Al igual que ya hiciera con ‘Palmeras en la nieve’, la escritora y filóloga aragonesa Luz Gabás ha vuelto a bucear en sus orígenes en el medio rural oscense para construir el contexto de una nueva ficción literaria. Si entonces fue el colonialismo español en Guinea Ecuatorial, ahora ha decidido adentrarse en la despoblación, un problema acuciante en España que conoce de primera mano tras haber residido en el medio rural la mayor parte de su vida. Gabás fue alcaldesa de Benasque (Huesca) por el PP, pero al margen de ello ha vivido esta situación desde pequeña: la generación de los hijos de aquellos que vivieron en pueblos y que decidieron quedarse o marcharse.
En ‘El latido de la tierra’ ha optado por la despoblación como telón de fondo de una intriga donde la autora transita entre la nostalgia de un pasado irrecuperable y la esperanza de un futuro incierto. En la novela cuenta sin ingenuidad las bondades de la vida rural y también sus retos. Para su presentación, ha elegido el pueblo de Majaelrayo (Guadalajara), donde ha compartido con sus vecinos esta nueva experiencia literaria. Con ello, invita a la reflexión sobre la denominada ‘España vaciada’.
¿Qué experiencia ha extraído de la presentación de libro en una zona despoblada?
Ha sido muy bonito, en un entorno precioso y en un pueblo muy hermoso que me ha recordado a pueblos de mi tierra. Los vecinos han sido unos compañeros fantásticos, he hablado con ellos y hemos pasado un día estupendo. La verdad es que me he sentido como en casa porque este es uno de los entornos a los que yo estoy acostumbrada.
¿Por qué ha elegido esta localidad de Guadalajara?
La editorial buscaba un sitio que pudiese ser el Aquilare (pueblo en el que se desarrollan los hechos) de la novela y no tenía por qué ser Huesca, aunque ese es mi entorno y allí me inspiro. Es una novela que tiene sentido en Soria, en Cuenca y en muchos lugares.
Después del colonialismo español en África de ‘Palmeras en la nieve’, con la experiencia extraída de su familia, ha decidido abordar ahora, en ‘El latido de la tierra’, la despoblación desde la ficción. ¿Vuelve a beber con ello de su experiencia personal?
En realidad, al reflexionar sobre mi pasado, reviso cuál ha sido mi vida, a qué retos me he enfrentado y los que me quedan por enfrentar, y la conclusión es que mi vida está vinculada al entorno rural. La novela es también una reflexión sobre el mundo rural, no solo sobre la despoblación. Los hechos suceden en Aquilare, un municipio despoblado, y eso me sirve para plantear nuestra relación con el tiempo, con un pasado perdido y con la transformación. Es decir, cuando algo ya está terminado, en qué se va a transformar. La novela tiene nostalgia pero también un deseo muy fuerte de futuro.
¿Entonces es abiertamente generacional?
Yo creo que sí. Mi generación está formada por los hijos de aquellos que tenían pueblo y, o se quedaron, o se fueron a vivir a la ciudad. Hemos tenido ya una relación diferente y especial con el pueblo de nuestros padres. Yo quería plantear eso, contar algo relacionado con tantos como yo, que hemos estado a caballo entre la ciudad y el campo, que nos seguimos sintiendo vinculados al medio rural y nos preguntamos cuál será el futuro de ese campo. Ese medio rural nunca podrá ser lo que vivieron nuestros padres porque ese mundo está muerto y enterrado, y lo que surja o lo que está surgiendo será diferente, otra cosa.
Vuelve a recurrir a ingredientes como el amor y el suspense. ¿Son ya marcas de su literatura?
Esta novela mezcla géneros. Es romántica y también policíaca porque algo sucede y alguien tiene que descubrir el qué y quién es el culpable. Yo quería utilizar las técnicas de la novela policíaca porque aparte de que hay intriga, siempre hay una reflexión sobre el momento en el que sucede la acción, y quería transmitir también sentimientos muy actuales, de inseguridad, de angustia, de miedo. Eso unido a una necesaria disrupción temporal en la narración fue la arquitectura que me sirvió para el relato. Es una novela romántica, pero no solo por el amor en sí, sino por la tensión entre el individuo y la sociedad. El amor hacia lo que hemos recibido, hacia nuestra nuestra herencia, nuestro pasado, nuestra tierra, nuestras tradiciones.
Los títulos de los capítulos remiten a canciones que ilustran la narración, que evolucionan con la acción de la novela. ¿Por qué y cómo los seleccionó?
Para hablar de mi generación era inevitable hablar también de música. Recuperé canciones que yo escuchaba en mi juventud pero no quería que fuese una ‘playlist’ de las canciones favoritas de Luz Gabás sino una parte fundamental de la novela. La acción evoluciona y los títulos también evolucionan. La música de los 80, de los 90, y de este siglo hasta nuestros días. Es cierto que hay mucho rock y mucho heavy, que siempre me han gustado mucho por su intensidad, pero luego cada canción tiene que ver además con lo que sucede en cada capítulo. Fue difícil porque iba va más allá del “me gusta’. Tiene un gran sentido narrativo.
Volviendo a la despoblación, en un momento en que este es un debate nacional, ¿cómo ha decidido abordarlo, hay un mensaje político?
Sí que hay algo político en el momento en que hay una llamada de atención a cómo tienen que ser las cosas. Parece que si no son de una manera ya no sirven. La parte más política de la novela es aquella en la que el individuo se siente muy constreñido por el sistema. Por otro lado, está mi visión personal del mundo rural. La despoblación es un hecho, eso está claro. Ahora hay que pasar a la acción y cualquier iniciativa es buena, pero para mí hay dos vías: una es lo que las administraciones pueden hacer para que más gente se pueda plantear ir a vivir al campo, y por otro lado, está la relación individual que cada uno tiene con su tierra.
No es tan fácil como decir: vamos a llevar a gente a vivir aquí. Es más complejo que todo eso. Requiere terminar con esa diferencia entre vivir en la ciudad y en el campo. Las personas somos las mismas vivamos donde vivamos. No hay que hacer un listado de ventajas y desventajas de vivir en uno u otro sitio. Puede ser complementario y ese es el mundo al que vamos. Hay que acabar con esas barreras.
También ha sido usted sido alcaldesa y ha gestionado algunos de esos asuntos. ¿En qué cree que equivocan los políticos sobre este tema?
Para mí es fundamental la educación y la imagen que se transmita, que no puede ser de inferiorización por vivir en el campo. En eso muchos escritores estamos de acuerdo. Y otra cuestión es que a veces leo sobre muchas iniciativas políticas y me dan ganas de responder “bueno, lo que hay que hacer es venirse a vivir aquí”. Desde la distancia se hacen a veces unas leyes que no tienen que ver con las necesidades reales de las personas. Se podría contar más con la voz directa de quienes viven en el medio rural en el día en el día y no de expertos en subvenciones. Insisto en que el pasado que hemos vivido no volverá, nunca jamás. Tenemos que hacer algo diferente.
¿No le sorprende este escenario en un mundo donde se supone que estamos conectados con la realidad a través de las nuevas tecnologías?
Desde luego. Y deberían servir para acortar distancias, pero sobre todo para saber que no siempre las leyes que se escriben en despachos se pueden aplicar a la vida en el campo. Hay que ser conscientes de la realidad de cada sitio, de soluciones más pegadas a la tierra.