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REPORTAJE

Esclavitud y sexo forzoso a cambio de la absolución de los pecados, el pasado machista del Toledo histórico

Cuadro "El fraile y la monja", de Cornelis van Haarlem

Alicia Avilés Pozo

10 de noviembre de 2021 19:15 h

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Las calles empedradas y los bellísimos monumentos de Toledo llaman a la leyenda, a la magia y al ya archiconocido lema de las tres culturas. Pero hay otra historia diferente, real y palpable en documentos, que está escrita con el sufrimiento, la explotación y el maltrato sufrido por las mujeres a lo largo de los siglos. Esta ciudad no fue ajena a ello y por su condición de ciudad principal del Reino de Castilla durante el siglo XVI aglutinó muchas de las violencias de género “institucionalizadas”. Los reyes, la nobleza y la Inquisición contribuyeron a perpetuar un sistema medieval de la mujer como objeto de transacción: prostituta, esclava, maltratada, acusada por bruja, denostada, asesinada y, en la mayoría de los casos, olvidada.

Una nueva ruta impulsada por la Delegación del Gobierno en Castilla-La Mancha ayuda a conocer la historia de la ciudad bajo esa perspectiva de género: conventos de clausura, instituciones benéficas para ayuda de mujeres, lugares donde se ejerció la prostitución, conventos donde también se produjeron otro tipo de agresiones sexuales. Y en ella nos embarcamos con el doctor en Historia Felipe Vidales, quien arranca con un dato escalofriante: “En Toledo se puede rastrear esa violencia de puente a puente, de la placa que recuerda un asesinato en San Martín a la leyenda de La Degollada. La historia viene a demostrar que hay una violencia estructural, un sistema patriarcal que se puede rastrear en la documentación de los archivos, que es sobre lo que se construye la historia”, explica. 

Aunque resulta complicado resumir siglos de violencia machista, sexual, vicaria e institucional, este camino arranca cerca del Alcázar de Toledo, en la antigua periferia, que junto a los alrededores de Zocodover, el Circo Romano y la Antequeruela eran espacios habituales de prostitución. En la Plaza del Seco se encuentra uno de los enclaves de esos lugares de explotación sexual. Una práctica siempre realizada en la historia para beneficio de los hombres, cuando se entendía la prostitución como un “mal necesario” al ser considerado rentable.

Cuenta Felipe Vidales que tanto es así que en 1478 las autoridades comenzaron a darse cuenta de que la prostitución, siendo un negocio de tanto lucro, no les reportaba beneficios directos, por lo que sistematizaron las denominadas mancebías, una suerte de prostíbulos entregados para negocio de algunas familias de la oligarquía local, que ejercían como proxenetas desde lae élites. Este cambio generó tales ingresos que partir del siglo XVI las mancebías pasaron a tributar directamente al rey.

Para preservar ese negocio, se prohibió ejercer la prostitución -“pecado pero no delito”- fuera de estos espacios, que tampoco estuvieron exentos de debates teológicos sobrela inmoralidad. Como sucedía con los teatros, las mancebías sufrieron continuos cierres (casi siempre relacionados con celebraciones religiosas) y reaperturas. Su cierre dejaba a estas mujeres sin ingresos y sin ninguna manera de ganarse la vida. Fue en ese momento cuando comenzaron las “recogidas”. En Toledo, una calle lleva ese nombre. En la misma placa explica que eran “instituciones benéficas para mujeres”. Lo cierto que es que allí se “recogía” a mujeres que se prostituían en la calle. También las consideradas “escandalosas” o “mundanas”.

Beaterios y feminización de la pobreza

Fueron un sucedáneo de los posteriores beaterios, otras casas formadas principalmente por mujeres religiosas donde el vicario u otras autoridades eclesiásticas enviaban a las mujeres “con mala vida”. Los financiaba la Iglesia y en Toledo uno de los más emblemáticos fue el de la Sinagoga de Santa María La Blanca, que se convirtió en este tipo de espacio cuando fue expropiada como tal. Y lo fue hasta el siglo XVII.

