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No sé si se puede precisar en qué momento de la historia de nuestra ciudad los conquenses decidimos incorporar a nuestra rutina diaria la práctica obsesivo-compulsiva de “ ver, oír y callar”.
Pero lo cierto es que nos acostumbraron hace ya tanto a creer sin rechistar en proyectos que nunca se vieron y en promesas que nunca cumplieron, que se generó la incomprensible costumbre de adoptar el silencio, como única via de supervivencia colectiva.
Afortunadamente hace ya mas de diez meses que la ciudad ha empezado a despertar. Reaccionando ante quienes, a pesar de mentirnos, ya no tienen capacidad para engañarnos.
Y aquí, debemos hacer un receso para una seria precisión, porque sin duda, mentir no es otra cosa que decir lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa, y sin embargo, engañar es dar a la mentira apariencia de verdad.
Luego la ciudad despierta si ya no cree en las mentiras que siempre creyó, y si ya no tienen, aquellos que las utilizan, capacidad alguna para engañar.
Con eso ganamos todos, “ellos” porque ya se han dado a conocer y “todos los demás” porque recuperamos en la ciudad, la capacidad para reaccionar ante el grave daño que con ese engaño, se nos causa.
¡Que no es poco!
Es cierto que este prólogo pudiera ser muy largo, pero no por ello innecesario, pues así desgranado, mas fácil nos es recordar todas y cada una de aquellas soflamas que “ya” no nos engañan.
Y así, empezó el Gobierno español, diciendo que nos cerraba la línea férrea porque Filomena había causado grandes estragos. Luego resultó que eran unos cuantos árboles los que reposaban sobre algún tramo de vía que no quisieron retirar, para aparentar mas daños de los que en verdad había.
Después de fraguar un Plan XCuenca, nos vendieron que las vías verdes que la iban a ocupar generarían una inversión en turismo incalculable, que reactivaría la vida económica de la ciudad. ¡Tan ansiado beneficio que nos iba a obnubilar! Pero olvidaron que, si de algo gozaba esta bendita provincia era del verde abundante que ellos querían aparentar.
Así hablaron del déficit que suponía mantener esa línea de comunicación terrestre, sin pararse a pensar que, siendo un servicio público, eso era una barbaridad. Pues, si hay algo al servicio público consustancial, no es precisamente su eficiencia económica, sino su disposición a satisfacer una necesidad. Que no se presume necesariamente de todos los individuos de la sociedad, sino sólo de una parte de ellos.
Y nos contaron que en Cuenca, la línera férrea no vertebraba nuestra provincia, pero a su vez que sí que lo hacía en Sigüenza y Talavera, Albacete y Ciudad Real. Y tampoco recordaban que en Cuenca, por estar gravemente despoblada, esa espina dorsal era mucho mas esencial.
También se inventaron que la escabrosa orografía no permitía a los trenes arrastrar su mercancía. Curioso cuando en Teruel la orografía es similar, y allí lo largo de la vía, están raudos a arreglar. Claro que allí a Pedro Sanchez, sí que le van a servir los apoyos que requiere, para poder continuar.
La culpa al AVE le echaron, con singular ignominia, pues nunca cumplió una función similar. Un AVE no vertebra a la sociedad, solo la hace volar, pues como todos sabemos a veces su fin, es ni siquiera parar.
Además nos informaron que la línea no se podía electrificar, porque ese coste, ni Cuenca se lo merecía, ni la gente la iba a utilizar.
Esa infamia ya nadie la pudo aguantar, porque había algo muy claro, y es que “ellos” la habían dejado matar. Durante años sufrimos que nunca fuera puNtual, que sus tiempos fueran mas largos y sus baches mas abruptos, hasta un punto descomunal. Ese abandono y esa falta de voluntad, solo tuvo por objeto, como luego comprobamos, que la querían reventar. Pero si algo teniamos claro era que soluciones había y entre ellas, la mejor, la nueva tecnología.
Hasta nos llegaron a contar que la línea mas recta entre Madrid y Valencia no pasaba por Cuenca. ¡Tremenda falsedad! Y con ello demostraron que ni siquiera sus vegüenzas, estaban dispuestos a ocultar.
Cuando vinieron desde Madrid para colarnos la canallada fue cuando apreciamos que ni tiempo, ni datos, ni razón, estaban dispuestos a otorgar. Porque la decisión estaba tomada, porque tenían prisa, porque ni siquiera había de donde sacar. No había informes, solo un 'power' que por no tener, no tenía, ni seña de identidad.
Hay algo muy turbio en todo esto, y es que ya en 2016 hubo informes que decían que los terrenos de Renfe de la ciudad, a lo que apunta esta vergüenza, para lo que ellos querían, no se pueden utilizar. Luego si nada ha cambiado y la norma sigue igual, no nos queda sino pensar que todo este oprobio, permitido por los que algo esperan alcanzar, debe servirles de algo. Sin dejarnos a aquellos que solapada y calladamente lo apoyan, a cambio de algún favor especial desde la casa consistorial de la ciudad.
Ya para finalizar, supimos que ese Plan X un premio logró alcanzar, un premio de movilidad, que con ingente bajeza la secretaria de Estado corrió a entregarse a sí misma o si no... ¿Quien se lo va a regalar? Aquella que gestionando el transporte estatal, con dudosa responsabilidad, la carretera antepone, a un recurso mundial. Y es que su hermana, colocada está en ADIF ¿Será por casualidad?
Que ni por ser centenario, ni tener valor millonario, ni por ser el futuro de esta nuestra comunidad, están dispuestos a cuidar, pues nos lo van a arrebatar.
Por ello y para no más cansar, solo hemos de recordar, lo que el maestro Juan de Mairena, por boca de mi adorado Antonio Machado en 'Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo', nos regaló: “Cuando los gitanos hablan, ya es la mentira inocente: se mienten y no se engañan”.
Así las cosas, Cuenca no lo merece y ya no la van a engañar, porque poco a poco, va naciendo lo que nadie se puede esperar, su nueva ¡incoformidad!
No sé si se puede precisar en qué momento de la historia de nuestra ciudad los conquenses decidimos incorporar a nuestra rutina diaria la práctica obsesivo-compulsiva de “ ver, oír y callar”.
Pero lo cierto es que nos acostumbraron hace ya tanto a creer sin rechistar en proyectos que nunca se vieron y en promesas que nunca cumplieron, que se generó la incomprensible costumbre de adoptar el silencio, como única via de supervivencia colectiva.