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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Europa

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Cómo cambió la ciudad que no visitaba desde hacía más de veinte años, y tú, en 56 años, también. Todas las cosas importantes las decimos frente a un espejo negro, en la habitación de un hotel barato. Se habla en voz alta frente al espejo –los desiertos son los parques de dios– se lo dices al espejo negro que absorbe la luz de tu aliento, entonces te traga la oscuridad del invierno. 

Apenas reconocías la ciudad a la que habías vuelto, era F. ¿Y cuántas ciudades en el mundo son F.? Ahora todas eran intercambiables, tú eres intercambiable, y tu edad, en lo que la edad te ha convertido. En Barcelona me alojé en un hotel de la cadena Ilunión, en el carrer Ausías March.

Agradecí estar en esa calle. “Qui no es trist de mas dictats no cur” Estos versos quedaron grabados hace mucho tiempo en mí. El poeta Ausías, el Ozias o Zacarías bíblico. El señor me sostiene, sus palabras le sostienen.

Fue en esa ciudad, hace más de cincuenta años, iba de la mano de mi padre, él preguntó a un señor por una calle y a cuánto estaba de nosotros, aquel señor, señalando con la mano la dirección, aseguró que no estaría a más de diez minutos a pie, desde entonces todo cambió para mí, las distancias se miden en tiempo, y el espacio con los ojos. ¿A cuánto está ahora la ciudad en la que nací? Posiblemente a menos tiempo de la que estuvo ayer. Llueve mucho, a veces nieva entre Metz y Offenbach. Todo ahora es invariablemente sencillo, el trueno en el relámpago, el instinto es veloz, el sentimiento se incrusta lentamente en el paisaje. Le escribí una postal de navidad a K. desde Lörrach.

Un hotel barato, a las orillas del Wiese, un pequeño afluente del Rin. La ventana de la habitación da a una vieja fábrica de ruedas de avión reconvertida en un centro de arte contemporáneo. El hotel lo regenta un Griego de Megara, en el Ática, nada más entrar te invita a ouzo y me pregunta por la reina Sofía.

Transcribo la postal: Aquí llega la luz antes, pero solo permanece lo último. El poema está escrito como una tormenta seca. ¿Debería ir hacia la oralidad? ¿Transitar de boca en boca, de un silencio a otro? Le di la mano y él te la tomó. Te tomó la mano con la misma mano que lo escribió. ¿Sientes la corriente? Casi siempre hay un árbol en la dehesa más propenso al rayo. Una encina ahora llena de luz de led que aleja a los pájaros. La primera iluminación debe permanecer un tiempo. Cada poema debería ir de boca en boca, de ojo en ojo, como si transmitiéramos la revelación de un Caravaggio, o un Nolde a un anciano ciego. El viajero en el que me había convertido se compró un pequeño abeto en el mercado de navidad de Eimeldingen, pensó adornarlo con papelitos de colores, y en vez de colgar bolas, dejaría huevos en las ramas, de ellos saldrían pájaros hacia la luz. Contra la ceniza del verano, la nieve del invierno. La belleza insípida, lo había imaginado a lo largo de los días que se acortan. Sobre un campo de ceniza nevaba y todo quedaba cubierto por una ligera capa blanca. Un viaje de invierno, iba de una estación a otra, estudiando y representando en un cuaderno la red de metro y de trenes de cercanías, como si se tratase del esquema de un cuadro eléctrico para un palacio que se estaba construyendo. ¿Y por qué no en K. o en B., ciudades que no dejan de cambiar, con la esperanza de que el arte sufriera de nuevo sus momentáneas y sucesivas sacudidas en una huida hacia delante? ‘Vértigo’, una exposición en Estrasburgo, la obra ¿cómo la había llamado ella? ¿Mapas subterráneos? ¿La ciudad sumergida? Desde la ventana de la habitación del hotel en Muhlhouse se veía el lago de Berges y un parque alfombrado de hojas. Todos de color pardo, el pardo no me gusta.

