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Hacía tanto que no veía la película de Carlos Saura 'Peppermint frappé', que creía que se había rodado en blanco y negro. Independientemente de la historia, el actor José Luis López Vázquez (Julián) enamorado de las dos Geraldine Chaplin (Ana y Elena), el film muestra uno de sus inevitables protagonistas: Cuenca, la ciudad y parte de su provincia, un antiguo balneario a la vera del río Júcar y que hoy podemos contemplar junto a la carretera que viene de Belmonte, un lugar ya muy cerca de Cuenca.
En las secuencias filmadas en la urbe capitalina, se ven claramente: las Casas Colgadas, la calle Palafox, el metálico puente de San Pablo y el Museo de Arte Abstracto Español, estamento que inauguró que Cuenca empezase a tener “marcas” artísticas, allá en el año 1966. En los planos de la película se nombra al artista Fernando Zóbel, quien llevó la colección abstracta a Cuenca, y el director se recrea en una escultura de Chillida, nombrándose a Chillida, y en el cuadro 'Brigitte Bardot', de Antonio Saura, hermano de Carlos.
A un amigo le comentaba que Fernando Zóbel está divinizado en Cuenca, a lo que él me replicaba que la gente normal en Cuenca no sabrá quién es Zóbel por el hecho de ser un artista. Yo le dije que estaba equivocado, pues a todo conquense le suena Zóbel. Cuando murió, el pueblo entero desfiló detrás del féretro hasta el Cementerio de San Isidro, donde está enterrado.
La Semana Santa, muy célebre y visitada, también es otra “marca” conquense, afianzada en la tradición, obvio, y especialmente en lo popular. Visité, en la calle Alfonso VIII, vía principal que sube al casco viejo, el Museo de Semana Santa, donde en una de sus paredes se exhibe el cuadro 'Sudario', de Antonio Saura. Los artistas modernos también colaboraban con las costumbres semanasanteras. Zóbel era cofrade de una hermandad. La articulista Mari Cruz Magdaleno me decía viendo el cuadro de Saura: “¡Cosa más fea, madre!” Tiene razón mi querida amiga. Por muy Saura que sea.
Otra gran “marca” de Cuenca es la Semana de Música Religiosa, celebrada en Semana Santa, que va por su sexagésimo primera edición, a lo que hay que añadir algún año más, contando los de la Pandemia del coronavirus. Es un festival de primera categoría. Hace unos días tuvieron lugar, por primera vez, unas jornadas, anejas a la semana musical, denominadas 'Espacio de Música y Pensamiento: El Silencio a partir de Zóbel', conmemorando el centenario del nacimiento del artista. Su marco fue la sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, interviniendo acreditados conferenciantes y músicos coordinados por el conquense Pedro Mombiedro, especialista en la andadura musical de la ciudad.
Entre los conciertos de la Semana (algunos celebrados en pueblos de la provincia: Cardenete, Arcas, Belmonte y Alarcón), uno de ellos estuvo ofrendado totalmente a Fernando Zóbel, exhibiéndose en el Auditorio un documental sobre su figura y una magna audición con obras dedicadas a su muerte, entre ellas la muy asombrosa de José Luis Turina “Exequias (In memoriam Fernando Zóbel)’.
Otro concierto muy emotivo tuvo lugar: “Las Siete Últimas Palabras de Cristo en la Cruz’, en la versión o re-composición que hizo Francisco Asenjo Barbieri de la obra del austríaco Joseph Haydn, encargada por la Catedral de Cádiz y que se tocaba en el oratorio de la Santa Cueva de la urbe gaditana, bajo pinturas de Goya. Aunque en principio Haydn la compuso para orquesta luego la arregló para cuarteto de cuerda, que fue la versión que oía Manuel de Falla siendo un niño.
