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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Debilitar la democracia

En Castilla-La Mancha, y es de suponer que en el resto del país, lo que la ciudadanía espera de sus representantes es que estén dispuestos a batirse el cobre en la defensa de una sanidad y una educación públicas de calidad; por el cambio radical de un sistema económico que condena al paro a millones de personas; para jamás se expulse a nadie de su vivienda; por garantizar que los más desprotegidos, como dependientes sin recursos, gocen de una calidad de vida razonable; para que la mujer sea la única dueña de su propio cuerpo; por que ni un solo inmigrante muera buscando simplemente sobrevivir; por que los jóvenes no tengan que emigrar a otros países para encontrar trabajo; para asegurar el acceso de todos a la cultura; por que los investigadores dispongan de medios para seguir contribuyendo al progreso del país; para que los corruptos y los deshonestos purguen por sus pecados; para que la gente honrada y honesta encuentre sin dificultad un lugar bajo el sol; por el futuro de nuestros niños y el bienestar de nuestros mayores; por que los ricos no sean cada vez más ricos y los pobres más pobres. Lo que esperan, en fin, los ciudadanos es que quienes los representan no cejen en la lucha por un mundo más justo y solidario, donde cada uno aporte según su capacidad y reciba según su necesidad, y en el que la libertad de cada cual sea la condición sine qua non de la libertad de los demás.

Este es nuestro deseo; esta, nuestra necesidad. Y a esto deben responder nuestros políticos en general y nuestros diputados regionales en particular. Y si para ello es preciso que se dediquen en cuerpo y alma, es decir, exclusivamente, a su trabajo, que lo hagan; y si es a cambio de un salario digno, no abusivo, que así sea, como es natural. Queremos representantes independientes, que vivan, como cada cual, de su trabajo, aunque sea de carácter político, como en este caso. Y si surgen líderes curtidos en la brega por causas nobles (líderes obreros o jornaleros del campo, o de ONG, o de plataformas antidesahucios, o líderes feministas, pacifistas, culturales, ecologistas, o de yayoflautas), merecedores de la confianza de sus conciudadanos para representarlos, que no lo impida la falta de un salario, que no se vean abocados a buscarse la vida por caminos espurios, a «poner el cazo», como se dice en nuestra tierra.

Y otra cosa, es preciso que, en nuestra región, como en las demás, nuestros representantes en el Parlamento reflejen fielmente la diversidad económica, social y política de la misma, porque así es aquí la realidad de cada día; para ello, se requiere, como es lógico, un número mínimo de diputados que garantice la presencia en las instituciones del pluralismo propio de la sociedad castellano-manchega.

Por tanto, y visto lo cual, nos parece que quitar la dedicación exclusiva a los parlamentarios regionales, dejarlos sin sueldos fijos y reducir a la mitad su número, como demagógicamente han llevado a cabo Mª Dolores (de) Cospedal y su muchachada, no robustece la democracia, sino que la debilita. Pero tal vez de eso se trate, de debilitarla para hacerla prescindible, para sustituirla por un puñado de tecnócratas al servicio exclusivo, ahora sí, de poderes no democráticos, no avalados por la ciudadanía en las urnas y que, desde luego, no necesitan salarios porque les sobra y les basta con los beneficios astronómicos de sus negocios especulativos.

En Castilla-La Mancha, y es de suponer que en el resto del país, lo que la ciudadanía espera de sus representantes es que estén dispuestos a batirse el cobre en la defensa de una sanidad y una educación públicas de calidad; por el cambio radical de un sistema económico que condena al paro a millones de personas; para jamás se expulse a nadie de su vivienda; por garantizar que los más desprotegidos, como dependientes sin recursos, gocen de una calidad de vida razonable; para que la mujer sea la única dueña de su propio cuerpo; por que ni un solo inmigrante muera buscando simplemente sobrevivir; por que los jóvenes no tengan que emigrar a otros países para encontrar trabajo; para asegurar el acceso de todos a la cultura; por que los investigadores dispongan de medios para seguir contribuyendo al progreso del país; para que los corruptos y los deshonestos purguen por sus pecados; para que la gente honrada y honesta encuentre sin dificultad un lugar bajo el sol; por el futuro de nuestros niños y el bienestar de nuestros mayores; por que los ricos no sean cada vez más ricos y los pobres más pobres. Lo que esperan, en fin, los ciudadanos es que quienes los representan no cejen en la lucha por un mundo más justo y solidario, donde cada uno aporte según su capacidad y reciba según su necesidad, y en el que la libertad de cada cual sea la condición sine qua non de la libertad de los demás.

Este es nuestro deseo; esta, nuestra necesidad. Y a esto deben responder nuestros políticos en general y nuestros diputados regionales en particular. Y si para ello es preciso que se dediquen en cuerpo y alma, es decir, exclusivamente, a su trabajo, que lo hagan; y si es a cambio de un salario digno, no abusivo, que así sea, como es natural. Queremos representantes independientes, que vivan, como cada cual, de su trabajo, aunque sea de carácter político, como en este caso. Y si surgen líderes curtidos en la brega por causas nobles (líderes obreros o jornaleros del campo, o de ONG, o de plataformas antidesahucios, o líderes feministas, pacifistas, culturales, ecologistas, o de yayoflautas), merecedores de la confianza de sus conciudadanos para representarlos, que no lo impida la falta de un salario, que no se vean abocados a buscarse la vida por caminos espurios, a «poner el cazo», como se dice en nuestra tierra.