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Todo lo encuentro en los Carnets de Albert Camus. El vacío que dejan tras de sí las grandes experiencias, el gran testigo de un tiempo. Muere relativamente joven en un accidente de tráfico. Su silencio se va agrandando cada día, vivía a la velocidad de un automóvil en una Francia de plátanos de sombra en las carreteras. Del accidente nadie salió indemne. El sol de Italia a las seis menos cuarto de la mañana, en el Lungomare de Bari un 21 de marzo. El mar y el cielo de un azul luminoso, una estampa por otro lado del todo kitsch, en poco tiempo descolorida. Me la llevo, no como algo que le arranco al tiempo, sino como una promesa de ser, o un refuerzo que te sostiene como el apuntalado sobre el muro de un edificio que podría derrumbarse.
“Buscar a un hombre que lo vuelva a uno lento” decía Canetti, y continuaron los días sin que esta frase me abandonara. Ahora más que nunca no renunciaba a ir junto a alguien para un largo paseo peripatético a través del mundo. Su manera de caminar era lenta y constante. A lo lejos el caminante parece detenido, como los ríos a cierta distancia. Sentí que se trataba más de fluir, de sentirlo todo de una manera leve y constante. Ahora mucho más lento que hace mil años gracias a la falta de inercia. No era fácil encontrar a ese hombre que lo vuelva a uno lento. Seguía buscándolo, podría estar allí, más allá de aquellas crestas que llevan a una llanura vacía más allá de la autovía.
Pensaba en todo y en nada, en “El hombre que lo vuelva a uno lento”. Unos días después: cuántas cosas has dejado y cuántas te han dejado, como no puedes olvidarlas las sumas y las restas, parecen charcos en una tierra arcillosa, un lugar incapaz de drenar las aguas de las lluvias; el tiempo en ti no drena bien los días, es tu lluvia eterna. En abril todo parece un largo e interminable día lluvioso. Los ojos se queman en la lluvia. La mirada detenida, una mirada ovina, una mirada que solo sirve para ir, para alejarse en un avanzar sin sentido, y “El hombre que lo vuelva a uno lento” nunca llega. Él murió en un accidente de tráfico en una carretera de Francia.
Un país no descansa nunca. Cuánto me gustaría vivir en un país que descansa largos años. Cosas que no podríamos hacer con las manos: nidos, los nidos se hacen con la boca. Contra las teorías este cañaveral enfilado entre un arroyo y el camino para proteger del aire los campos. No se oye chocar las cañas sino frotarse unas a otras, un siseo azul más bien trágico y desasosegante. Torticeras tórtolas que hablan cada mañana en la radio, alambrar palabras para protegerlas de la nada. Sobre alguien que conocí no hace mucho tiempo: Conozco al hombre que lo vuelve a uno lento decía, parecía que no quería vivir así, con tanta voluntad. Cuántas ganas de vivir decía, pero también se lo decía a sí mismo; hacia dentro esas palabras alimentan, se quedan en la boca como animales con miedo, apenas salen a la luz. También decía otras cosas, sabía algunos poemas de memoria, pero dejaba huecos en la memoria para que en un futuro esta se llenase de otros recuerdos actuando así como una falsa memoria.
Mira el falso techo del cielo, decía, y así iba dirigiendo las ramas de los frutales, atándolas entre ellas para que siguieran esta o tal dirección. La falsa acción de los pasos que te llevan allí donde no quieres ir. De noche, tras los días lluviosos, esta oscuridad, esta, la de siempre, parece lo más viejo del mundo, ante ella los días palidecen. Pensar, pensar, pero ya no quería pensar tanto, solo vivir hacia todos los lados, y sentirlo todo de otra manera más lenta, como síntomas de una enfermedad, y sentir al otro como un síntoma de lo que soy. Los síntomas de la vida extienden más la existencia y la contraen más profundamente. Pero siempre me contradigo y me apalea el viento. Ellos, mis fantasmas, escriben también, no saben hacer otra cosa, todo lo demás termina siendo escrito, y ellos nunca desaparecen del todo en ello. Se ve un brazo, o la ropa que ha dejado en la orilla antes de desaparecer en las aguas.
Crudo, crudeza, pero aún más crudas saben Roh y Rohheit, las dos “h” atragantan, en otras ocasiones parecen cocidas por la inhumanidad. Otro día me llegan noticias del hombre que lo vuelva a uno lento. Se encuentra allí, a dos días a pie. Me encamino, pero voy demasiado despacio y temo no llegar nunca a una hora prudente. Perfomances cada vez más absurdas y violentas. Le doy todas las palabras que puedo, decía una historia: no dejes de hablar para mantenerles con vida. En otra historia se oye: lo que va cambiando del cielo, en el todo tiende a desaparecer. Otro habla a través de ti, otros también saldrán por tu boca enteros, un parto por la boca. Ahora te oyes en otros.
Solo veo árboles con hojas nuevas allí, mientras voy al encuentro del hombre que lo vuelva a uno lento. Aquellos árboles en el momento en el que las hojas estallan, fresnos o mal llamados por los diletantes Fraxinus. No hay un día o un momento exacto para el día de la irrupción. “Aniversarios: puntos de empalme del malentendido” sostiene Canetti. Rompen las yemas en sucesivas oleadas de instantes. El no dolor se expresa de la misma forma que una irrupción dolorosa. Esa es la gracia, tampoco hay una espera a lo que sobreviene.
