Castilla-La Mancha Opinión y blogs

Sobre este blog

Galdós y El Toboso

21 de junio de 2021 11:02 h

0

La literatura de Benito Pérez Galdós frecuenta muy asiduamente La Mancha. En realidad abarca lo que es hoy territorio castellanomanchego. El protagonismo, en este sentido, de la capital toledana es muy intenso. Galdós amó mucho a Toledo, pero sobre la vieja ciudadela nunca lanza un elogio tonto, aplicando extrema lucidez en la visión: “El aspecto total de Toledo es grandioso pero no risueño”. Sin dejarse engañar por las múltiples facetas de la fisonomía de la ciudad, sinceramente escribe: “Cuando penetres en la ciudad, tu primera impresión será desagradable. Perdiéndote en el laberinto de sus calles angostas, torcidas y empinadas, dirás: ¡qué población tan fea! Te sorprenderán las encrucijadas laberínticas, donde el transeúnte se pierde y, buscando una salida, se encuentra al poco rato en el mismo sitio de donde partió. Verás barrios enteros donde reina una soledad propicia a las aspiraciones fantasmagóricas.”

La referencia al mundo cervantino también es harto frecuente. El capítulo VI de la quinta novela de la primera serie de los Episodios Nacionales, ‘Napoleón en Chamartín’, remeda, amplia e irónicamente, el escrutinio que realizan el Cura y el Barbero sobre la biblioteca del loco Alonso Quijano. En él, dos clérigos y una aristócrata repasan un montón de libros de títulos absurdos, desechando radicalmente unos y haciendo encomio de otros. Expresiva viveza surtida de una elocuencia animada, sarcástica y redicha.

Una descripción canónica galdosiana de La Mancha se encuentra en el episodio nacional ‘Bailén’, cuarta novela de la primera serie, protagonizada, como en toda ella, por el joven Gabriel Araceli, quien narra: “Así atravesamos la Mancha, triste y solitario país donde el sol está en su reino y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo”. Y alude a lo que él considera una opinión general aduciendo que “es la Mancha la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del vagón, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es lo cierto”.

"Galdós halla belleza en la Mancha precisamente en la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía, que, si no distraen y suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno"

Sin embargo, Galdós halla belleza en la Mancha precisamente en “la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía, que, si no distraen y suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del pensamiento de D. Quijote no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada u ambiente espeso, D. Quijote no hubiera podido existir y había muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda.”

El libro ‘Galdós y la Mancha’, del alcarreño José Esteban, es utilísimo para saber de las concomitancias de la obra de Galdós con la Mancha. Contiene un utilísimo censo de los más de cien personajes manchegos que habitan la literatura galdosiana. José Esteban concluye su libro con el apéndice que inserta un olvidado texto de Galdós, reproduciendo unas páginas que se concibieron para ‘La Esfera’: escribir una serie de artículos sobre ciudades viejas; sólo se publicó el consagrado al Toboso. El escritor sostiene que este pueblo es célebre en todo el mundo, su fama sustentada en la gran imaginación cervantina que creó en esta aldea la patria de la amada quijotesca. Aunque es “un pueblo donde jamás ocurrió nada, históricamente hablando”.

Una especial querencia mostró siempre Galdós por El Toboso. Cuando era diputado, viajó a Quintanar de la Orden a una reunión política, y desde allí se trasladó, “en cómoda tartana de un rico hidalgo tobosino” a la cuna de Dulcinea. Así lo cuenta: “El pueblo me pareció alegre, destartalado, grandón, de una irregularidad deliciosa. Por calles que empezaban en plazoletas y concluían en recodos tortuosos, me lancé solo en busca del lugar cervantino, que es aquel donde se alza la iglesia parroquial, de maciza construcción y elevada torre, lindero entre el caserío y los campos manchegos por occidente o medio día. Por aquí entraron, al filo de la media noche, Don Quijote y Sancho viniendo de Argamasilla.” El hidalgo confundió la iglesia con el palacio de Dulcinea; al darse cuenta de la naturaleza del edificio, soltó la célebre expresión: ¡Con la iglesia hemos dado, Sancho!.

El toboseño Alejandro Miquis

En su novela ‘El doctor Centeno’, el creador canario hace aparecer preponderantemente al toboseño Alejandro Miquis, bohemio, atractivo componente de la saga; hermano del médico Augusto y del oficial de caballería Constantino, sobrino de Gaspar y Gumersindo e hijo de Pedro Miquis, “enredador como sus hermanos [Gaspar y Gumersindo] y pleitero y perito en enjuagues, además de cazurro. Era odiado por doña Isabel Godoy, tía de su mujer.”

