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Para que nos hagamos a la idea de en qué consiste la frustración podemos fijarnos en la cara de María Dolores de Cospedal cuando intentaba explicarnos la famosa indemnización en diferido, ella con la expectativa de que la creyéramos y mientras los periodistas muertos de risa. La frustración es la emoción que se siente cuando queremos que la realidad sea de una manera, pero esta se empecina en ser de otra. Con tantas malas noticias como hemos tenido estos últimos años, la sociedad ha sentido frustración no solo por sus dramas personales sino también por la situación general.
Hay dos reacciones posibles ante la frustración. En algunas personas aparece la rabia, la lucha para intentar acomodar la realidad a lo que ellos piensan que es justo, en ocasiones con movilizaciones sociales. En otras aparece la resignación, sobre todo si piensan “ya tengo suficiente con la que está cayendo” o “tengo miedo a perder lo poco que me queda”. Ninguna de las dos maneras es superior a la otra, de hecho la lucha y la resignación son compatibles: solo con una buena dosis de aceptación sobre la realidad somos realmente eficaces en nuestra lucha por cambiarla.
Vamos a poner un ejemplo extremo, una persona que se siente frustrada porque en el mundo haya millones de muertos de hambre. Tiene dos opciones, o aceptar que en este tema no hay nada que hacer y marcharse a casa a jugar con sus hijos (que es lo que decidimos la mayoría) o luchar por ello y acumular frustración hasta que acabe necesitando medicamentos contra el estrés... Hay una opción intermedia: aceptar que las situaciones injustas siempre se van a dar, pero que al menos nosotros vamos a dedicar una buena parte de nuestra vida a cambiar las cosas. Solamente las personas con buen equilibrio emocional, o con altas dosis de inconsciencia, son capaces de hacerlo. Por eso ellos deberían ser nuestros héroes, no solo Rafa Nadal.
En los últimos años, el miedo que provoca esta crisis está llevando a una parte de la sociedad a la resignación, igual que en la revolución francesa llevó a la rabia y a la guillotina. Sería importante tener un buen equilibrio entre estos dos extremos y para eso necesitamos una buena educación emocional.
Para que nos hagamos a la idea de en qué consiste la frustración podemos fijarnos en la cara de María Dolores de Cospedal cuando intentaba explicarnos la famosa indemnización en diferido, ella con la expectativa de que la creyéramos y mientras los periodistas muertos de risa. La frustración es la emoción que se siente cuando queremos que la realidad sea de una manera, pero esta se empecina en ser de otra. Con tantas malas noticias como hemos tenido estos últimos años, la sociedad ha sentido frustración no solo por sus dramas personales sino también por la situación general.
Hay dos reacciones posibles ante la frustración. En algunas personas aparece la rabia, la lucha para intentar acomodar la realidad a lo que ellos piensan que es justo, en ocasiones con movilizaciones sociales. En otras aparece la resignación, sobre todo si piensan “ya tengo suficiente con la que está cayendo” o “tengo miedo a perder lo poco que me queda”. Ninguna de las dos maneras es superior a la otra, de hecho la lucha y la resignación son compatibles: solo con una buena dosis de aceptación sobre la realidad somos realmente eficaces en nuestra lucha por cambiarla.