El Museo Provincial de Guadalajara acogió recientemente la conferencia ‘Entre lagos y volcanes: el origen del homo sapiens’, impartida por José Manuel Maíllo, profesor de Prehistoria de la UNED. La ponencia, enmarcada en el segundo ciclo de conferencias sobre arqueología en Guadalajara, abordó la génesis y la posterior evolución de nuestra especie: el homo sapiens. Un recorrido a través de las investigaciones que se han desarrollado en los últimos años en yacimientos arqueológicos africanos, como el de Victoria Cabrera Site, en la garganta de Olduvai (Tanzania). Su finalidad es averiguar cómo se produjo la evolución biológica y cultural de nuestros antecesores durante la era del Paleolítico para responder a la eterna pregunta: ¿De dónde venimos?
Maíllo, quien ha participado en numerosas expediciones arqueológicas en África, tomó como punto de partida una reflexión sociológica acerca de cómo se ha construido la investigación sobre la prehistoria, es decir, la etapa que explica la evolución del hombre actual. En este sentido, subrayó el espíritu “antropocentrista y eurocentrista” que ha dominado tradicionalmente el discurso sobre el Paleolítico, iniciado en el siglo XX.
En su investigación ‘Los últimos Neandertales y los primeros Humanos Modernos en Europa. Otro cambio de paradigma’, el historiador defiende precisamente el argumento por el que se atribuye a los europeos el protagonismo de todos los cambios que se produjeron en el paleolítico: “En un discurso claramente postvictoriano se consideraba que los Humanos Modernos europeos eran el motor de las innovaciones durante el Paleolítico, concretamente, en su estadio más ‘evolucionado’ el Paleolítico Superior, el cénit de los ‘hombres primitivos’. Además, estas innovaciones asociadas a este periodo no podían originarse en otro lugar que no fuese Europa, acorde con el colonialismo salvaje que llevaban las potencias europeas”.
En este contexto político y social, marcado por la hegemonía cultural del viejo continente, la tesis oficial era, por tanto, que la Prehistoria la construyeron los blancos y europeos, y que fue desarrollada en Europa. Así que no fue hasta hace solo 60 años cuando la ciencia refutó esta versión situando el origen del hombre en África.
Rasgos neandertales
Las primeras evidencias de Homo sapiens, origen del hombre actual, fueron halladas en el lago Turkana, en Etiopía, y datan de hace 200.000 años. Su presencia también se extendió a Sudáfrica y el Magreb. Según concluyen los estudios arqueológicos desarrollados en estas áreas de África, su antecesor, el homo erectus, se dispersó por África, Europa y Asia dando lugar a los Neanderthales, que ocuparon Eurasia durante la fase del Paleolítico Medio entre 250.000 y 40.000 años. Por su parte, el homo sapiens habitó en el continente africano durante el Paleolítico Superior hace entre 40.000 y 11.000 años.
Nuestra especie fue el resultado de un cruce entre Neandertales y el hombre moderno, motivo por el que muchos de nosotros tenemos rasgos físicos neandertales, caracterizados por una cara ancha y larga, nariz ancha y plana o dentadura amplia y sacada hacia fuera. Pero, según explicó el profesor Maíllo en Guadalajara, una catástrofe natural pudo cambiar este curso de la historia de la evolución del hombre hace unos 70.000 años, cuando una explosión volcánica en Indonesia provocó casi la extinción de los humanos en un momento de crisis demográfica.
La transformación que sufrieron los ecosistemas naturales como lagos, ríos o sabanas africanas a lo largo del tiempo fue relevante para la evolución, subsistencia y dispersión de la especie humana, a través de los diferentes continentes. De este modo, por ejemplo, en torno al lago Victoria, de 200.000 años de antigüedad; y en el lago Megafezzan, en Libia, cuya dimensión es equivalente a Castilla y León y La Mancha juntas, “se asentaron poblaciones de humanos primitivos”, según Maíllo. Por el contrario, el hecho de que algunas sabanas en el norte de áfrica se convirtieran en el actual desierto del Sahara, hace 6.000 años, produjo el éxodo de comunidades hacia otros hábitats fértiles y de condiciones climatológicas menos inhóspitas que el desierto.
Entre esas comunidades primigenias se encontraban los Homo Sapiens. Los investigadores les ubican en el valle del rio Omo, al sur de Etiopía, unos de los yacimientos arqueológicos más importantes de África, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1980. Su presencia se extendió también por Kenia y Tanzania, aunque también llegaron a Sudáfrica.
De acuerdo con Maíllo, esta especie humana destacó por el desarrollo de “innovaciones tecnológicas y una superioridad cognitiva” manifiesta, si lo comparamos con los Neandertales, su especie coetánea en Eurasia. Su cultura, definida por los arqueólogos como Middle Stone Age, destacaba por el uso de avanzados métodos para trabajar la piedra y obtener instrumentos.
