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El galerista en Almagro Norberto Dotor, “como si tuviera 20”

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Una tarde de pinchos de tortilla y cañas en el centro de Ciudad Real, Paco Zamora me dice que habría que entrevistar a Norberto Dotor, de la Galería Fúcares de Almagro, por el 50 aniversario de la instalación. Sugiere que preparemos un artículo, un programa de radio, algo, para ir abriendo boca. Pasan meses, otro día volvemos al tema y ya nos concertamos para visitarle en los días del festival. Semanas después, llamo a Paco la tarde del viernes 26 de julio.

—Oye, Paco, que me estoy acordando de Norberto, le hacemos una visita.

—Vale, llámale y vamos esta misma tarde si quiere.

—Sí, vale, venid hoy, pero más allá de las seis, que se pase la calorina —dice Norberto—. Tomamos algo y vamos a la galería.

Cuando pasamos al interior del mítico pub de Almagro donde hemos quedado, Norberto no está pero nos aseguran que no tardará. Luego él mismo nos contará que vive enfrente. Al minuto se presenta, nos sentamos en la terraza y pedimos. Norberto conoce a todo el personal, manda callar a los voceros y habla sin escatimar críticas a las administraciones. Políticamente incorrecto, le pregunto si hablaría mejor de ellas en caso de que le hubiesen regado de subvenciones.

—No doy mi brazo a torcer. Yo soy un independiente. El deber de las administraciones es dar alas al arte. A mí me ayudaron un poco al principio, pero luego nada.

El deber de las administraciones es dar alas al arte.

Nos cuenta que se ha tirado 30 años en el comité organizador de ARCO, que se afilió al PSP de Tierno... y entre batallas (muchas) y treguas (menos) van saliendo los orígenes de este emblema del maltratado panorama regional, que por cierto en sus orígenes estuvo justo en el local de enfrente.

—La galería la fundé exactamente el 24 de octubre de 1974, o sea que va a hacer 50 años. Soy técnico de turismo, que es lo que estudié, pero era muy aficionado a la pintura y pintaba. Me fui a hacer la mili después de acabar la carrera. Mi madre tenía una tienda de comestibles de barrio: ahí, en esa ventana que ves en aquel chaflán, esa era la entrada de la tienda. Mi estudio estaba pasando el patio, y la gente preguntaría por mí o lo que fuera y ella lo iba vendiendo, no es que fuera galerista ni es el antecedente del galerismo mío. No hay antecedentes familiares, mi familia toda por parte de mi padre eran carniceros. Mi madre daba salida a la obra que dejaba en el estudio y cuando yo venía me daba el dinero. Y cuando volví del servicio militar, la mente en blanco.

Norberto dice que la galería surgió porque su interés era el arte, más que el turismo. No renunció a hacer obra, sino que de alguna manera la galería fue su obra. Y cuenta que desde el principio se levantaron suspicacias.

—Hicimos una exposición que se llamaba 'Lo kitsch' en Almagro. Antonio Ramírez, que vino por aquí, dio una conferencia, hicimos un itinerario kitsch por la comarca y mucha gente se sintió ofendida, pero ahí lo primero que pusimos fue mi retrato de comunión. Junio del 75. L

a reacción popular fue que se sentían retratados ahí, se sentían identificados, pero ahí estaba el retrato de bodas súper kitsch con la cola de mi madre hecha un remolino ahí en la parte delantera y mi padre el día de la boda y todo así. La exposición tenía tres partes, la galería era otro espacio más pequeño.

Después vinieron los años de Pepe Ortega o Miquel Barceló, que expusieron en Fúcares en momentos muy distintos de sus trayectorias, el primero ya leyenda viva, de regreso en plena Transición; y el segundo en sus comienzos, creador de su propio cartel que hoy valdrá oro. Varios de ellos pasaron por una casa que Norberto tenía preparada a tal efecto en el centro del pueblo, pequeño reducto bohemio, al estilo de las guardillas barojianas, en un entorno que todavía despertaba.

—Ortega estuvo aquí viviendo. Yo tenía una casa alquilada, porque de hoteles y de eso Almagro, cuando yo abrí la galería, estaba fatal. Entonces yo alquilé por 500 pesetas una casa estupenda en la plaza y ahí metía a los artistas. Ortega cuando viene lo meto ahí, la campaña como senador la hizo con el coche de mi cuñado, que entonces era novio de mi hermana, y con el mío, y lo teníamos que llevar por la provincia porque él no conducía. Y ahí se metió, iba y venía, pero ahí se metió al mismo tiempo Manolo Marín, que era muy amigo mío, yo entonces militaba en el PSOE. Compartieron uno arriba y otro abajo, hubo que montarles dos camas y lo mismo venía uno que venía el otro. Ahí ha dormido todo el mundo.

