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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¡FELIZ 25 DE ABRIL!

En 1974, tampoco en Toledo pudimos celebrar el 14 de abril de nuestros amores heredados: para eso estaba la Brigada Político-Social de la Dictadura (¡por cierto, esa de Billy el Niño y compañía!), para impedirlo. Siempre quisieron borrar para siempre el recuerdo de la Segunda República. Consiguieron todo lo contrario: idealizarlo y cargarlo de romanticismo. Por eso, la frustración de no poder brindar por el régimen político que podía haber hecho de España un país moderno y libre se intensificaba con cada prohibición.

Pero entonces surgieron ellos, los capitanes de abril, los capitanes del pueblo de Portugal, los claveles, la más bella revolución de Europa. El 25 de abril nos llenó de orgullo como vecinos del pueblo portugués, como demócratas que veíamos cómo terminada otra dictadura europea, como románticos capaces de creer que una revolución podía hacerse con claveles en las bocachas de los fusiles, sin un tiro, sin una brizna de violencia. Nos sentimos orgullosos de ser europeos y amigos de “nuestros hermanos portugueses” con quienes compartíamos península (La balsa de piedra, Saramago).

Pero, al mismo tiempo, los acontecimientos de Portugal nos llenaban de envidia; envidia de no contar con capitanes como los portugueses, jóvenes y progresistas, dispuestos, por encima de todo, a servir a su pueblo, y a establecer una democracia que permitiera escucharlo; envidia por las libertades recién conquistadas; envidia por la posibilidad de decidir sobre el futuro del propio país.

Y el régimen de Franco, viendo las barbas de su vecino, pues palo y tente tieso, con detenciones en la Universidad Complutense de quienes se atrevieron a exhibir un clavel rojo en el ojal de la camisa, por ejemplo. Y una anécdota curiosa: en el Campamento de reclutas de Colmenar Viejo, el capitán de la Policía Militar, fascista de tomo y lomo, no encontró mejor insulto para los reclutas de los reemplazos que siguieron al 25 de abril que el de “¡portugueses, que sois unos asquerosos portugueses!”. ¡Así se las gastaban ellos!

Hoy en Toledo, y en España entera, afortunadamente, sí podemos celebrar el cuarenta aniversario de la Revolución de los Claveles, brindar por sus protagonistas, entonar el Grândola, villa morena de José Afonso; pero, eso sí, con una profunda nostalgia histórica que nos desgarra el alma y que nos hace odiar a la troika y a sus sicarios.

¡Feliz 25 de abril!

En 1974, tampoco en Toledo pudimos celebrar el 14 de abril de nuestros amores heredados: para eso estaba la Brigada Político-Social de la Dictadura (¡por cierto, esa de Billy el Niño y compañía!), para impedirlo. Siempre quisieron borrar para siempre el recuerdo de la Segunda República. Consiguieron todo lo contrario: idealizarlo y cargarlo de romanticismo. Por eso, la frustración de no poder brindar por el régimen político que podía haber hecho de España un país moderno y libre se intensificaba con cada prohibición.

Pero entonces surgieron ellos, los capitanes de abril, los capitanes del pueblo de Portugal, los claveles, la más bella revolución de Europa. El 25 de abril nos llenó de orgullo como vecinos del pueblo portugués, como demócratas que veíamos cómo terminada otra dictadura europea, como románticos capaces de creer que una revolución podía hacerse con claveles en las bocachas de los fusiles, sin un tiro, sin una brizna de violencia. Nos sentimos orgullosos de ser europeos y amigos de “nuestros hermanos portugueses” con quienes compartíamos península (La balsa de piedra, Saramago).