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Valle del río Ungría, el edén desconocido de la Alcarria

“Un valle agradable, hermoso, profundo y de sombra intensa serpenteado por un río rápido y de escaso caudal llamado Ungría”. El escritor Francisco García Marquina esboza con estas sencillas pinceladas el Valle del río Ungría, un paraje familiar para él, pero todavía desconocido para el viajero, que se caracteriza por haber preservado su autenticidad a lo largo del tiempo y albergar uno de los rincones naturales con mayor biodiversidad de la provincia de Guadalajara. Refugio vital del poeta durante más de dos décadas, García Marquina recuerda a eldiarioclm.es que “fue Cela quien me llevó a Guadalajara, porque cuando leí su 'Viaje a la Alcarria' sentí que me atraía esa vida y la literatura, mi amante”.

Fruto de su experiencia en el molino de Caspueñas, uno de los municipios que conforman el Valle del río Ungría y entregado a sus pasiones, la biología y la escritura, surgió la obra ‘Nacimiento y Mocedad del río Ungría’, un relato cotidiano de su vida en el corazón de este enclave natural que le valió el primer Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa en 1974. “Sentí la necesidad de contar cómo vivía, de dejar constancia de lo que vemos y somos”, puntualiza el autor.

Situado a escasos veinte kilómetros de la capital arriacense en la comarca de la Alcarria Alta, el Valle del río Ungría es un espacio natural de 12.500 hectáreas que se extiende a lo largo de los municipios de Lupiana, Atanzón, Centenera, Caspueñas, Valdeavellano, Valdegrudas, Trijueque y Brihuega. El valor y la diversidad de la geología caliza, la vegetación de ribera y la fauna de este ecosistema, que acoge alrededor de 80 especies protegidas entre las que destacan algunas aves en peligro de extinción como el águila real, son las razones por las que la Dirección de Espacios Naturales de Castilla-La Mancha catalogará este valle, típicamente alcarreño, como el primer Paisaje protegido de la provincia de Guadalajara.

El proyecto, desarrollado conjuntamente por el Ejecutivo regional y la Asociación para el Desarrollo de la Alcarria y la Campiña (ADAC) para lograr este reconocimiento del Valle Ungría se propone, tal como reconoció el director de Espacios Naturales, Rafael Cubero, “potenciar los valores naturales en la zona de la Alcarria y la Campiña, y fomentar la actividad económica, asociada a la conservación de la naturaleza en la zona”.

La singularidad de la orografía del terreno, que entremezcla la panorámica de parameras con pronunciados barrancos, viene dada por el curso del río Ungría que se abre paso en la altiplanicie. El Ungría nace a los pies de la bella localidad de Fuentes de la Alcarria, en la zona conocida popularmente como “el borbotón”, un bosque de chopos de hasta 20 metros de altura donde repentinamente emana un abundante caño de agua, el Ungría.

Marquina describe en su libro que “el Ungría es un río estrecho, profundo, con un nombre extraño, centroeuropeo, que brota de un golpe, mueve molinos, cría truchas, pasa por lugares hermosos y no se estudia en las escuelas”. A partir de la cabecera discurre sigiloso a lo largo de sus cuarenta kilómetros de longitud hasta morir en el Tajuña, dibujando unos cromáticos parajes de ribera de encinares, robledales, álamos, quejigos, sauces y chopos, que cobran un atractivo especial durante la primavera y el otoño.

Molinos

La historia del Valle del río Ungría se une íntimamente a los molinos medievales que se construyeron a lo largo de sus orillas para moler el cereal de los densos campos de la Alcarria en una época en la que la recogida del trigo se realizaba de forma artesanal. La pendiente del suelo y la abundancia de agua de entonces facilitaron que se fijaran siete molinos harineros, situados a escasa distancia en las localidades de Fuentes de la Alcarria, Valdesaz, Torija, Trijueque, Caspueñas, Valdeavereda y Atanzón, hasta alcanzar la desembocadura del río en el Tajuña.

La explotación de los molinos para diversos usos llegó a ser una de las principales actividades económicas de esta comarca. Después con la irrupción de la mecanización de la agricultura, a principios del siglo XX, las formas del trabajo cambiaron radicalmente y los molinos perdieron su función original. “En los años 20, los molinos se convirtieron en fábricas de luz para suministrar la energía a las poblaciones y, posteriormente, en los 70, el molino de Torija, Trijueque y Caspueñas se transformaron en piscifactorías para la crianza de truchas”, relata Marquina a este digital. Además del molino de Caspueñas, catalogado como Bien de Interés Cultural, en Valdeavellano se instaló la Hidroeléctrica del Ungría que ocupó un edificio de estilo neoclásico anexo al molino.

La crisis del sector, propiciada por la falta de agua no contaminada y la baja demanda de la trucha en la hostelería, condujeron al cierre de la piscifactoría en los años 90. En la actualidad, este valioso patrimonio industrial se conserva parcialmente. El molino de Valdesaz ha desaparecido, el del Torija se encuentra en estado ruinoso y el de Atanzón, que fue el último que estuvo en funcionamiento, es la vivienda de lujo de un exministro. El resto de molinos se han rehabilitado como residencias de vacaciones y pertenecen a los hijos de los vecinos del pueblo que emigraron a la ciudad.

