Dos generaciones de brujas, madres e hijas pertenecientes al clan de “Las Morillas”, fueron procesadas en Pareja (Guadalajara) con una diferencia de 30 años en el siglo XVI dentro de un juicio contra la brujería que alcanzó mucha notoriedad. Es el primer antecedente español que existe con una documentación tan extensa, de cientos de páginas, pero hoy en día está olvidado y ha quedado a la sombra del conventículo de Zugarramurdi, ya mítico en la historia de la hechicería española, aunque sucedió casi un siglo después. Hoy vuelve a la primera fila de la investigación histórica con el libro 'Alcarria bruja. Historia de la hechicería en Guadalajara y los procesos de la villa de Pareja', del historiador y arqueólogo Javier Fernández Ortea, quien ha documentado esta temática en coedición con Julio Martínez y con ilustraciones del también historiador Miguel Zorita.
La historia del rescate de las brujas de la Alcarria se remonta a 2016 cuando el autor estaba documentándose para realizar una exposición sobre este tema para el monasterio de Monsalud (Córcoles). “A partir de esta experiencia me di cuenta del potencial e interés que tenían estos procesos de heterodoxia y lo desconocidos que eran para el gran público. Teníamos algunas notas aisladas de procesos como el de Pareja, pero empezamos a tirar del hilo y parecía que aquello no acababa nunca”, cuenta.
Así, el libro es un recorrido cronológico de la brujería y la magia que abarca las zonas del Señorío de Molina, el Alto Tajo y la Sierra Norte hasta la Campiña de Guadalajara, desde la Preshistoria –ya en la Cueva de los Casares hay figuras antropomorfas identificadas como chamanes– hasta finales del XVIII.
Más de tres siglos de prácticas que persisten en el tiempo pese a que estaban perseguidas por la Inquisición. Solo este dato ya indica que “sobrevivieron durante siglos en la clandestinidad” y que estaban muy asentadas en el medio rural. “Investigar estos hechos es investigar la cultura regional”.
¿De qué tipo de mujeres habla el libro? En tanto tiempo, las características no son idénticas pero por lo general fueron brujas de edad avanzada y casi siempre viudas. “Las mujeres en aquellas épocas solo tenían dos salidas: el matrimonio o la religión. Si habían enviudado o no habían podido casarse, estaban realmente en el borde de la marginación social”, detalla el historiador. No es de extrañar que en este contexto la mayoría de hechiceras se movieran arrojadas por la necesidad, “buscando su supervivencia” e incluso llegando a amenazar a sus vecinos con maldiciones y hechizos.
Una “amenaza social”
Esta es una de las características que ha llevado a la concepción negativa que históricamente han tenido las brujas. “Eran perseguidas porque suponían una amenaza social, estaban tratando de romper el orden establecido, en el que primaban los hombres. Además, trabajaban con elementos que las autoridades no podían controlar, como es el caso de la magia, considerados peligrosos”.
El contexto de esos siglos también nos habla de la “hostilidad” del medio rural. No había servicios sanitarios, la represión estaba a la orden del día y los problemas de salud mental eran muy habituales. “En una época tan oscura, el ser humano siempre busca una vía de escape. Toda la sociedad creía fervientemente en la magia porque era un pensamiento prelógico, anterior a que existiera la ciencia”.
Las fuentes documentales así lo corroboran y el libro está plagado de ellas. Desde el tribunal de la inquisición de Cuenca al Archivo Histórico Nacional. El resultado: más de 70 expedientes de procesos, algunos de ellos con más de 200 páginas. El motivo es que en ellos se contaba cada caso con todo lujo de detalles y que podía haber en cada juicio más de 80 denunciantes sobre la misma persona, además de testigos directos e indirectos. “Con la Inquisición, eras culpable hasta que se demostrara lo contrario”, recuerda el historiador.
El proceso de la villa de Pareja, también conocido como “Las Brujas de Barahona” (se decía que hasta allí iban volando acompañadas de sus demonios) es un ejemplo “referencial” en la historia de España que quedó sepultado en el olvido por la trascendencia y la cantidad de personas procesadas que hubo posteriormente en Zugarramurdi. Sin embargo, los seis juicios que tuvieron lugar en este municipio de Guadalajara han tenido su impronta a nivel artístico y literario, desde Gustavo Adolfo Bécquer, hasta José Ortega y Gasset, Juan Eugenio Hartzenbusch y Francisco de Goya.
Los procesos se sucedieron en dos periodos con 31 años de diferencia (1527 y 1556), afectando a dos generaciones de mujeres, madres e hijas, del clan de “Las Morillas”. “Hay confesiones de la bruja clásica, que prepara sus ungüentos, que se reúne con un círculo cercano y se va volando a hacer los conventículos o juntas”, donde principalmente comían, bebían y realizaban actos sexuales, detalla el autor. Recuerda que entonces no podían denominarse “aquelarres” porque esta palabra es un “elitismo” del euskera que procede del siglo XVIII, por lo que en los procesos anteriores tal referencia no existe.
Uno de los hechos más dramáticos se produce cuando en apenas dos años mueren de 12 a 15 niños menores de dos años en la localidad. “Es posible que la gente estuviera somatizada y tuviera pánico porque las brujas amenazaban con dañar a los niños si no conseguían lo que querían. Pero yo no hago esoterismo, hago historia, y procuro buscar una explicación científica: todos los denunciantes dicen que estos niños mueren entre las 22.00 y las 00.00 horas, justo después de cenar y es posible que hubiera una ingesta de centeno contaminado, el famoso cornezuelo, que producía a los padres visiones (es como un psicotrópico) y a los niños quizás la muerte”, argumenta.
Pero más allá del mito, de los datos y de la historia, Javier Fernández Ortea deja claro que la bruja alcarreña era “ante todo una mujer con necesidad”. “Hay muchos autores que hablan de mujeres cultas y con grandes conocimientos en medicina, una adoradora de ritos paganos, antiguos y ancestrales. Yo no he podido constatar nada de eso en la Aclarria, yo lo que he visto es a mucha gente pobre que tuvo que sobrevivir en un contexto hostil, empujada por la necesidad y la miseria”, concluye.
Javier Fernández Ortea es licenciado en Historia (2007) y Antropología Social y Cultural (2010) por la Universidad Complutense de Madrid. Obtuvo la maestría en Gestión y Liderazgo de Proyectos Culturales (2013) en la Universidad Rey Juan Carlos y el título de especialista en Virtualización del Patrimonio por la Universidad de Alicante (2015). Se doctoró en historia y arqueología (2021) con una calificación de sobresaliente cum laude.
Ha ejercido como arqueólogo profesional en numerosos proyectos en toda España, destacando –en Guadalajara– la dirección de las excavaciones en Caraca o la realización de la carta arqueológica de Sigüenza. En la actualidad compagina su labor investigadora con la docencia, como profesor de Bachillerato.