Manuel Ruiz Toribio, el fotógrafo castellanomanchego que retrata el mundo rural
En cierta ocasión preguntaron a Sebastião Salgado si lo que él hacía era estética de la miseria, a lo que el genial fotógrafo respondió: “¡Y una mierda! Fotografío mi mundo”. Salgado pertenece al sur, igual que Ruiz Toribio pertenece a La Mancha. Su mirada cotidiana, su objetivo cercano, la vuelve universal a pesar de alejarse de los tópicos. En su fotografía se presenta su mundo, sincero y desnudo, con los surcos en la cara y las grietas en las paredes. “Pase usted, señor Manolo”, parece decir el pueblo que le abre las puertas de su alma. El fotógrafo entra y con su mirada nos descubre un universo poblado de panaderos y pasteleros, de armaos, de blondas y de encajes. Un mundo que parece deshacerse entre los dedos y convertirse en esa arena que cae por el reloj, marcando el sino de los tiempos.
Manuel, el fotógrafo, hijo de Florencia, nieto de Candidín y Manuela, hermano de Domingo. Manolo, el fotógrafo de siempre, el que nos vio reír y llorar, el que siempre estaba ahí para fotografiar la vida. El que fue al Amazonas y a la India a fotografiar la extrañeza. El que regresó para descubrir los misterios que escondía el Guadiana y que en su nuevo fotolibro “Almagro. En un lugar de la Tierra” (Alambre Ediciones 2020), retrata la esencia de una forma universal de habitar el mundo mirando a los ojos.
En tu nuevo fotolibro dedicado a Almagro recuperas un poco ese sentido casi sagrado que tenía la fotografía analógica de inmortalizar un momento muy especial
Es posible. En este libro los retratos son muy formales, no hay contraplanos, no hay coches y he tratado de hacer una fotografía muy tradicional. En cierto sentido, hemos despreciado la fotografía documental de nuestro propio entorno y se prima más el trabajo fotográfico sobre grandes urbes como Nueva York o París.
Los textos de tus libros están siempre muy medidos. 'Guadiana' comienza con una dedicatoria “A Florencia, la hija de Candidín y de Manuela. La madre de Domingo y de Manuel” y hasta el final del libro no encontramos nada más.
Creo que sí debe haber algo de texto en los fotolibros, pero no me gusta que tengan un prólogo en el que se halague el trabajo del fotógrafo. Tampoco me gusta que se describa una fotografía, pero si me gusta algún breve texto que de otro tipo de explicaciones. Las fotografías deber hablar por sí mismas, o por lo menos a mi me gusta que mis fotografías hablen por sí mismas, lo único que pongo es una posdata para nombrar a los personajes y los sitios que aparecen.
¿Llevas muy pensada la fotografía que quieres realizar o te gusta más el descubrimiento inesperado?
Mi fotografía es de esperar mucho. Nunca tengo prisa. Normalmente tengo pensada cómo quiero hacer una fotografía y cómo quiero que quede, pero cuando llegas al sitio la realidad te emborrona la idea. Por ejemplo, en 'Guadiana' quería hacer una fotografía del puente de la trashumancia en Villarta de los Montes, un puente medieval que se tragó el pantano. En el estudio ya he preparado la luz y el plano que quiero pero, cuando llegas allí, no te cuadra. Otras veces, cuando llegas al estudio y visualizas las fotos, piensas en qué si volvieras al lugar harías otra cosa. A veces puedes hacerlo. Hice más kilómetros para hacer 'Guadiana' que para el trabajo del Amazonas.
La autoedición de un fotolibro es una empresa bastante arriesgada…
Si lo editas sin apoyo, te puedes dar un golpe bastante importante, porque es complicado recuperar la inversión de un trabajo que te ha costado mucho esfuerzo en tiempo y en dinero. Además me gusta cuidar mucho los detalles de mi trabajo. Estos dos últimos trabajos están diseñados por Jaime Narváez y tienen un importante trabajo de preimpresión para que los tonos sean cálidos.
