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Acabáis de iniciar un largo viaje a Ítaca, amigos griegos. Y dicen que el camino está lleno de peligros, con voraces caníbales dispuestos a tragar de un bocado a vuestros hijos, con gigantes monstruosos y hercúleos que pretenderán hundir vuestras naves, y en medio de un océano agitado que embestirá inclemente contra ellas para impediros seguir hacia delante.
Mas no temáis, que os alienta el espíritu de Cavafis, un poeta bien querido. Y no temáis, porque, como él sugiere, no existen los caníbales voraces que maten y devoren tiernos niños, ni existen los gigantes poderosos que lancen toneladas de granito al paso decidido de las naves, ni existe un mar malvado, omnipotente, que rija el movimiento de las olas, si no les dais cabida en vuestras almas.
Si no creéis que vuestros acreedores sean más miserables que invencibles, que los corruptos y especuladores no deban someterse a la justicia, que el poder absoluto de la Troika haya de gobernar a nuestros pueblos; si no creéis en tan malos agüeros porque vuestras almas se encuentran limpias, no temáis al camino, amigos griegos.
Pedid, por el contrario, con Cavafis, que el camino sea largo y sorprendente, para que disfrutéis con las sonrisas de los niños que coman y que estudien, de los abuelos que vivan en paz, de los sin techo por fin cobijados, de los desahuciados en sus viviendas, de todos los enfermos atendidos, de los parados con trabajo digno, también de los pequeños empresarios que logren ver el sol cada mañana, y de los hijos regresando al fin de más allá del mar y las montañas.
No importa si no llegáis a Ítaca. Lo que importa es que habéis iluminado el camino de Ítaca a otros pueblos. Y por eso vuestro feliz intento ya ha valido la pena, la ha valido. Así que, enhorabuena, amigos griegos, muchas gracias por vuestra lucidez y, «buen viaje», como dice Lluis Llach, «para los guerreros que a sus pueblos son fieles».