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Epifanías

Foto: Carina Anselmo Valente

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En 1971 Canetti escribe en uno de sus breves apuntes: “¿Con cuánto odio puede devastarse el mundo? ¿Cuándo opondrá resistencia?”. Quizás una vociferante piedra ya lo esté proclamando. Ahora, ahora. “Helada. Sí, sale el sol, aunque sea a través de un velo de niebla alta”. E.J. Con un puñado de viejas palabras ya tenemos el mundo descrito. Lo mejor es no estar seguro de lo que se dice, y desplazar esa duda e inseguridad por el lenguaje. Hablar a los otros siempre es más difícil que escribir para nadie.

Sí, existe el oficio del arrancador de raíces, el cuajero o cuajador. Insustituible ha desaparecido del mundo. Apenas utilizaba las manos para esta labor. Lo hacía todo con la palabra. No se arrancan árboles de cuajo, primero se talan, esto se puede llevar a múltiples tareas o circunstancias. O como ciertas enfermedades que se curan por interposición de manos.

Las pocas palabras que me quedan y me sobreviven me cercan. Soy un prisionero de mi lenguaje. Hasta que no lo destruya totalmente.

Helada negra, ninguna señal de escarcha, él las registra y habla de cosas quemadas por el frío. Sin la protección del hielo y la escarcha el frío entra dentro y quema la boca. Quema también un amor en ciernes, o termina por rematar los tiernos brotes de uno más viejo.

Estos no son días para salir a caminar ¿Te dice el aire? El aire toma tu voz, pero son tus palabras, a las que normalmente no haces demasiado caso. Ocurre durante algunos días de invierno, más que en curso del largo verano. Morir de frío o abrasado. Durante el verano caminábamos por aquel paisaje de noche.

Como castigo en las primeras noches de enero, pespuntar sus frases más ingeniosas e hilvanar su silencio. Era el sastre de sus nombres.

Días de chuches. “Aniversarios: puntos de empalme del malentendido” ¿Y no había utilizado ya esta cita antes? ¿En qué se diferenciaban estos aniversarios del simple rememorar? Y había cada vez más aniversarios. Ahora podías cruzar el río saltando las piedras del alpendre, en el vado, sin mojarte. Apenas fechas vacías. ¿Y qué podría rememorarse para apuntalar el mito? Días de chuches. Si celebras el frío sin sentirlo, y la muerte sin que estuviera presente nada. Fiestas átonas. Habían perdido toda su alma y esencia. Días de chuches.

¿Con qué frase o sucesión de palabras comenzaría el año? Había decidido aguantar el máximo tiempo posible en silencio, tanto como para conseguir un récord. Un silencio de días, de interminables días hasta que al fin nevara, y ese ver caer la nieve, le permitiera decir, a aquel, o a nadie. “Óyela”, “óyela” hasta que acepte tus pasos blancos hasta el río. “Óyela” en el crujir de tus pasos.

Un silencio de días, de interminables días hasta que al fin nevara, y ese ver caer la nieve, le permitiera decir, a aquel, o a nadie

Esta sierra es poderosa, sobre todo desde su cara Sur, caen a plomo sus bloques, cara al valle. Un murallón formidable, ahí tiene su verdadero rostro, el perfil que corta el cielo. Vista desde el otro lado, una sucesión de chepas y espaldas jorobadas. Y ella le decía, llévame a ver la nieve. Ya no hay nieve.

Las mascotas han sustituido a los ángeles. Más cercanas, a su lado fabricas lenguaje, te pierdes en lo que dices. No le das valor a tu sombra.

Cielos de invierno antes de que anochezca. No te engañas con esa poca de luz al final de día. Ni siquiera el amanecer es tan pobre.

Inspiración, aspiración. Inhalaba hasta el henchimiento. No creyó nunca en esa mujer llamada “Muse”. Le resultaba extraño sumergir la mano para escribir, incluso ahí, ahogada, solo sentía la mano, y el miedo a que ella, fête de mains, se la comiera.

Una palabra destinada a morir pronto, terapeuta. Otra palabra sustituirá al “Brujo”. El therapeutes griego no se puede apuntalar en el sufijo tes, ta, agente, como en apóstata, a pesar de ello, le preguntaba, no dejaba de preguntarle en ningún momento, incluso por teléfono a altas horas de la noche, por las dosis. Ella, la therapeutes, se lo daba en pequeñas dosis, muy pequeñas. La alegría homeopática entra por las picaduras del mal. Expóngase, no retroceda. Hable con las piedras, y sobre todo baños de agua muy fría en el jardín al amanecer. Pero yo no puedo cuidarle. La palabra con la que cargo dejó de significar cuidar. En un WhatsApp le escribió 'sé hacer versos, pero duelen'.