De pronto lo notas, está ahí, como tú frente a aquel que lo vuelva a uno lento. Solo que no son más que fresnos alineados junto a un arroyo desbordado por la crecida. Fresnos, Fraxinus, o Phraxis, “separación” o fractura, fácilmente se rajan sus ramas. La sombra de estos árboles será buena dentro de poco. Más allá un observatorio de aves, ver sin ser visto, amar sin ser amado, escribir sin ser leído; para esto se necesita una gran convicción. A los sueños no les sientan bien las palabras, como al cine mudo ciertos diálogos o frases al pie de la pantalla.
Y como un turista cansado de ser ya siempre un turista no me atreví a decir en mucho tiempo que no regresaría una vez más al mar. Seguía buscando todos los días al hombre que lo vuelva a uno lento
Oí una vez: “Yo les dejaba sin agua para que aprendan” Se puede oír lo peor, sobre todo lo peor más que lo mejor de lo bueno. También lo que se calla, en lo que se queda dentro se da lo peor, lo peor de lo malo gana a lo mejor de lo bueno. Mandíbulas de aire arrancando el aire. Debe existir en lo humano una ley como existen leyes en las de la naturaleza. Leyes para la luz y el aire. Lo divino es altamente imperfecto. Durante otro día, y muy cerca de estos lugares, al encuentro del hombre que lo vuelva a uno lento, recién levantado le dije a alguien: He vuelto, pero cuántas veces ya, que no recuerdo la primera vez, y aún, como un aviso sin palabras, en una ráfaga de aire, o un palo que cruje, tengo que preservarme de las próximas veces en las que regrese de nuevo. Y como un turista cansado de ser ya siempre un turista no me atreví a decir en mucho tiempo que no regresaría una vez más al mar. Seguía buscando todos los días al hombre que lo vuelva a uno lento.
Todo salía de los Carnets de Albert Camus. Murió joven en un accidente de tráfico. Él, que calificó de «idiota» la muerte Fausto Coppi al chocar su coche con un árbol en una carretera de Italia, un día antes de que a él le ocurriera lo mismo en una carretera de Borgoña. Al menos ese pájaro, o ave negruzca, cada mañana, casi siempre a la misma hora pasa como una flecha delante de mis ojos. Se clava en mis intuiciones, en el blanco de mi nada. Esta situación es real, verídica. Al volver al lugar después de algún tiempo corto o más dilatado, esa ave o su sustituta cruza la mirada como una flecha ¿Soy el arquero que tensa el arco del mundo? ¿Hay un arquero ahí entre aquellos matorrales? ¿Estás tú allí? Tú eras el arquero de los sueños.
Después de innumerables días llamo a ese pájaro o ave la flecha. El arquero es cualquiera. El ave vuela haciendo en el aire un arco suave en la luz del día. Debe clavarse un poco más de aquellos árboles. Detrás de aquellos árboles mejor que delante, estás debajo del texto, aunque este hable de aves que se esparcen en los aires, y de caminos engañosos hacia lugares desplazados, y de una soledad absoluta. Pon montañas delante sin el temor de tener que darles nombre a los collados y a las cimas, a los cauces del deshielo. Lo llamo orografías negras. Ese nombre y ese lugar también te gustaban. Debajo del texto está todo, a un palmo o a una cuarta. Otro habla a través de ti, otros también saldrán por tu boca enteros, un parto por la boca.
Ahora te oyes en otros. A la muerte hoy le dices tú: y se termina quemando ese tú en la boca. Uno está haciendo una ruta a pie por una tierra de paisaje monótono, en ocasiones árida, pedregosa, los arbustos se agarran con fuerza al subsuelo, siempre acercándose a aquellas montañas que día a día van perdiendo el azul, cuyas líneas aparecen ya perfiladas en el cielo de Abril. E igual que tú, ese “uno” ese viajero, por lo general, un poco después de la madrugada, con las primeras luces se encamina sin haber pronunciado palabra alguna, no para preservar su silencio, y si el del mundo, sabiendo que para guardar ese silencio sagrado, no cogerá llamada telefónica alguna, no hablará con nadie.
In memoriam de Óscar Ayala.
Todo lo encuentro en los Carnets de Albert Camus. El vacío que dejan tras de sí las grandes experiencias, el gran testigo de un tiempo. Muere relativamente joven en un accidente de tráfico. Su silencio se va agrandando cada día, vivía a la velocidad de un automóvil en una Francia de plátanos de sombra en las carreteras. Del accidente nadie salió indemne. El sol de Italia a las seis menos cuarto de la mañana, en el Lungomare de Bari un 21 de marzo. El mar y el cielo de un azul luminoso, una estampa por otro lado del todo kitsch, en poco tiempo descolorida. Me la llevo, no como algo que le arranco al tiempo, sino como una promesa de ser, o un refuerzo que te sostiene como el apuntalado sobre el muro de un edificio que podría derrumbarse.
“Buscar a un hombre que lo vuelva a uno lento” decía Canetti, y continuaron los días sin que esta frase me abandonara. Ahora más que nunca no renunciaba a ir junto a alguien para un largo paseo peripatético a través del mundo. Su manera de caminar era lenta y constante. A lo lejos el caminante parece detenido, como los ríos a cierta distancia. Sentí que se trataba más de fluir, de sentirlo todo de una manera leve y constante. Ahora mucho más lento que hace mil años gracias a la falta de inercia. No era fácil encontrar a ese hombre que lo vuelva a uno lento. Seguía buscándolo, podría estar allí, más allá de aquellas crestas que llevan a una llanura vacía más allá de la autovía.