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Fiel a los principios que nos animan, somos críticos con la gestión que sobre nuestro patrimonio cultural hacemos, hoy, fijándonos en las buenas prácticas, lo extraemos de un periplo realizado a varias poblaciones (no capital) sevillanas. Gestión municipal o eclesiástica, fundaciones públicas o privadas, el patrimonio cultural ha pasado a ser una seña de identidad y generador de riqueza.
Iglesias, palacios, espacios musealizados, yacimientos arqueológicos… la Bética nos muestra una rica superposición de épocas, estratos culturales o identidades, pasadas y presentes, pero también aspiraciones futuras. Por recomendar, lo haremos de varios espacios: la colegiata de Osuna, cofre de verdaderos tesoros de arte; el museo municipal de Écija, muestra de musivaria extraordinaria o la ciudad de Carmona, que ofrece un magnífico casco histórico producto de una superposición milenaria. Y un ejemplo de gestión: el antiguo Hospital de la Resurrección de Jesucristo de Utrera.
Esta última institución, producto de la malograda vida del joven Juan Ponce de León y del empeño de su madre, Catalina de Perea y Barrios, es hoy un espacio vaticano que, bajo unas rígidas mandas testamentarias, mantienen rentas y objetivos fundacionales. Y, lo que es ahora novedoso, en las que fueran salas hospitalarias y dependencias -pulcramente conservadas- ofrece al visitante un magnífico museo, capilla, archivo y biblioteca en donde se promueve una interesante labor investigadora, actividades culturales y de difusión de manos del conservador del área cultural de la Fundación, Jesús Mena.
Así, la acción de la Fundación del antiguo Hospital de la Resurrección es un ejemplo de puesta en valor en una población maltratada por el urbanismo mal planteado y el desarrollismo de épocas pasadas, fruto del cuál es el estado ruinoso de la fastuosa iglesia de Santa María. Por contra, la parroquia de Santiago lucha por restaurar su fábrica y recuperar patrimonio material (cripta y mundo funerario, piezas artísticas) e inmaterial (toque con volteo de campanas, manifestaciones cultuales); los círculos teatrales por mantener el legado de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero y el uso del teatro municipal o el Ayuntamiento, que lidera el proyecto para rescatar los restos de lo que sería la sinagoga que permitirá poner a Utrera en el mapa de las juderías de España.
Claro está que también hemos observado los desastres que el desarrollismo y los malos planteamientos urbanísticos han hecho sobre el patrimonio cultural, el problema del mantenimiento del patrimonio eclesiástico –especialmente el conventual-, o de los grandes complejos palaciegos que nos ha legado el barroco en esa rica campiña del Guadalquivir, el distinto tratamiento dado a los potentes yacimientos romanos de la zona o la más o menos dinámica gestión turística de cada uno de los municipios.
Fiel a los principios que nos animan, somos críticos con la gestión que sobre nuestro patrimonio cultural hacemos, hoy, fijándonos en las buenas prácticas, lo extraemos de un periplo realizado a varias poblaciones (no capital) sevillanas. Gestión municipal o eclesiástica, fundaciones públicas o privadas, el patrimonio cultural ha pasado a ser una seña de identidad y generador de riqueza.
Iglesias, palacios, espacios musealizados, yacimientos arqueológicos… la Bética nos muestra una rica superposición de épocas, estratos culturales o identidades, pasadas y presentes, pero también aspiraciones futuras. Por recomendar, lo haremos de varios espacios: la colegiata de Osuna, cofre de verdaderos tesoros de arte; el museo municipal de Écija, muestra de musivaria extraordinaria o la ciudad de Carmona, que ofrece un magnífico casco histórico producto de una superposición milenaria. Y un ejemplo de gestión: el antiguo Hospital de la Resurrección de Jesucristo de Utrera.