El historiador, investigador y guía explica que a comienzos del siglo XVI comienza a producirse un fenómeno que todavía perdura, como es la “feminización de la pobreza”. Toledo pierde la capitalidad, parte de su riqueza y la ciudad se “conventualiza”, absorbiendo posteriormente las órdenes religiosas a estos beaterios. Crecen los lugares de acogida, donde las mujeres vivían “prácticamente encerradas”, en algunos casos por situaciones consideradas entonces escandalosas que dirimían sus padres o sus maridos. “Un factor determinante es que su situación derivaba de su dependencia económica de los hombres, ya que no podían acceder a la universidad ni trabajar en casi nada que no fuera la industria textil o los mercados, lo que apenas les daba para vivir”.

Y cerca de la calle Recogidas está el Callejón de los Niños Hermosos, donde se sitúa una leyenda que remite a un claro ejemplo de violencia vicaria. Según una tradición, el Señor de Yegros fue decapitado y su cabeza expuesta en la vecina plaza de Abdón de Paz o de la Cabeza por orden de Fernando III como castigo por haber secuestrado a dos niños, hijos de una mujer forzada y obligada por el hombre pero que no accedió a complacerle. Por eso secuestró a los “niños hermosos” de la calle. De entre los muchos cuentos que pasan por leyendas en Toledo, este podría ser verdad porque existe una documentación contemporánea al ataque y decapitación que demuestra que el rey estaba en Toledo y en esos años el Señor de Yegros perdió sus tierras, quizá como parte del castigo. 

Otra parada en la ruta llega a la Puerta del Reloj de la Catedral de Toledo. En este templo se encuentra la capilla funeraria de Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, que ejercía de “primer ministro” de Juan II. Contrasta con la placa que justo al lado se realiza en recuerdo del Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez de Toledo, uno de los escritores más leídos de la época y autor de “El Corbacho”, donde se denuncian todas las formas de amor “inmoral” de la época. Todo un manual de machismo donde se ataca a las mujeres de la época tachándolas de “chivatas, libertinas, lujuriosas o adúlteras”. Nació como contestación a la conocida como ‘Querella de las Mujeres’, el debate literario que nació en Francia a finales del siglo XIV en defensa de la capacidad intelectual y el derecho de las mujeres a ir la universidad y a participar en la política. Fue impulsada por la escritora italiana afincada en Francia Christine de Pizan.

“El Corbacho” contrasta con la publicación del catálogo de mujere silustres -“Libro de las claras y virtuosas mujeres”-  de Álvaro de Luna, donde relataba la vida y acciones de mujeres de la historia, y donde se remontaba incluso a la época pre-cristiana y a la antigüedad clásica, hablando de guerreras y de filósofas, algo poco habitual en la Edad Media.

La esclavitud, aunque tuvo su epicentro en Sevilla, tiene también su poso histórico en Toledo y, de nuevo, con las mujeres como víctimas. En el Callejón de San Pedro, pegado a uno de los laterales de la Catedral, se encontraba la residencia de uno de los mayores propietarios de esclavo de Toledo, Pedro Tirado, alto prelado de la Iglesia toledana, racionero de la Catedral, Comisario del Santo Oficio de la Inquisición y notario del arzobispo Bernardo de Sandoval. “Se vendían y se compraban mujeres con la excusa de su cristianización y alegando deudas de sus familias, que podían existir o no”.

“Tener esclavos fue una muestra de prestigio durante los siglos XVI y XVII pero el negocio llegó a aumentar tanto que muchos integrantes de las clases medias pasaron también a comprarlos porque se abarató el precio de ellos”, explica el historiador. A las niñas, después de 12 años de explotación y educación religiosa, solían echarlas de la casa que las había comprado al considerarlas “cristianizadas”. Muchas acababan ejerciendo la prostitución por no tener ingresos ni forma de ganarse la vida. Muchos esclavos y esclavas eran marcados como ganado.

Más maltrato institucional. El recorrido llega hasta el famoso Pozo Amargo de Toledo. Allí vivió Ana de la Cruz, una de las mujeres más conocidas de Toledo por sus vínculos con lo que se hacía llamar “brujería” que era “lo que los inquisidores querían que fuera” y que fue una forma de “institucionalizar algunas formas de violencia contra las mujeres”.

