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“La cólera de los agricultores”. Así viene titulando en los últimos días el diario francés Le Monde sobre las protestas de los agricultores, primero en Alemania y después en Francia. La llama que prendió la mecha de las protestas es, en ambos países, la política relativa al gasóleo agrícola, combustible esencial, hoy en día, para la gestión de las explotaciones agrarias. La eliminación de las bonificaciones al impuesto al gasóleo, el incremento de las tasas o incluso nuevos gravámenes a los tractores y resto de maquinaria agrícola que utiliza este combustible, han puesto en pie de guerra a los agricultores de un buen número de países europeos.
Conviene recordar que, en España, el Gobierno ha mantenido la bonificación del impuesto especial de hidrocarburos para los profesionales de la agricultura. Y que venimos de un 2023 excepcional en cuanto a ayudas públicas nacionales para los agricultores y ganaderos. Quizá por ello todavía no se han producido protestas similares a las de nuestros socios comunitarios.
Pero la paralización de Berlín o el corte de todos los accesos a París, con un alto apoyo social, no son simplemente una queja por el impuesto al gasóleo. Es algo más.
La PAC sigue siendo compleja, difícil de entender para los pequeños y medianos agricultores, particularmente en España donde las ayudas siguen basándose en lo que se producía hace más de veinte años, con diferencias entre regiones y entre productores. Y también por la poca simplificación en la gestión de las ayudas, lo que dificulta la gestión de las pequeñas y medianas explotaciones familiares.
Por otra parte, los objetivos medioambientales del Pacto Verde europeo son ya el mayor argumento de la PAC. Y ello es coherente con la política europea y con la acuciante necesidad de combatir la amenaza climática. Pero, hay que hacer más pedagogía con los agricultores y ganaderos que son los que, a través de sus compromisos ambientales, en sus explotaciones implementan, en la práctica, el Pacto Verde.
Muchas veces, sobre todo los agricultores y ganaderos más pequeños, con explotaciones familiares, se sienten los “paganos” de esta nueva política, alejados de los centros de decisión e incomprendidos por la población urbana. El descontento tiene mucho que ver con esta situación. Ayudaría mucho un cambio de paradigma en la percepción social del campo, para lo que son necesarios mensajes audaces y valientes desde la política. Mensajes renovados y modernos, como hacen ya algunos jóvenes desde sus propias explotaciones, de los que representan, de verdad, a los agricultores y ganaderos.
Es un buen momento para arriesgar y cambiar las cosas. El campo lo necesita.
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