Itinerarios

La mayoría de los blogs que ofrecen actividades de ecoturismo para disfrutar de la provincia alcarreña proponen recorrer el bello Valle del río Ungría, a través de rutas de senderismo, en bicicleta de montaña o en coche. En este reportaje nos centramos en un itinerario a pie, de baja dificultad y que se adapta tanto a las necesidades del caminante experto como al que se inicia en este deporte.

La ruta, conocida como ‘Fuentes del río Ungría’, recorre parte del río Ungría en el entorno de Fuentes de la Alcarria y asciende por el Arroyo de Don Luis, pudiendo contemplarse en buena medida la riqueza vegetal de este entorno natural único dominado por las zonas de vega, los bosques de encinas y quejigos, los farallones y las fuentes.

El recorrido, de aproximadamente cinco kilómetros, se inicia junto a la carretera GU-908 que une Fuentes de la Alcarria con Valdesaz, al finalizar la pronunciada bajada que se encuentra al salir de la primera población. En ese punto sale una pista forestal a la izquierda que se dirige paralela al río, en bastante buen estado y que puede ser transitada en el primer tramo en cualquier tipo de vehículo hasta llegar a los chalets que se sitúan al lado del río. Desde este momento, la pista sube paralela al río, dejando al margen izquierdo la vega y a la derecha el bosque de encinas y quejigos.

En el primer tramo del camino se puede observar la privilegiada posición del pueblo sobre una ‘península’ de roca que el río Ungría ha dejado sobre el páramo y los restos de la muralla que antiguamente rodeaban a Fuentes de la Alcarria. Cuando se llega al kilómetro 1,5 desde la carretera, la umbría que se divisa a la derecha se cubre de quejigos y puede observarse este tipo de bosque en todo su esplendor, especialmente si se visita en primavera o en otoño con su pintoresco paisaje de arces y arbolillos de hoja caduca en tonos ocres y amarillos que pueblan la ladera.

Si avanzamos 200 metros más, el camino llega a una zona dominada por unos voluminosos ejemplares de álamo - los más grandes del río Ungría-, un lugar fresco en el que se puede sentar uno a descansar y escuchar el rumor del río a los pies de la peña que resguarda al pueblo en lo alto. En caso de cruzar de nuevo el río uno se adentraría en la zona de huertas del pueblo, aunque se recomienda continuar recto y subir por el arroyo de Don Luis por un camino que atraviesa huertos de almendros y acaba al pie de los encinares del páramo, por tratarse de un recorrido más accesible. La ruta desde la carretera al punto donde parten los encinares tiene en torno a 2,5 kilómetros, que han de desandarse para regresar al punto de partida de la ruta.

Otros atractivos

El itinerario por el ‘edén desconocido de la Alcarria’ se puede completar con una visita cultural a algunos de los iconos de su patrimonio artístico que han llegado hasta nuestros días en buen estado de conservación. Entre todos estos monumentos se alza el monasterio Jerónimo de San Bartolomé, construido a mediados del siglo XV en Lupiana y que cuenta con uno de los claustros de más hermosa factura del Renacimiento, diseñado por Alonso de Covarrubias. En el casco histórico de este municipio sobresalen la Iglesia parroquial de San Bartalomé, del siglo XVI y con una portada plateresca, además de la picota emplazada en la plaza Mayor, que simboliza la categoría de villa que ostentó Lupiana en la Edad Media.

Otros de los hitos que bien merecen una visita detenida son el castillo y la muralla medievales de Fuentes de la Alcarria, considerados Bienes de Interés Cultural y que aún conservan su aire señorial de antaño; la iglesia de la Asunción de Valdesaz, la atalaya de San Marcos en Atanzón o el conjunto urbano de Valdeavellano, con su emblemática picota y la pequeña iglesia de Santa María Magdalena que sorprende al viajero por su valioso pórtico románico.

“Un valle agradable, hermoso, profundo y de sombra intensa serpenteado por un río rápido y de escaso caudal llamado Ungría”. El escritor Francisco García Marquina esboza con estas sencillas pinceladas el Valle del río Ungría, un paraje familiar para él, pero todavía desconocido para el viajero, que se caracteriza por haber preservado su autenticidad a lo largo del tiempo y albergar uno de los rincones naturales con mayor biodiversidad de la provincia de Guadalajara. Refugio vital del poeta durante más de dos décadas, García Marquina recuerda a eldiarioclm.es que “fue Cela quien me llevó a Guadalajara, porque cuando leí su 'Viaje a la Alcarria' sentí que me atraía esa vida y la literatura, mi amante”.

Fruto de su experiencia en el molino de Caspueñas, uno de los municipios que conforman el Valle del río Ungría y entregado a sus pasiones, la biología y la escritura, surgió la obra ‘Nacimiento y Mocedad del río Ungría’, un relato cotidiano de su vida en el corazón de este enclave natural que le valió el primer Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa en 1974. “Sentí la necesidad de contar cómo vivía, de dejar constancia de lo que vemos y somos”, puntualiza el autor.