La ecología es uno de nuestros principales intereses y es el centro de este blog: cambio climático, medio natural, desarrollo sostenible, gestión de residuos, flora y fauna, contaminación y consumo responsable, desde el punto de vista de periodistas, expertos, investigadores, especialistas y cargos públicos. También editamos la revista 'Castilla-La Mancha Ecológica'.
Indira y los tigres
Es indudable que el tigre de Bengala es el animal símbolo de India. Su poderío y majestad han sido reconocidos por todas las culturas que han pasado por tan milenario país. No obstante, el tigre ha sido también cazado secularmente en parte para paliar su indudable impacto en el ganado doméstico (problemática que también existe en India) como por “prestigio”: desde la época de los Mogoles datan esas enormes cacerías a lomos de elefantes en las que emperadores y aristócratas acosaban y abatían cuanto más tigres, mejor.
Durante el periodo colonial británico (1857-1947), se fundó una verdadera y lucrativa industria turística en torno a la caza del tigre, industria reservada casi por completo a los cazadores europeos. 80.000 tigres fueron así exterminados entre 1875 y 1925. Pero la India independiente mantuvo esta industria cinegética que generaba 4 millones de dólares al año, de los cuales estaba muy necesitada la nueva nación.
Pero los tigres desaparecían. En 1971 se contabilizaron sólo 1.800 de los 100.000 que vivían en India a comienzos del siglo XIX. Entonces surgió una mujer llamada Indira Gandhi.
La señora Gandhi gobernó India durante 18 años (1966-1984), en dos periodos, con mano de hierro en guante de seda. Indira Gandhi tenía más ovarios que su equivalente en muchos caballeros. Y por eso Indira se dio cuenta de que tenía que hacer algo si no quería que los tigres desaparecieran de India.
Prohibición de la caza
A Indira no le afectaba la testosterona que exudaba todo el submundo de la caza del tigre. Ella sabía qué era lo correcto y qué no lo era. En 1969 prohibió la exportación de pieles de tigre. Y en 1971 prohibió directamente la caza del tigre. 500 años de “tradición” se acabaron de un plumazo. ¿Se perdían unos ingresos anuales millonarios?. No importaba. Había que hacer lo correcto. Si los indios quieren que sea su dirigente, tendrán que dejar que los dirija y los eduque.
Sé bien que las comparaciones son odiosas. Y que España no es India. Pero aquí nadie se ha atrevido a prohibir la caza del lobo ibérico. Un depredador clave en nuestra comunidad faunística, que hace frente a una situación legal esquizofrénica. Sometido a la Ley de Caza al norte del Duero pero “protegido” al Sur, donde en la práctica se le caza igualmente aprovechándose del “coladero” de la Directiva Hábitats que permite el llamado “control” poblacional que ha demostrado su ineficacia para terminar con los ataques del lobo al ganado doméstico. Y, por supuesto, sin los informes científicos que exige la Directiva para efectuarlos.
Se sigue invocando, en pleno 2019, que la caza es un “motor económico” de muchas comarcas de España. Todavía no he visto ni una sóla estadística que apoye esta aseveración que pasa de boca en boca sin ninguna crítica real. La triste realidad de amplias comarcas “cinegéticas” de Extremadura y de Castilla-La Mancha es una alta tasa de paro y de despoblación. Eso sí lo tiene el Instituto Nacional de Estadística.
Y es lógico que así sea. La caza sólo beneficia económicamente a los propietarios de los cotos de caza, que son los que cobran un dinero para “prestar” un servicio, y a los pocos empleados del coto. Existe, por supuesto, una industria cárnica relacionada con algunos de los animales que se cazan, pero resulta que el 90% de la carne de venado y de jabalí se exportan fuera de España, dado que aquí no hay demanda de este tipo de carne. Y, en cualquier caso, esta industria cárnica no se puede decir que dependa exclusivamente de las piezas de caza.
Pero volvamos al lobo. Necesitamos una Indira Gandhi. Necesitamos un dirigente que entienda qué es lo correcto, lo implemente y se lo explique a los españoles. Lo correcto es dejar de cazar un animal que, en primer lugar, no se come. Y, en segundo lugar, que proporciona enormes servicios ecosistémicos al ganadero. Sí, al ganadero. Manteniendo a los ungulados silvestres en un estado sano y una población tolerable, y evitando que se peguen enfermedades al ganado doméstico.
Lo repetiré una vez más: el ganadero que protege a su ganado no tiene nada que temer del “lobo feroz”.
Es indudable que el tigre de Bengala es el animal símbolo de India. Su poderío y majestad han sido reconocidos por todas las culturas que han pasado por tan milenario país. No obstante, el tigre ha sido también cazado secularmente en parte para paliar su indudable impacto en el ganado doméstico (problemática que también existe en India) como por “prestigio”: desde la época de los Mogoles datan esas enormes cacerías a lomos de elefantes en las que emperadores y aristócratas acosaban y abatían cuanto más tigres, mejor.
Durante el periodo colonial británico (1857-1947), se fundó una verdadera y lucrativa industria turística en torno a la caza del tigre, industria reservada casi por completo a los cazadores europeos. 80.000 tigres fueron así exterminados entre 1875 y 1925. Pero la India independiente mantuvo esta industria cinegética que generaba 4 millones de dólares al año, de los cuales estaba muy necesitada la nueva nación.