La ecología es uno de nuestros principales intereses y es el centro de este blog: cambio climático, medio natural, desarrollo sostenible, gestión de residuos, flora y fauna, contaminación y consumo responsable, desde el punto de vista de periodistas, expertos, investigadores, especialistas y cargos públicos. También editamos la revista 'Castilla-La Mancha Ecológica'.
¿Es el 2017 el peor año para el lince ibérico?
Hace poco se han hecho públicas algunas cifras que merecen comentarios y reflexiones, así como darlas a conocer al público urbano, fundamentalmente. Es paradójico: el público urbano está físicamente alejado de la fauna silvestre, pero como veremos, tiene en sus manos una gran parte del futuro de nuestra fauna autóctona.
En lo que llevamos de 2017, han sido 33 los linces ibéricos muertos. 21 de ellos víctima de atropellos (9 de ellos en Castilla-La Mancha), 5 víctimas directas del ser humano por furtivismo o trampas (1 de ellos en Castilla-La Mancha), y los siete restantes bien por causas naturales o desconocidas. Desde que se ha puesto en marcha el Programa Iberlince Life para la cría 'exsitu' y posterior reintroducción en varias regiones de la Península Ibérica, entre ellas Castilla-La Mancha, es el peor año para el lince ibérico. ¿Volvemos a las andadas?
Recordemos que, hacia finales del siglo XX, el lince ibérico 'Lynx pardina' estaba literalmente al borde de la desaparición, para siempre, de la faz de la Tierra. La versión oficial era que el lince, como depredador muy dependiente del conejo, había acusado el declive de éste debido a la mixomatosis y otras enfermedades. Pero la verdadera razón de su cuasi-extinción fueron las dos apuntadas antes: los atropellos y el furtivismo, no necesariamente en este orden.
A primera vista la situación no es preocupante. Estas cifras suponen un pequeño porcentaje de la población total de linces, que actualmente está sobre los 480 ejemplares. Además, como hemos visto, la gran mayoría de sus muertes han sido accidentales, pues los atropellos no dejan de ser accidentes. Y se está haciendo una labor de localización de los principales puntos negros para el lince en nuestra red viaria, para tratar de ponerle remedio o, al menos, paliativo. Lo que me llama la atención hasta cierto punto son las cinco muertes por furtivismo y trampas. Da la sensación de que aún existen personas, seguramente de avanzada edad, que aún recuerdan con nostalgia aquéllas infames Juntas de Extinción de Alimañas, felizmente desaparecidas. Analicemos: ¿qué daño puede hacer el bello depredador mediterráneo a determinadas personas?
Uno puede entender el cabreo de ciertos ganaderos con el lobo, cuando éste literalmente se come sus medios de sustento. Pero no parece ser el caso del lince ibérico, que no depreda sobre propiedades humanas. ¿O sí?
La clave se encuentra en las principales presas del lince: conejos, liebres, perdices, codornices… Sí, así es, algunas notables especies objeto de caza menor y a cuya “explotación” se dedican muchas fincas cinegéticas en las zonas donde ahora campea de nuevo el lince ibérico. Porque todavía el ser humano tiene una concepción patrimonialista de la fauna silvestre. Es decir: todos los animales salvajes serían, de algún modo, 'propiedad' humana, para cazarlos o para exterminarlos. Desde este punto de vista, si el lince se come un conejo, como lleva haciendo desde hace cientos de miles de años, se interpreta como que le está quitando la presa a algún humano, aguándole la fiesta. Por tanto, tiro limpio al lince, al lobo, al meloncillo o a la gineta.
Sin embargo, los depredadores como el lince desempeñan un papel esencial en cualquier sana comunidad de vertebrados: mediante su predación sobre los más débiles o enfermos, mejora las especies presa y, tal vez más importante aún, las mantiene siempre alerta, en movimiento continuo, obligándolas a hollar, pisotear y remover el suelo, depositando semillas con los excrementos por aquí y allí, contribuyendo a la expansión del monte mediterráneo y previendo así la desertificación.
“Esquilmando” al lince de sus recursos alimenticios
Privados de sus depredadores, las especies presa se convierten en perezosas, no tienen estímulo para abandonar un lugar dado, esquilmándolo de recursos alimenticios y contribuyendo a la aridez de nuestros montes. Estos montes se convertirían, así, en una suerte de jardines semi-artificiales, privados de toda autenticidad natural. ¿Es esa la naturaleza que deseamos para nosotros y nuestros hijos?
Porque la mentalidad de la sociedad ha cambiado. Ahora esa gran sociedad urbana, culta, informada, con un nivel de vida cada vez mayor a pesar de las crisis que han sido y serán, ya no está dispuesta a tolerar según qué cosas con la fauna silvestre. Ya no es aquello de “patrimonio de todos”, no, no es patrimonio humano, sino del Planeta. Esa es la idea que se va abriendo camino poco a poco. Y con las cosas del Planeta no se juega. Ese ciudadano que paga su hipoteca, agobiado de lunes a viernes con interminables y mal pagadas jornadas laborales, al llegar el fin de semana, sale al campo con su familia, y experimenta un gozo al contemplar fauna silvestre que sólo podrán explicarnos psicólogos y sociólogos.
Dejemos, pues, a los depredadores que hagan su trabajo: el bellísimo y esquivo lince, el altivo Gran Duque, el incombustible zorro, el silencioso meloncillo y la elegante águila imperial.
Hace poco se han hecho públicas algunas cifras que merecen comentarios y reflexiones, así como darlas a conocer al público urbano, fundamentalmente. Es paradójico: el público urbano está físicamente alejado de la fauna silvestre, pero como veremos, tiene en sus manos una gran parte del futuro de nuestra fauna autóctona.
En lo que llevamos de 2017, han sido 33 los linces ibéricos muertos. 21 de ellos víctima de atropellos (9 de ellos en Castilla-La Mancha), 5 víctimas directas del ser humano por furtivismo o trampas (1 de ellos en Castilla-La Mancha), y los siete restantes bien por causas naturales o desconocidas. Desde que se ha puesto en marcha el Programa Iberlince Life para la cría 'exsitu' y posterior reintroducción en varias regiones de la Península Ibérica, entre ellas Castilla-La Mancha, es el peor año para el lince ibérico. ¿Volvemos a las andadas?