Ahora en Cuenca los intérpretes de esta adaptación de Barbieri de la composición de Haydn han sido los componentes del cuarteto La Spagna, con el flautista Rafael Ruibérriz y un rapsoda de excepción pronunciando esas palabras de Cristo: mi gran amigo el poeta, escritor y periodista José Ángel García, con su perfecta voz de locutor (José Ángel García es colaborador de estas 'Palabras Clave'). Antes, este papel lo hizo el famoso actor José Luis Gómez. El concierto sonó en un sitio asimismo de excepción, el Espacio Torner, que recoge la obra del pintor Gustavo Torner en un lugar inigualablemente diseñado por el propio Torner: la antigua iglesia gótica del convento de San Pablo, hoy convertido en Parador de Turismo.
Otra activa “marca” de Cuenca: la Fundación Antonio Pérez, que recoge la vasta colección artística del entusiasta del mismo nombre, seguntino residente durante muchos años en la ciudad que lo enamoró, Cuenca, tras sus fecundas aventuras parisinas.
En el museo de la Fundación, ubicado en un extenso y laberíntico convento que fue de Carmelitas Descalzas, hay una sala dedicada al pintor toledano Rafael Canogar. En los dos primeros meses del año se expusieron ‘Los pilares de la luz’, una serie de 10 serigrafías en metacrilato, editadas, y recogidas en una suerte de maleta, por las siempre espléndidas ediciones de MENÚ, comandadas por Juan Carlos Valera, también entrando en la maleta una sustanciosa antología poética que ocupan señeros autores, desde San Juan de la Cruz, Góngora y Machado, hasta poetas del 27 y del 50, incluyendo a dos poetisas vivas: María Victoria Atencia y Chantal Maillard. Toda esta tan vistosa edición, con sus buenos veintitantos kilos, ha sido introducida por el crítico de arte Juan Manuel Bonet. La Fundación ha editado el catálogo de la exposición agrupando algunas poesías, no todas las serigrafías de Canogar y el texto de Bonet.
Las propias ediciones MENÚ, “Cuadernos de Poesía” son otra gran “marca”, ya largamente consolidada en Cuenca. Su visionario agente, Juan Carlos Valera, es uno de mis amigos íntimos, al que conozco desde hace la friolera de hace 40 años. Las primeras entregas de MENÚ eran unas revistas impresas casi a multicopista pero imbuidas de un gran arrojo, provocación y originalidad. Todos los colegas publicamos ahí. Luego Juan Carlos se dedicó a editar unos primorosos libros de artista cuyos autores eran mayormente firmas mundiales: Arrabal, Huellebeck, Kundera, Cruzeiro Seixas, próximamente Barceló... y las tiradas son, normalmente, de cuatro, cinco ejemplares.
En este sugestivo secreto se producen maravillosas creaciones. Alguna vez se expone una selección de la producción de MENÚ en alguna sala de arte o su editor publica algún catálogo de estas mágicas ediciones. A estas alturas, que vaya pensando el gran Valera en sacar un nuevo catálogo.
Hacía tanto que no veía la película de Carlos Saura 'Peppermint frappé', que creía que se había rodado en blanco y negro. Independientemente de la historia, el actor José Luis López Vázquez (Julián) enamorado de las dos Geraldine Chaplin (Ana y Elena), el film muestra uno de sus inevitables protagonistas: Cuenca, la ciudad y parte de su provincia, un antiguo balneario a la vera del río Júcar y que hoy podemos contemplar junto a la carretera que viene de Belmonte, un lugar ya muy cerca de Cuenca.
En las secuencias filmadas en la urbe capitalina, se ven claramente: las Casas Colgadas, la calle Palafox, el metálico puente de San Pablo y el Museo de Arte Abstracto Español, estamento que inauguró que Cuenca empezase a tener “marcas” artísticas, allá en el año 1966. En los planos de la película se nombra al artista Fernando Zóbel, quien llevó la colección abstracta a Cuenca, y el director se recrea en una escultura de Chillida, nombrándose a Chillida, y en el cuadro 'Brigitte Bardot', de Antonio Saura, hermano de Carlos.