A las ocho de la tarde la ciudad dormía. Salí de la habitación para caminar alrededor del lago, atravesé el boulevard Charles Stoessel y me adentré en el bosque urbano. Aquejado de la soledad de Cioran, en la que esta no te enseña a estar solo, sino a ser único solo se oían mis pasos en la alfombra de hojas. Aunque era de noche, los grandes cuervos y grajos de Alsacia -nunca había visto córvidos tan grandes, o allí, más al Norte, en Westfalia, grajos de gran tamaño hinchados desde la guerra de los treinta años- planeaban insomnes hacia los grandes tilos de la avenida de Charles de Gaulle. Mientras daba la vuelta al lago, me detenía a cada poco, me quitaba los guantes para tomar algunas notas en un cuaderno de bolsillo. ¿Cómo habría cambiado el significado de su existencia de llamarse de otra manera? Por ejemplo, Arthur Neal Gunter. ¿No deberíamos tener dos nombres para esta intemperie absurda? ¿No estarías así más protegido, vivo y lleno de ti? Su insomnio era para vivir más, era un insomnio voluntario, sumaba su vida por tramos, no por instantes.

 Al intentar dominar su aprehensión, o miedo nocturno a dormir se quedaba traspuesto en los trayectos de tren, y para cuando esta “cosa” fuera publicada en el diario, él ya estaría en otro lugar, lejos de este, huyendo otro año más de la Navidad. Tú corre, vas hacia donde crees que no vas, camina despacio, vas al mismo lugar de siempre, el viento del Norte te arrastra. El lago comenzaba a helarse, me había sentado en un banco del Quai des Gigognes, en ese momento recordé que Bouwsma llamó profeta a L. Wittgenstein, y he aquí los santos, Kafka, Simone Weil y G. Trakl, no muchos más.

P.C. prefería caminar sobre lagos helados y no hacerlo por las aguas, sin duda podía, una vez le vi hacerlo, sentía placer y miedo al atravesar un lago helado a sabiendas de que este no aguantaría el peso de su cuerpo. De vuelta al hotel vio a muchos hombres desnudos al mismo tiempo haciendo una melé, entre ellos todos parecemos el mismo. Sintió que había sido condenado a copiar a lápiz la Tora. La brevedad le confiere cierto sentido enigmático a las frases, todas parecen entrecortadas por la voluntad de no decirlo todo, y ahorrarle sentido para darle una dimensión mayor. Un año cultivó solo la mitad del huerto, dejó un libro sin acabar, esperó a algo, no sabía a lo que esperaba, cada poema era testimonio de esa espera. Cuando no llegó lo que esperaba, continuó hacia adelante, pero sin seguir la dirección que estaba marcada, fue hacia allá, en esa dirección hasta el día de hoy ¿Lo ves? Unos días más tarde, en los baños de la vieja facultad de filosofía de Freiburg, vio un texto escrito en la puerta de un baño, entre otras tantas frases de WC, recogió esa.

“Sé tú, siempre tú, solo tú en ti mismo, a tu corazón le arrancas las plumas de grulla” Aquella misma tarde lo tradujo tres veces, y así, en diferentes versiones cambiaba grulla por cuervo, cuervo por grajo, y el -se “tú”- por una negativa, -siempre no seas, nunca en ti mismo, en tu corazón clavas puntas de hielo etc.- De aquellas ciudades por las que estaba condenado a pasar sin un motivo concreto, solo por el placer de vagar, de B. a P., de S. a T., pasando por pueblos Bávaros llenos de idiotas y niños vestidos de pingüinos patinando en pequeños lagos de hielo, donde se cultivan carpas, estuvo a puno de quedarse para siempre en Adelsdorf.