En el plano cultural, el homo sapiens desarrolló un lenguaje de símbolos complejo y una capacidad simbólica. En este sentido, la hipótesis de la Revolución Humana moderna, formulada por el profesor Mellars, trata de explicar la transición gradual que se produjo entre el Paleolítico Medio y Superior hace 40 mil años aproximadamente. Ese fue precisamente el momento en el que los Humanos Anatómicamente Modernos u Homo Sapiens llegaron a Europa desde África atravesando Oriente Próximo. “Con ellos –puntualizó Maíllo- viajaban todos estos progresos tecnológicos y culturales que les permitieron adaptarse mejor que los nativos Neandertales a las condiciones de vida de Eurasia”.
Los Neandertales, por su parte, desarrollaron una tecnología menos avanzada para trabajar las lascas en bruto, a través del método Levallois, “una técnica que consistía en preparar el núcleo de la lasca para determinar su forma y tamaño antes de ser extraída”, tal como explica el especialista de la UNED. El modelado de las piezas era la otra técnica que emplearon los Neandertales para esculpir la piedra, su actividad principal. La llegada de los Homo Sapiens a Eurasia provocó que parte de los pobladores Neandertales perdieran parte de sus dominios y se desplazaran hacia zonas aisladas del continente. Otros, por el contrario, intentaron imitar la tecnología traída por los nuevos habitantes -heredada posteriormente por nosotros, según señala una hipótesis-, y se adaptaron a las nuevas condiciones vitales. Algunos estudios revelan que estos primeros grupos de humanos vivían en comunidad y constatan ya la existencia de violencia entre ellos.
Huellas en Guadalajara
La presencia de estos humanos primitivos en Castilla-La Mancha se sitúa con posterioridad durante el Paleolítico superior. Antes, según recalca el profesor Maíllo, la vida no fue posible, debido a “las condiciones de vida inhóspitas de esta zona”. El yacimiento arqueológico del Abrigo del Palomar, situado en la localidad de Yeste, al sur de Albacete, es el hallazgo más relevante de la región y es el que ha permitido a los investigadores vincular al Homo Sapiens con el sureste de la Península Ibérica hace alrededor de 30.000 años.
Este conjunto arqueológico, cuyos trabajos de campo fueron financiados con fondos del Gobierno de Castilla-La Mancha en la campaña de excavaciones del verano de 2009, pertenece a la cultura Gravetiense. Se trata de una de las fases de evolución de los Homo Sapiens a lo largo del Paleolítico superior, desarrollada durante una era climática fría con dominio de mamuts y renos, y abarcó la península ibérica, Francia, Bélgica, Italia, Europa Central, Ucrania y parte de Rusia.
Maíllo no abordó el marco prehistórico desde la óptica de Guadalajara, ya que enfocó su brillante conferencia desde una óptica global. Sin embargo, la realidad es que el territorio de lo que hoy es la provincia ha estado poblada desde tiempos remotos. “Es imposible determinar el momento exacto de este inicio poblacional, aunque sin esfuerzo podemos llegar a remontarnos a muchos miles de años, quizás cientos, como lo demuestra el metacarpiano de Homo Sapiens neanderthalensis hallado en la estratigrafía de la Cueva de los Casares, en Riba de Saelices”, subraya Antonio Herrera Casado, historiador y cronista oficial de la provincia en ‘Historia de la provincia de Guadalajara’. Y añade: “Del primero de los periodos en que se divide la Prehistoria, el Paleolítico, se han encontrado huellas en forma de industria de piedra torpemente tallada, tanto en las orillas del río Henares, como en las del río Linares, y en las altiplanicies de Campisábalos, lo que prueba la existencia del hombre en remotísimas épocas”.
Tanto la Cueva de los Casares, con su excepcional conjunto de pinturas rupestres, como la Cueva de la Hoz, en el municipio de Riba de Saelices, en plena Sierra del Ducado, acreditan al continuidad de hábitats a lo largo de miles de años. Del periodo Neolítico, según Herrera Casado, “también quedan restos apreciables en Guadalajara que prueban haber sido habitada esta tierra en aquella época”. Algunos de ellos son el testimonio de Peña Escrita en Canales de Molina, además de los monumentos funerarios del “megalitismo” que se reparten por diversos puntos de la provincia, entre ellos, Alcolea del Pinar. Este fenómeno “consiste en el enterramiento de gentes notables en cámaras circulares o poligonales, formadas por grandes lajas de piedras hincadas y pasillos de acceso largos, todo ello protegido por una gran masa de piedras y tierra”.
Herrera Casado también consigna el hallazgo de hábitats en distintos puntos de la provincia tanto en la Edad de los Metales como en la del Bronce. De ésta última destacan “los poblados denominados de tipo Pico Buitre y, sobre todo, el de la Loma del Lomo en Cogolludo, con múltiples habitáculos consistentes en fondos de cabañas de usos múltiples. Del Bronce Final es ya el gran poblado de la Muela de Alarilla, y el de Mojares, con pruebas de haber tenido jerarquías sociales en su interior”. Finalmente, en la Edad del Hierro, que se inicia a partir del siglo VIII a.C., “encontramos en Guadalajara los suficientes yacimientos como para poder afirmar que estuvo muy poblada, sobre todo, en los valles altos de la provincia, como lo demuestran los castros de Riosalido y Santamera (en el Salado), de Pelegrina (en el Dulce) de la Coronilla en Chera (en el Gallo) o de la Cava en Luzón (en el Tajuña)”.