Durante décadas fuiste el fotógrafo de la Agencia EFE para Ciudad Real, una relación que no terminó demasiado bien.
Estaba de corresponsal en Ciudad Real, aunque no había demasiadas fronteras y también hacía coberturas en Toledo o Albacete. Pero yo era el fotógrafo de aquí, de Ciudad Real de la agencia EFE, pero era un falso autónomo y acabé denunciando. Gané el juicio, pero me echaron. Además, nunca he entendido por qué ser de provincias supone que no te den bola y tengamos que estar toda la vida en el mismo puesto. Después ya no he vuelto a la prensa diaria.
Comparado con la actualidad, eran buenos tiempos para la prensa. Hoy hasta es raro encontrar fotógrafos de prensa en provincias y muchas veces se encarga al redactor que haga sus propias fotos.
También a veces me pedían que hiciera el texto. Estuve como cuatro años en la Guía Repsol con un amigo, él escribía y yo hacía las fotos. Le salió otro trabajo, así que no tuve más remedio que hacer también los textos que acompañaban a las fotos. La prensa local anda bastante fastidiada al desaparecer las ediciones impresas porque depende básicamente de la publicidad institucional para sobrevivir. Pero no es una cuestión sólo de la prensa local. Esta mañana he estado leyendo El País en papel y me preguntaba cuánto tiempo pasamos viendo una fotografía. Apenas nos paramos en ellas.
Parece difícil salirse del camino trillado cuando se hace fotografía institucional…
Lo que más llama la atención de una fotografía cuando la vemos impresa es cuando captura un instante fugaz, un gesto, un movimiento casual. Durante mis años en prensa, trataba de irme el último buscando captar esos instantes, porque en la mayoría de las ocasiones la fotografía institucional es bastante estática salvo esos momentos efímeros. No concibo al fotógrafo que va con prisa a los sitios y que parece que no le gusta lo que está haciendo, ese siempre sacará las mismas fotos aunque lleve cuarenta años trabajando como fotógrafo. Aunque no sólo cuenta el fotógrafo, sino también los propios directores o redactores de los medios que elijan unas fotografías u otras. Si siempre se publican las fotografías más convencionales, el fotógrafo deja investigar y experimentar.
¿Cuál es la clave para que distingamos una buena fotografía?
En la actualidad hay un montón de tendencias en la fotografía. En un principio, la fotografía era la criada de las artes, como dijo Baudelaire, pero ahora tiene un lenguaje propio y la gente distingue una buena fotografía, no hace falta tener un discurso. Una buena fotografía te llama, te atrapa, a pesar de que estemos en un mundo lleno de imágenes. Imagina a gente como Manu Brabo, que ganó el Pulitzer por sus fotos en la Guerra Civil de Siria. Parece mentira que metido entre bombazos seas capaz de crear tu propio lenguaje con desenfoques o buscando luces.
¿Eres un friqui de la tecnología?
Nada de eso. Alguna vez me he dado un capricho, como comprar un Leica a un amigo para hacer algún trabajo en blanco y negro, pero normalmente llevo la cámara y un objetivo. Ya está. Porque lleves una cámara mejor no vas a ser mejor fotógrafo, lo importante es la mirada.
¿Por dónde camina la fotografía?
Hace unas semanas asistí a Fiebre Photobook, una feria del fotolibro de autor. En estas ferias, el fotógrafo hace unas presentaciones para tratar de vender su libro y me dí cuenta que todos tenían un gran lenguaje y trataban de ser originales en sus exposiciones. Al acabar tuve la sensación de que todos tenían el mismo discurso, la misma forma de hablar, todo igual, me recordó al fotógrafo mexicano Álvarez Bravo, cuando decía aquello de “Como dice el Evangelio, copiaos los unos a los otros”. Me pareció curioso ese lenguaje unificado para tratar de salirse de la fotografía convencional y ser un poco artistas. A mí personalmente el fotógrafo artista me rechina un poco.
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