La fuerza de la hiedra está en el muro por el que trepa. La asociación de lo débil y de lo fuerte es la más duradera. Ella plantaba hiedra lo más lejos posible de un muro, de las cercas de piedra, o de los palos tutores, y todavía así, esta hierba o yedra se dirigía hacia ellos, tal vez guiado por las voces de más allá de los muros o las casas. La hedera silvestre protege tu casa, le decía, respiras con ella el cielo. Luego hay que saber mirar por la ventana, una ventana que de a la sierra con nieve. El que mira por una ventana se expone.

En el pudor de su desnudez florece.

Escucha a las otras conversaciones en el viejo café de la plaza del reloj, y le gusta intervenir en todas. Dice que se llama “Desierto”, pero para desconcertar les dice, “Soy Medebeer', El señor de las 'e' מִדבָּר.t.

Reutilizar las viejas citas que él ya consagró, como las viejas tejas árabes de una casa caída para las cercas de los semilleros del jardín. Ella por decantación, él por inundación, pero ninguno de los dos son líquidos.

Una ciudad que para él es una tela de araña, y para ella un almacén de sus recuerdos. Del jardín las ortigas, a las que venera por su vivacidad. Es lo único que se salva de las heladas negras de estas noches.

El progresista conservador, la pura coherencia de ser ya a esa edad, transformada en árbol la idea, plantemos tejos y encinas, cuya madera es buena para el fuego tranquilo. Muy rápido arde la leña de eucalipto y de pino. La quietud necesaria para el movimiento constante de las ideas.

Abonaba con cenizas, tenía escritas las “frases de ayuda” También estas palabras abonan, escritas por miedo a olvidarlas. Ayudaba el hecho de que solo eran pronunciadas una vez al año. Después permanecían calladas para hacer su efecto. El mito entra en nosotros como la savia del árbol en la respiración de los ojos.

Una nostalgia que se pudiera pesar, para arrancarle pedazos, para soplarla en el costado, y ver como se desplazaba y escapada de un cuerpo. Ella le quitó los zapatos y se los sacó esa noche al umbral de la puerta.

Me llamó “botarga” sin saber su significado original. Le correspondí con una palabra que durante años intentaba destruir. La abría y la cerraba, para ver qué había dentro, y después cosía con su nombre de pila.

Todo lo que se había propuesto para el inicio del año nuevo, resultaría ya al día siguiente una sucesión de bagatelas irrealizables. Dejar de fumar se hacía tan difícil como dejar de amar. El primer cigarrillo del año le supo a cielo. Un solo beso en el espejo empañado, después de afeitarse, destruiría el mundo. 

El primer cigarrillo del año le supo a cielo. Un solo beso en el espejo empañado, después de afeitarse, destruiría el mundo.

En la chimenea quema papelitos donde ha escrito palabras. Ninguna de esas notas son deseos que quisiera ver cumplidos. Especialista en palabras muertas, también él desea que ya dejen de tener un sentido para él. Así, con ellas en la boca se siente más libre. Algunas son ásperas, otras solo amargan, muchas ya están tan pulidas que ahora son impronunciables. Todas estas palabras acuden a él en masa. Se pone los nombres que le quita a los otros, así conquista el silencio.

Entre tantas almendras sabía cuál de ellas amargaba.

Despertar cada día en un lugar diferente. El extrañamiento como pertenencia al mundo.

Las tradiciones que comenzaron como novedades, por algo fortuito o azaroso. Las que más perduran son las que se revisten constantemente. Las que pierden de vista el su origen.

La nieve llega cada vez más tarde, o no llega siquiera. Ya dejaste de desearla. Tiempos de espera cada vez más aburridos y largos. Sin embargo, miedo a la brevedad, a dejarlo desprovisto, a no llegar siquiera al centro. En una sola frase cabe, pero no es una cuestión de medida, sino de reflejos, de pronto un rayo de luz cae desde una abertura al centro de la habitación. Al alcanzar el centro del Polo Sur hay que volver. Reserva de fuerzas, cálculo. Ahí comenzaba lo verdadero. No sabe donde está, y como ha caído ahí. De pronto, expulsado por el aire de un cuento de Kafka, le gustaría estar desorientado, y siendo así, le bastaría con girarse o dar unos pasos para saber al menos un poco mejor donde podría ir. Pero no, está ahí, y todo es nuevo, hasta él es nuevo. 

Ojo a la niebla, se expresa demasiado.

Todo permanece junto al Tajo adormecido y somnoliento. Ojo a la niebla entonces. 

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