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En este comienzo de mes confluyen dos momentos: los cien días de gobierno en las comunidades autónomas, municipios y provincias y el comienzo del curso político. Y, estimados lectores, todo es una metáfora del momento que vivimos: vaciamiento político y gobierno estéril de ideas y realizaciones.
Hablábamos en estas líneas antes del concurso electoral de la necesidad de que del gobierno de lo público, en materia de patrimonio cultural, se ocupasen las élites que tuvieran preparación, vocación y sensibilidad en todo lo concerniente a un campo tan frágil y valioso como es la gestión del patrimonio cultural, y ya ven los resultados: los partidos políticos se han hecho cargo de los asuntos en esta materia al ganar las elecciones o mediante pactos que les han permitido ocupar esos puestos.
Para ello se han tenido en cuenta cuotas de poder, de género o equilibrios territoriales, aspiraciones previas, agradecimientos y servidumbres. De esta forma se ha justificado en las notas de prensa la elección del cargo, se ha buceado en los currículos, en los méritos académicos o en la adscripción a asociaciones, grupos o movimientos que algo tuvieran que ver con el patrimonio cultural…, o similar.
¿Y qué se ha hecho? En muchos casos se ha actuado en “negativo”, es decir, haciendo lo contrario que aquello que desarrollaba el oponente político al que sustituimos. Si antes se hacia esto, ahora no lo hacemos o realizamos lo inverso. Si antes se contrataba a fulanito o menganito (amigos de aquellos) ahora lo haremos con los nuestros.
Como en los programas electorales no se decían más que vaguedades: “¡Cuidaremos de nuestro patrimonio cultural!” o “¡defenderemos nuestra identidad cultural, nuestras tradiciones!”. Poco o nada más se puede añadir tras ocupar el puesto, sino dejar hacer. De esta manera, en estos 100 días que se suelen dar, dentro de la corrección política, para que el gobernante demuestre su valía, nada esperábamos y nada se ha producido, salvo la ejecución de las partidas presupuestarias procedentes de fondos europeos ya adjudicadas.
Por lo pronto, el periodo que se necesita para designar a los cargos públicos se ha dilatado en exceso demostrando la falta de iniciativa y de urgencia en hacer las cosas, como si ya la desgana formara parte de lo que nos espera durante los cuatro años siguientes. ¡Vacaciones, argüirán como justificación de la inacción de los jefes! Pero, es que ni siquiera se han esbozado por los nuevos responsables del área el proyecto que se supone tenían en mente para desarrollar.
¿Nos lo presentarán ahora, en el inicio del curso escolar?
Estaremos pendientes de las “programaciones de legislatura” que, de seguro, nos anunciarán estos días y, ojalá, a final de año podamos realizar un balance de algo tangible.
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