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¿Es el señor Blesa un enfermo mental? Hasta donde nosotros sabemos no, parece una persona bien adaptada. Además es un señor con recursos económicos, en parte gracias a su gestión al frente de Caja Madrid. El hecho de que esa gestión haya tenido como consecuencia una serie de desastres sociales e individuales no le convierte en una persona con un trastorno mental. No consideramos la avaricia, el egoísmo o la corrupción como una conducta patológica. Como psicólogos dejamos de lado los juicios morales para centrarnos en la felicidad de la persona.
En la psicología clínica las personas son nuestra unidad de análisis. En la terapia, aprendemos a diferenciar la realidad de nuestra opinión sobre ella, para poder compartir la vida con los demás de una manera adaptada. En el fondo aprendemos a llevarnos mejor con nosotros mismos y con nuestro entorno, comprendernos y aceptarnos, pero también a comprometernos con cambiar aquello que es un obstáculo. Esto es lo más apasionante de la psicología y también es una de sus mayores limitaciones.
Pongamos a una persona que tiene una multinacional de la minería y que con los riesgos que asume provoca un accidente de graves consecuencias para un ecosistema. Según nuestros libros de referencia para que una persona tenga un trastorno mental debe sentir un malestar significativo, o un deterioro en su nivel de actividad o en las relaciones sociales. Así que, en el caso de que este señor dedicado a la minería se vaya de vacaciones tan feliz a las Bahamas disfrutado con sus amigos sin sentir el más mínimo malestar, será una persona sin un trastorno mental. La terapia se realiza siempre desde lo individual o desde lo familiar, sin hacer juicios morales con el paciente, que por supuesto tiene libertad absoluta para buscar en sus propios valores la solución que considere más oportuna.
Sin embargo, el bienestar de un individuo contribuye a mejorar el clima social. Una persona que ejerce la violencia sobre su pareja, en terapia puede aumentar su autocontrol, aprender a gestionar su frustración y a compartir el poder en sus relaciones sociales. De este modo, no solamente es más feliz, sino que contribuye al bienestar de los que le rodean. Y al revés, una sociedad sana, que no promueva la corrupción ni el saqueo de los que menos tienen, hubiera evitado que los estragos de la ansiedad y la depresión llegaran a millones de personas.
Hitler tuvo una infancia horrible a juzgar por sus relaciones familiares (era azotado y atemorizado con frecuencia por su padre) así que quién sabe lo que nos hubiera ahorrado una buena intervención psicosocial a tiempo. Pero no debemos olvidar que la política, la filosofía o la sociología, están ahí para describir y en su caso trasformar la sociedad, el caldo de cultivo que fomentó su afán imperialista. Por lo tanto tienen un papel que cumplir para evitar catástrofes, guerras o crisis económicas. Hace unos años leí en una pancarta la frase: “Es insano estar adaptado a una sociedad enferma”. En respuesta a la pregunta del inicio, es posible que Blesa sea una persona sana, pero la sociedad en la que ha desarrollado su actividad profesional tiene problemas graves. Es la eterna discusión sobre si debemos fijar el foco en lo individual o lo grupal, solo que la respuesta es clara: en los dos, porque se retroalimentan mutuamente. Y esta labor debe realizarse desde varios ángulos diferentes.
¿Es el señor Blesa un enfermo mental? Hasta donde nosotros sabemos no, parece una persona bien adaptada. Además es un señor con recursos económicos, en parte gracias a su gestión al frente de Caja Madrid. El hecho de que esa gestión haya tenido como consecuencia una serie de desastres sociales e individuales no le convierte en una persona con un trastorno mental. No consideramos la avaricia, el egoísmo o la corrupción como una conducta patológica. Como psicólogos dejamos de lado los juicios morales para centrarnos en la felicidad de la persona.
En la psicología clínica las personas son nuestra unidad de análisis. En la terapia, aprendemos a diferenciar la realidad de nuestra opinión sobre ella, para poder compartir la vida con los demás de una manera adaptada. En el fondo aprendemos a llevarnos mejor con nosotros mismos y con nuestro entorno, comprendernos y aceptarnos, pero también a comprometernos con cambiar aquello que es un obstáculo. Esto es lo más apasionante de la psicología y también es una de sus mayores limitaciones.