, que la izquierda abandonó la idea de cargarse el capitalismo e interiorizó en su ADN que lo mejor para todos y todas es la convivencia con un mercado libre. Sería deseable que la derecha de este país tuviera también su “internacional” en la que asuma que para que esto funcione, el estado debe intervenir en la economía. Que no todo vale, que libertad no es mercado sin control, ni “libertinaje” de mercado y que necesitamos un estado que tenga herramientas de redistribución y que articule políticas sociales eficaces que antepongan el bien común a los intereses económicos, generalmente de muy pocos.
Y, sobre todo, dejen de amenazarnos con fantasmas soviéticos cada vez que huele a poner coto al inmenso poder económico y la indecencia de sus beneficios. Defender un estado con capacidad de intervención y control sobre la economía y sus poderes, no es revivir a Stalin, es proteger los pilares de la democracia.
Algunos de estos turbulentos días me levanto convencida de que varias crisis económicas, una pandemia, una crisis energética y una guerra a las puertas de Europa, podrían desencadenar el inicio del fin de este ciclo de liberalismos, neoliberalismos, revisionismos, tecnocracias y 'tecnocracismos' varios; que a mí, personalmente, se me está haciendo eterno. Pero mi gozo en un pozo ya de buena mañana: que si las “paguillas” para los pobres, que si las “limosnas” para la gasolina, que si los comunistas nos suben los impuestos, que si regular los precios del alquiler atenta contra la libertad, que si reclamar el derecho a una vivienda es populismo y un largo etcétera que, generalmente, culmina con la amenaza del cuento que “viene la Unión Soviética o su primo de Venezuela”.
Como dicen los y las jóvenes, “yo flipo”. Cuanto menos, me sorprende que, a estas alturas de la historia, aún no tengamos claro que la única manera (que sepamos) de garantizar la libertad (la de verdad, la que se ejerce sin la mordaza de la miseria) y una forma de vivir y convivir todos y todas razonablemente justa, segura y libre es un sistema económico regulado y un estado con fuerza y herramientas para controlar aquello que causa pobreza, desigualdad y miseria, y potenciar lo que produce riqueza y desarrollo para todos y todas.