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“Estepas” cerealistas, aliadas de la fauna

Aunque no se trata de auténticas estepas (compuestas por vegetación herbácea silvestre sobre suelos profundos, en un arco de climas que va desde el semiárido al continental extremo), en la Península Ibérica denominamos “estepas” cerealistas a un tipo de paisaje agrario que ocupa más de la mitad de la superficie cultivada en España.

Se trata de un paisaje llano u ondulado, ocupado en su mayor parte por cultivos de secano, fundamentalmente trigo y cebada con sus barbechos asociados, y con una importante presencia de leguminosas y girasol, entre otros cultivos relacionados. Cuando viajamos por la meseta castellana suele ser el paisaje dominante: tanto si viajamos por carretera o por ferrocarril, este paisaje aparentemente monótono y aburrido desfila sin solución de continuidad ante nosotros. Aparte de ambas mesetas y zonas de influencia, se da también en Extremadura y las depresiones del Guadalquivir y el Ebro.

¿He dicho paisaje aburrido? Para el naturalista o el observador agudo no lo es en absoluto. La estepa cerealista bulle de vida. El manejo tradicional de estas explotaciones, junto con su adaptación al seco clima mediterráneo (no se superan los 500 mm de precipitaciones anuales) han conseguido crear un paisaje amigable para la fauna. La abundante disposición de grano hace que se abunde en aves granívoras y también herbívoras.

Una gran cantidad de aves rapaces

También hay abundancia de pequeños roedores, que a su vez atraen aves rapaces, que hacen un favor al agricultor al controlarlos, ahorrándoles costes en rodenticidas. Siempre que me desplazo en mi coche por la meseta norte me maravillo de la cantidad de aves rapaces que puedo llegar a contemplar fugazmente.

Una mañana de paseo por una estepa cerealista, equipados con prismáticos, nos va a dar muchas satisfacciones. Será difícil que no se observen aguiluchos pálido o cenizo, esmerejones (en temporada) y, sobre todo, las llamadas “aves esteparias”, perfectamente adaptadas a este paisaje, y muy dependientes de él: avutardas, gangas ibérica y ortega, sisones, alcaravanes, calandrias, alondras, cogujadas, perdices y un largo etcétera.

En Castilla-La Mancha existen incluso áreas catalogadas como por ejemplo La Campiña, al norte de Guadalajara y que es una prolongación de la ZEPA madrileña de las Estepas Cerealistas del Jarama y el Henares, o la Mancha Norte, en torno de Ocaña.

Por tanto, no es cierto que todo tipo de explotaciones agropecuarias humanas sean, sí o sí, algo perjudicial para la fauna. Nos guste o no, amplias porciones de nuestra península se han transformado para siempre en paisajes antropizados, y es bueno que en determinados tipos de explotaciones se haya llegado a un “modus vivendi” con la fauna silvestre.

Desde hace muchos años, sociedades conservacionistas como SEO/Birdlife colaboran con propietarios de estas tierras de cultivo para censar las aves presentes y, sobre todo, para detectar nidos y polluelos en la crítica época de la cosecha, cuando pueden ser destruidos por las cosechadoras si no se conoce su presencia. Por otro lado, hay comunidades autónomas que destinan interesantes ayudas a los propietarios que desarrollen en sus explotaciones las llamadas “buenas prácticas” para la conservación de las aves esteparias: desde la realización de ciertas labores antes de determinadas fechas, el mantenimiento de ciertos barbechos o, como en Murcia, subvenciones para que el agricultor deje el 10% de la cosecha sin recoger para alimentar a las aves.

Hoy en día, pues, la fauna de las estepas cerealistas convive en paz con los intereses humanos. Pero, cuidado: negros nubarrones se aproximan en forma de la extensión incontrolada de los cultivos de regadío (legales e ilegales). Este tipo de cultivos, totalmente inadaptados a un clima caracterizado por la escasez de agua, implica no sólo una extracción y uso innecesarios del agua, sino que las aves esteparias hechas a cultivos de secano no pueden prosperar en los cultivos de regadío. Esa es una de las razones, por ejemplo, del declive de la avutarda en Andalucía y Navarra.

Tanto para la fauna como, sobre todo, para el ser humano, siempre es mejor adaptar los cultivos al clima y la geografía que al revés.

Aunque no se trata de auténticas estepas (compuestas por vegetación herbácea silvestre sobre suelos profundos, en un arco de climas que va desde el semiárido al continental extremo), en la Península Ibérica denominamos “estepas” cerealistas a un tipo de paisaje agrario que ocupa más de la mitad de la superficie cultivada en España.

Se trata de un paisaje llano u ondulado, ocupado en su mayor parte por cultivos de secano, fundamentalmente trigo y cebada con sus barbechos asociados, y con una importante presencia de leguminosas y girasol, entre otros cultivos relacionados. Cuando viajamos por la meseta castellana suele ser el paisaje dominante: tanto si viajamos por carretera o por ferrocarril, este paisaje aparentemente monótono y aburrido desfila sin solución de continuidad ante nosotros. Aparte de ambas mesetas y zonas de influencia, se da también en Extremadura y las depresiones del Guadalquivir y el Ebro.