De Antonio López apunta que las famosas cabezas le parecen “impropias” de un artista como él. También salen a relucir Benjamín Palencia o Francisco Carretero, de quien Norberto es ferviente reivindicador.

—Tiene siete obras en el Museo del Prado, cosa que no tiene López Torres ni Antonio López García. A mí es que Carretero me parece buenísimo. Y a partir de ese momento, si tú tuvieras la obra fechada de Benjamín Palencia, la influencia de Carretero es enorme. Yo quise hacer, si me hubiesen dado permiso y presupuesto...

Y en la intención se queda la respuesta porque llegado un momento interrumpe una vecina, manteniendo ambos una charla que no tiene desperdicio.

Norberto: Hola, hasta luego.

Vecina: ¿Estás bien?

Norberto: ¿Cómo me ves tú?

Vecina: Muy bien.

Norberto: Pues ya está, luego te mando la foto que te prometí.

Vecina: ¿Has ido al médico?

Norberto: ¿A qué? ¡Me estás confundiendo!

Vecina: ¿La otra tarde no estabas en Mercadona, que estaba yo con mi hijo?

Norberto: Pero ¿quién era tu hijo?

Vecina: El médico, por aquello...

Norberto: Claro, ¿de la hernia? Sí, ¡ya estoy bien, como si tuviera 20! ¡Adiós!

Paco se ríe y Norberto pregunta.

Paco: Que nada, que me ha resultado graciosa la conversación.

Norberto: Es que es así. Yo me he venido aquí para eso, que es lo que me gusta del pueblo y como yo entendía el pueblo y como mi padre era.

Norberto Dotor, con demasiada mili (de lo suyo) en Madrid, actor de sí mismo, es un conversador ameno y comprensible, esto último especialmente grato viniendo de donde viene. En la capital mantuvo durante décadas, sendas residencia y galería (esta última entre 1987 y 2014), que vendió para retornar voluntario y orgulloso a sus orígenes. Faro en tierra escasa es su galería en Almagro, de la que un visitante comentó en internet que “la única pega es que el galerista fuma de manera indiscriminada en su interior sin respetar a las personas y la legislación vigente”.

Faro en tierra escasa es su galería en Almagro, de la que un visitante comentó en internet que "la única pega es que el galerista fuma de manera indiscriminada en su interior sin respetar a las personas y la legislación vigente".

Desde tu punto de vista, ¿esta sociedad da alas a los artistas?

Las alas se las tienen que dar las instituciones, de entrada. El espacio, el contexto, el lugar, poner en valor las cosas. Y luego la pedagogía derivada socialmente y desde los centros de enseñanza, desde la base incluso, hacerlo bien. No tiene por qué estar patrocinado por una administración: la galería también es un lugar público, abierto. La administración lo que tiene que estar es pendiente de lo que realmente tiene interés y apoyarlo.

¿Tú aún aprendes de ellos?

Es un aprendizaje constante, y una de las cosas que más me gustan es irme a sus estudios para ver cómo trabajan, qué pretenden hacer. Antes de exponerlos, yo tengo que verlos, ¡hombre, claro!, y conocerlos. Si no, puede ser qué bien queda esto, pero yo tengo que reconocerte a ti en la obra y por la obra he de reconocer al artista.

Puede ser quien sea, que si tú antes no ves cómo trabaja y esto que me has dicho no lo expones. ¿Eso es una condición tuya?

No, no, es una condición de cualquier galerista que quiera hacer las cosas bien.

No te vale que llegue con prestigio o con que “este es muy famoso”.

No, no, no, porque tengo que meterme yo dentro del espíritu de su obra y comprometerme y me tengo que vincular y si no pues no lo expongo, porque yo las exposiciones sobre todo las hacía para mí. Para el público porque se abren a él, evidentemente, muchas veces se hacen visitas guiadas en la galería y tal, pero las exposiciones eran para mi aprendizaje, era como hacer una colección: cuando hay un buen coleccionista, lo que aprende es con la práctica diaria de la observación de la obra y el conocimiento personal del creador, y de la dimensión de esa obra, cómo se ubica en la evolución y en los antecedentes de la propia obra. Y

o para poder trabajar con un artista me he de creer la obra, y si me creo la obra antes he de conocer bien a la persona que la hace en sus rasgos fundamentales. A veces te has podido equivocar, pero muy pocas veces.

Una tarde de pinchos de tortilla y cañas en el centro de Ciudad Real, Paco Zamora me dice que habría que entrevistar a Norberto Dotor, de la Galería Fúcares de Almagro, por el 50 aniversario de la instalación. Sugiere que preparemos un artículo, un programa de radio, algo, para ir abriendo boca. Pasan meses, otro día volvemos al tema y ya nos concertamos para visitarle en los días del festival. Semanas después, llamo a Paco la tarde del viernes 26 de julio.

—Oye, Paco, que me estoy acordando de Norberto, le hacemos una visita.