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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El Infantado y el Alcázar o la “elocuencia de las ruinas” tras la Guerra Civil

Esther Almarcha es doctora en Historia del Arte y  miembro del grupo de investigación del patrimonio cultural de España (IPEC) además de directora del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha dependiente de la UCLM, con sede en Ciudad Real. Un centro, este último, que dispone de un amplio catálogo de publicaciones y fotografías desde el siglo XIX hasta nuestros días.  Esta semana ofrecía una conferencia en el Museo de Guadalajara para hablar de la restauración de edificios y monumentos durante el franquismo. Una charla en el marco de los 80 años del bombardeo del Palacio del Infantado durante la Guerra Civil española.

Un equipo de la UCLM investiga sobre esta etapa constructiva centrado en dos fases. La primera llega hasta finales de los años 50 del siglo XX. La segunda es la que tiene que ver con los años del desarrollismo, a partir de 1959 y hasta la muerte de Franco en 1975.

La investigación se centra de manera particular en Toledo y Guadalajara, las únicas provincias de la región donde hubo frente de guerra durante la contienda civil que arrancó en 1936. Al terminar la guerra en 1939, surge el concepto ‘Reconstruir España’ o lo que los expertos llaman “la elocuencia de las ruinas”.

“Después de la guerra todo tiene matices”, también en el ámbito de la restauración arquitectónica o monumental. “Se restaura Toledo en plena guerra civil porque hay una voluntad de utilización política”. La ciudad ganada al bando republicano se convierte en un símbolo y, sin embargo, el Alcázar se acaba de reconstruir en 1972. Es decir, explica Almarcha, “se tarda casi tanto como lo que duró la vida política del dictador. Es lo que llamamos la  elocuencia de las ruinas”. De hecho, esas ruinas en Toledo se llegaron a declarar monumento nacional. “La gente se hacía fotografías. Hay mucha ideología de todo esto”.

Es el caso también del palacio del Infantado en Guadalajara. Fue restaurado 30 años después de su destrucción en un bombardeo durante la Guerra Civil. Tampoco había prisa. También era un símbolo del triunfo franquista. Algunos elementos como un imponente balcón en su fachada principal se perdieron en el proceso de reconstrucción. Poco queda del edificio original del  siglo XV, profundamente intervenido y que además de ser bombardeado se quemó casi por completo, fue expoliado y abandonado pese a su  estructura tremendamente inestable.

Más allá de este tipo de edificios ‘símbolo’ de la victoria de Franco, tras la guerra no hubo directrices generales de restauración para toda España, sino “una censura moral” también aplicada a los edificios. Si durante la República la norma para los arquitectos era  incorporar las tendencias más modernas, después de la Guerra Civil muchos volvieron a los criterios del siglo XIX.

El concepto de  la reconstrucción vuelve a cambiar a finales de los años 50 “cuando España comienza a ser aceptada en el extranjero y comenzamos a recibir turistas”.  Interesa restaurar viviendas, monumentos o incluso castillos. Más allá del turismo de playa, tan retratado en películas de la época, también interesa potenciar las visitas al interior, a las llamadas  ‘ciudades pintorescas’ o a los ‘elementos singulares“. ”Aquí existe un discurso de restauración diferente“, explica Almarcha.

En los años 60 se vieron afectados los núcleos históricos que hoy conocemos y que no tenían entonces ningún tipo de declaración o protección patrimonial, ni nacional ni internacional. En el caso de Toledo, ya existía un precedente en 1914 cuando un grupo de intelectuales reivindicaron que toda la ciudad se convirtiese en monumento nacional. Aún no se hablaba de ciudades como conjuntos histórico-artísticos en España. “Fueron muy avanzados”.

¿Fueron buenas o correctas las restauraciones de edificios históricos en la época franquista? Esther Almarcha cree que “no podemos juzgar con criterios de 2017 lo que se hizo en 1960 porque las circunstancias eran otras” y, por otro lado, “hay que considerar la restauración como una fase más de la vida del monumento. La catedral de Toledo es gótica pero tiene actuaciones renacentistas o barrocas. En el siglo XIX se introduce el concepto restauración que nada tiene que ver con las del siglo XX o las de hoy en día”.

“No son ni mejores ni peores y no debemos juzgarlos, son hijos de su tiempo” y sostiene que a los expertos en la materia “nos molesta notablemente lo que llamamos des-restauración ideológica que es tan malo con la restauración ideológica y todo porque se hizo en época de Franco. Es una página más de la historia”.

“Preocupación” porque la formación en arte desaparezca

Esta especialista en Historia del Arte traslada la “preocupación” de los profesores de  instituto acerca de “la poca importancia que se le da a la formación a los jóvenes en esta materia”. La asignatura se ha quedado como algo “muy residual” entre las opciones que eligen los alumnos en el itinerario de Humanidades.  “Los profesores están inquietos”, asegura, porque “ven que la asignatura puede llegar a desaparecer”.

La profesora se suma así a las voces que alertan de la extinción de diversas titulaciones en la Universidad de Castilla-La Mancha en función de criterios economicistas.  “Es importante una  formación en función de la demanda del mercado pero hay cosas que no se pueden perder en el horizonte”. Pone el caso de la formación relacionada con el arte, la cultura o el patrimonio.

“Estamos vendiendo continuamente que vivimos en uno de los países con más patrimonio” y pese a la importancia del turismo cultural en España como industria “no tenemos conocimiento de lo que nos rodea”. Almarcha asegura que a veces siente “vergüenza ajena de los productos que estamos vendiendo”, en relación al sector turístico, “porque no hay nadie detrás que tenga conocimientos y asesore. Tampoco tenemos una sociedad crítica”.

También lamenta que en época de crisis “mucha gente considere un dispendio que se preserve o se restaure. Eso es vergonzoso porque es un elemento tanto de nuestra economía como de  nuestra identidad”. Y dice sentir “tristeza” ante la “falta de reconocimiento de lo nuestro como algo valioso”.