Isabel Godoy es un gran personaje, una maniática, por no decir loca perdida, “pillada” por la cartomancia. “Entregada en cuerpo y alma –como apunta José Esteban- a la limpieza, su gran manía era el comer. En su boca no entraba alimento alguno que no hubiera aderezado ella misma.” Viviendo en Madrid, no probaba nada de la capital (“¡Ella, comer cosas de este Madrid puerquísimo!”). No comía sopa sino diariamente gachas, “preparadas según el más puro rito manchego. No las hacía de harina de trigo, sino de titos que es un guisante pequeño, y en los días grandes añadía tocino, hígado de cerdo bien machacado y siempre bastante pimienta y orégano.” Traídos por el transporte ordinario desde Quintanar, se surtía de los artículos de la zona, como “las indígenas tortas de manteca, hojaldradas con sabrosos chicharros dentro”, además del arrope y mostillo exquisitos de Miguel Esteban, el queso de Campo de Criptana y los bizcochos de Villanueva del Cardete. Las franciscanas del Toboso le enviaban almendras garrapiñadas, la selecta especialidad del quehacer de esas monjas.

Un buen conocido mío, apodado Carbonell por su gran parecido con el colega del Gran Wyoming en ‘Caiga quien caiga’, es del Toboso pero vive en Madrid. En el colegio, embromándolo, su profesor le preguntaba que de dónde era. Cuando él respondía El Toboso, el maestro decía: ¡Pero si El Toboso no existe, eso es una invención de Cervantes! Una salida no totalmente descabellada, pues muchos pobladores del planeta tendrán por seguro de que la aldea natal de Dulcinea es un lugar imaginado, como el Macondo de García Márquez. El nombre de Benito Pérez Galdós da nombre a una calle de la villa.

El Toboso es un pueblo pulcro, varias veces premiado por la limpieza de sus calles. Plagado de citas quijotescas, si se te ocurre criticarlo, una de esas leyendas te avisará: “En cada tierra su uso”. No lejos de la calle Pérez Galdós, encontramos un buen mesón: La Competencia, bonito y antiguo bar que hoy se ha convertido, en  buena parte, en una pizzería, grata y de mucha calidad. El pizzero es versátil, su nombre es Pande. En la carta exclusiva podemos apreciar el detalle de las sabrosas pizzas, desde las clásicas hasta otras más novedosas, destacando la vegetal, de discreto sabor, la de setas, de fino paladar, y la osada y educadamente bravía de rabo de toro. La muy grácil terraza de La Competencia, gracias al buen diseño de Andrés, el propietario, y su hábil padre, maestro albañil, es el sitio, agradable al máximo, para dejar transcurrir una dulce velada. 

La literatura de Benito Pérez Galdós frecuenta muy asiduamente La Mancha. En realidad abarca lo que es hoy territorio castellanomanchego. El protagonismo, en este sentido, de la capital toledana es muy intenso. Galdós amó mucho a Toledo, pero sobre la vieja ciudadela nunca lanza un elogio tonto, aplicando extrema lucidez en la visión: “El aspecto total de Toledo es grandioso pero no risueño”. Sin dejarse engañar por las múltiples facetas de la fisonomía de la ciudad, sinceramente escribe: “Cuando penetres en la ciudad, tu primera impresión será desagradable. Perdiéndote en el laberinto de sus calles angostas, torcidas y empinadas, dirás: ¡qué población tan fea! Te sorprenderán las encrucijadas laberínticas, donde el transeúnte se pierde y, buscando una salida, se encuentra al poco rato en el mismo sitio de donde partió. Verás barrios enteros donde reina una soledad propicia a las aspiraciones fantasmagóricas.”

La referencia al mundo cervantino también es harto frecuente. El capítulo VI de la quinta novela de la primera serie de los Episodios Nacionales, ‘Napoleón en Chamartín’, remeda, amplia e irónicamente, el escrutinio que realizan el Cura y el Barbero sobre la biblioteca del loco Alonso Quijano. En él, dos clérigos y una aristócrata repasan un montón de libros de títulos absurdos, desechando radicalmente unos y haciendo encomio de otros. Expresiva viveza surtida de una elocuencia animada, sarcástica y redicha.