Hacía días que su estómago se había llenado de tornillos, y los ojos de luces. Él estaba ya dentro de una bola de cristal de nieve, y alguien la removía, así sintió la ilusión de una ventisca que le cegaba. En el café de la estación de Basilea, mientras esperaba el tren a Z. que enlazaba, en hora suiza, con el de Viena, un viajero italiano que iba a Milán le preguntó la hora de la eternidad, enseguida entablaron una larga conversación. El tipo iba vestido como un italiano de hacía sesenta años, elegantemente sobrio para atravesar la vida, como decía Alberto Serra en los días de Roma. Al principio él lo había confundió con un francés, con lo que sospechó que el italiano lo debió confundir de alguna manera con un italiano del Sur. Iba detrás de un Sebastiano del Piombo, La madonna nera, perdida en Suiza después de la segunda guerra mundial.  

El viajero le preguntó por lugares elevados, alejados, extraños y poco habitados –los desiertos son los parques de dios– Lee usted a Cioran? A veces; ¿y a Kafka? A veces, ya nadie lee, o casi nadie. El viajero llevaba solo una mochila, y dentro de ella lo imprescindible. Entre todo ese amasijo un ejemplar de 'Años de hotel, postales de la Europa de entreguerras' de Joseph Roth, que le regaló. No le gustaba llevar demasiado peso. Las maletas pequeñas, con ruedas hablan de un viaje de fin de semana en avión, entre la ciudad x y la ciudad y. Ellos son los quemadores de queroseno, ahora hay más gente en el cielo que sobre la tierra. El italiano habló de arte, era marchante en Turín y había estudiado filosofía e historia en Bolonia en los setenta. Hablaba mirando por la ventana, un hombre culto y elegante. Según él las diferencias entre el arte degenerado y el arte que se degenera para postergarse son cualitativas. El arte es solo uno, en realidad muy pocas obras alcanzan lo sublime. En poesía esto no podría ocurrir, solo a través de la aversión, o de la idiotez. Una de las pocas cosas que el arte no debería provocar es asco. Pasolini nunca lo permitió en su poesía, los excesos de su cine, en Saló y los cien días de Sodoma, son un claro ejemplo. El fascismo provoca asco vital, en ese momento el hombre se convierte en un animal que se come a otros hombres. Pasolini marcó muy bien la divisoria. En su poesía nunca hubo cine, y en su cine, jamás habitó la poesía.

El arte solo expone los tiempos, son las imágenes del alma de los tiempos. Y este es el tiempo de la basura cósmica. De pronto se pone a nevar y cuaja, la nieve nueva oculta rápidamente la nieve sucia de hace unos días. Como la nieve vamos cambiando de estado sin notarlo. Si la nieve que cubre un campo abandonado, sigue virgen después de unos días, él la siente todavía blanda mientras camina; unas cuantas hojas de roble, de color pardo, atrapadas entre unas piedras, pueden mancharla, y el orín caliente de un animal derretirla. Nuestro estado cambiante, hasta helarnos antes del deshielo. Contra el sol solo lucha la muerte. Iba hacia Viena, pero no sé porqué, días más tarde llegó a Cahorna, en Soria, donde apenas un puñado de personas, en estado latente de eternidad se disponían a celebrar la Navidad. 

Cómo cambió la ciudad que no visitaba desde hacía más de veinte años, y tú, en 56 años, también. Todas las cosas importantes las decimos frente a un espejo negro, en la habitación de un hotel barato. Se habla en voz alta frente al espejo –los desiertos son los parques de dios– se lo dices al espejo negro que absorbe la luz de tu aliento, entonces te traga la oscuridad del invierno. 

Apenas reconocías la ciudad a la que habías vuelto, era F. ¿Y cuántas ciudades en el mundo son F.? Ahora todas eran intercambiables, tú eres intercambiable, y tu edad, en lo que la edad te ha convertido. En Barcelona me alojé en un hotel de la cadena Ilunión, en el carrer Ausías March.