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En primera persona: reducir mis residuos plásticos ha mejorado mi vida

Este año no quise hacer balance en diciembre o en enero, porque es en febrero cuando se cumple un aniversario que tengo marcado en mi calendario mental a fuego. Fue en febrero de 2018 cuando decidí dejar de comprar plástico, lo que derivó rápidamente en reducir mis residuos plásticos al mínimo rápidamente. La triste realidad es esta: nuestra sociedad es una sociedad sucia. Producimos basura al minuto, con todos nuestros comportamientos. Hace unos meses paseaba por una ciudad del sudeste asiático y, ¿qué veía? Vasos de plástico, con tapita, pajita y una bolsita para que acarrearlo no fuese más difícil.

Se trata de plásticos que no son de vital importancia como, digamos, las jeringuillas desechables que nos ofrecen una garantía de higiene que es fundamental para nuestra salud. Se trata de una decisión global que hace que nuestros mares, campos y ríos estén cubiertos de basura que no se va a ir nunca. Basura que está ahí desde la época de nuestros abuelos y que seguirá por ahí cuando se mueran nuestros bisnietos, en el caso de que el planeta no sucumba ante el daño que le estamos haciendo.

A lo largo de este año he escuchado muchas cosas. Mi madre me ha dicho que soy noble y me ha apoyado sin reírse, ni cuestionarme, concentrada en cómo lo estoy haciendo. Mi padre tardo más en darse cuenta. Mis hermanos me han hecho preguntas de todo tipo, porque no entienden qué es lo que quiero decir cuando digo que no quiero consumir plástico. Pero lo que más he escuchado es: es imposible. No es posible comprar sin plástico. Estás loca. Es fundamentalista. No pasa nada por una pajita, una tapita, un vasito. No pasa nada, de verdad, qué fuerte, no me hagas sentir mal, te crees superior, es que qué pesada.

Vamos a ver, no pasaba nada cuando no sabíamos. Ahora sabemos. Sabemos que el plástico no sólo nunca jamás se va a biodegradar, sino que el reciclaje de nuestros desechos es cuestionable, por decirlo menos. Las muestran están ahí para que todos podamos leerlo:  El reciclaje es un buen negocio que nos ayuda, además, a sentirnos como unos superhéores de lo eco porque pensamos que con echar todo nuestro plástico en el contenedor amarillo, ya hemos cumplido nuestra tarea. Pero, ¿qué pasa con lo que depositamos ahí? ¿Se crean prótesis para personas sin piernas o sin brazos? Obviamente, la respuesta es que no. Lo que sucede es que un problema que se crea desde las empresas se va pasando, de mano en mano, hasta que algún país muy lejano dice, bueno yo acepto vuestros residuos. Algunos ya están diciendo que no

 

Pero no quiero desvariar en el caos que ya sabemos que existe. Quiero enfocarme en lo positivo que ha sido tomar esta decisión. De dejar de lado la indiferencia y empezar con la conciencia. Por supuesto, una vez empiezas con esto, lo primero que hay que hacer es dejar de ir al supermercado. ¿Por qué? En la ciudad en la que yo vivo, el único establecimiento que me ha permitido comprar fruta y verdura a granel sin rechistar, ha sido Lidl. En todos los demás supermercados, especialmente en Ahorra Más, me he encontrado con una insistencia tan fiera a comprar con bolsa de plástico que he desistido por completo. No tengo interés en ofrecer negocio a un supermercado que no ve un problema que nos afecta a todos.

Así llegamos a las tiendas de barrio. Las tiendas de barrio que siguen todavía abiertas en el Casco Histórico de Toledo, a pesar de que suben los precios y los turistas hacen que cierren los tenderos y abran los damasquinados hechos en China. Y los fruteros te miran con curiosidad y luego con amor máximo, porque les haces gastar menos y se vuelve así a un modelo no muy lejano en el tiempo: el de nuestros abuelos y el de nuestros padres. O incluso el de nuestros amigos que no son millenial. Cuando la gente salía con el cesto, la bolsa, y devolvía la botella de la leche.

Y cuando te quedas en el barrio, se mueve otro tipo de economía. Una mucho más cercana y amable, donde la gente se ríe y te dice qué bien que no te llevas la bolsa, la verdad es que es increíble la cantidad de plástico. Y entramos también en el consumo de productos cada vez más artesanales, porque cuando dejas de consumir plástico, también tienes que dejar de consumir cosas como el champú que te venden en el supermercado. O los huevos, si donde vives tus opciones se limitan al plástico. Es una manera estupenda de hacer el ridículo con tu cesta y de conocer a gente que todavía cree en que nuestro futuro no tiene por qué venir envuelto en una tarrina de plástico, como a veces lo hacen nuestros plátanos o nuestras mandarinas.

Este año no quise hacer balance en diciembre o en enero, porque es en febrero cuando se cumple un aniversario que tengo marcado en mi calendario mental a fuego. Fue en febrero de 2018 cuando decidí dejar de comprar plástico, lo que derivó rápidamente en reducir mis residuos plásticos al mínimo rápidamente. La triste realidad es esta: nuestra sociedad es una sociedad sucia. Producimos basura al minuto, con todos nuestros comportamientos. Hace unos meses paseaba por una ciudad del sudeste asiático y, ¿qué veía? Vasos de plástico, con tapita, pajita y una bolsita para que acarrearlo no fuese más difícil.

Se trata de plásticos que no son de vital importancia como, digamos, las jeringuillas desechables que nos ofrecen una garantía de higiene que es fundamental para nuestra salud. Se trata de una decisión global que hace que nuestros mares, campos y ríos estén cubiertos de basura que no se va a ir nunca. Basura que está ahí desde la época de nuestros abuelos y que seguirá por ahí cuando se mueran nuestros bisnietos, en el caso de que el planeta no sucumba ante el daño que le estamos haciendo.