En las sentencias por brujería había dos claves fundamentales: el haber cobrado por ello y la delación de la persona que te había enseñado a preparar un remedio, una pócima. “La realidad era que en la gran mayoría de los casos se trataba de mujeres que preparaban brebajes o filtros secos para poder ganarse la vida, la mayoría de origen botánico, pero que en ocasiones no funcionaban o terminaban en envenenamiento por el cambio de los componentes”. La prueba, añade el historiador, es que en cuatro siglos de hechicería, la mayoría de las peticiones que se hacía a las “hechiceras” procedían de otras mujeres que querían “amansar” a sus maridos, o de mujeres engañadas. “Sin ese fenómeno de la hechicería, muchas mujeres maltratadas no hubieran tenido nada”.  

Otro último ejemplo de violencia contra las mujeres también vino de la Inquisición. Lo cuenta Felipe Vidales en uno de los muros del convento de Santa Úrsula. Aunque muchas de las sentencias tenían que ver con la judeización o la hechicería, el mayor número de carpetas que se conservan son sobre los denominados “delitos de solicitación”. Los denunciaban las mujeres cuando un fraile entraba en un convento a confesar a las monjas y a cambio de la absolución cristiana requería favores sexuales.

En la gran mayoría de las sentencias la culpa siempre fue de las mujeres por “abrirles la puerta” a estos frailes “solicitadores” y se conservan documentos donde incluso estos hombres reconocían ser lo que hoy conocemos como “depredadores sexuales”. Aún así las causas se suspendían o se sobreseían por considerar que eran las mujeres las que incitaban el delito o que no había suficientes pruebas.

Proceso por “solicitación” contra fray Joaquín Cuesta

Extracto de la transcripción del proceso de la Inquisición a fray Joaquín Cuesta en 1763, de apenas 20 folios (Archivo Histórico Nacional):

“Tres de la tarde, el comisario del Santo Oficio pasa al convento de Santa Úrsula a tomar declaración a Simona Caballero, doncella de San Martín de Montalbán, 19 años, que sirve en este convento. Le acompaña fray Buenaventura Ruiz, agustino calzado y vicario del convento de Santa Úrsula. Están ahí porque ella hace diez o doce días hizo una declaración acusando a fray Joaquín Cuesta ”con motivo de haber entrado la que declara a servir en el convento de San Clemente de esta ciudad a principios del mes de noviembre del año sesenta y uno, en la celda que llaman de las urtadas, en donde estuvo (...) en todo este tiempo con la ocasión de que antes había tenido alguna amistad con fray Juachín Cuesta (...) el cual con motivo de la amistad que tenía con la declarante, la pasó a visitar, y como ya conocía a dicho religioso dicha declarante, le tomó por la confesión, quien en todo el tiempo estuvo en dicho convento la dicha declarante“ cada semana. Y le solicitó in ipsa confessione ”diciéndola palabras provocativas, como son que la estimaba mucho y que para él no había una mejor, aunque había tenido muchas que le estimaban y había estimado mucho, expresándola en que tendría mucho gusto en que le hiciese una merced, demostrándola intento, y que dejaría el hábito por ella. y que si hubiera tenido dineros que se hubiere marchado con ella por el mundo (...) que con otras había tenido que ver y que muchas le querían, y no eran tan exquisitas como ella“.

En este mismo proceso se explica que ella “es buena cristiana y parece que dice la verdad” pero no es suficiente. Se devuelven de Madrid las 20 hojas del proceso con una con una breve nota de 6 líneas: “En la villa de Madrid, a diez y siete días del mes de Mayo de mil setecientos sesenta y tres años, el Ilustrísimo Señor Arzobispo Inquisidor General y Señores del Consejo de Su Majestad de la Santa General Inquisición en vista de la sumaria recibida en la Inquisición de Toledo contra fr. Joachin Cuesta religioso Mercedario Calzado, por solicitante. Dixeron: se suspenda esta sumaria”. Es decir, la causa se archiva sin ninguna pena para el fraile.

Son solo pequeños ejemplos de cómo la historia de Toledo y de España es también la historia de violencias machistas a todos los niveles. Durante los ejemplos narrados, muchas de las asistentes a la ruta coincidieron en que la sociedad y los hechos han cambiado pero de todos resuenan los ecos en la actualidad, sobre todo en sentencias judiciales, en casos de agresiones sexuales y en violencia de género. Para aprender de la historia, por tanto, hace falta investigarla, conocerla y mostrarla. La historia de las mujeres maltratadas tiene todavía mucho que mostrar y Toledo es solo una ciudad en el mundo donde se ha puesto la lupa en los archivos.

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