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Mirando a Mira y a la Serranía de Cuenca

Yolanda Martínez Urbina

Coordinadora de Reto Demográfico de AFAMMER —
5 de noviembre de 2024 17:22 h

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Después de pasar el puente entre los pueblos afectados de Garaballa, Landete y Mira en la provincia de Cuenca, he vivido la realidad que queda tras el caos de una catástrofe y esa parte importante donde se manifiesta la existencia de la humanidad que responde ante las necesidades de otros con sentido común y sabe organizarse y ayudarse cuando las cosas se complican.

España es un gran país cuyas divisiones territoriales no deberían existir cuando se trata de afrontar desgracias de este calibre porque lo que ocurre en cada uno de nuestros rincones, por pequeños que sean, nos afecta a todos. Si la solidaridad de las personas y organizaciones no gubernamentales es capaz de viajar más allá de las competencias territoriales que nos separan, de la gestión política dirigente se espera la misma altura para dar solución a las necesidades vitales urgentes de las personas para las que se gobierna, independientemente de la Comunidad Autónoma en la que se encuentren estas.

El hecho de una catástrofe ante todo y en primer lugar debe plantearse en términos de emergencia, ayuda y humanidad para minimizar la pérdida de vidas humanas y la destrucción material del Patrimonio de las personas y ya más tarde, cuando han ido pasando los días y la solidaridad del país ha dado un ejemplo, en potencial de reconstrucción y desarrollo que puede llegar a alcanzar un territorio tras producirse.

Es muy duro hacer esta reflexión en estos momentos, en los que aún hay familias que tienen algún atisbo de esperanza en que sus seres queridos desaparecidos sigan con vida en varios puntos de España, aunque el tiempo corra en su contra, muy difícil se hace escribir esto con el sufrimiento en carne viva y las pérdidas humanas aun latentes. Buscando encontrar un sentido a la existencia única de cada ser humano en el mundo, quizá todas las personas que han perdido la vida y ya descansan en paz, quizá su tristísima y condolida pérdida sirva para que crezca en nuestra memoria la semilla de la esperanza, la justicia, la unidad y el crecimiento para reconstruir todo lo que ha sido destruido.

La Comunidad Valenciana en lo grande y la Serranía Baja de Cuenca o Letur en lo pequeño tienen mucho en común en este momento y aunque ninguna desgracia sea comparable por la diferencia en la dimensión, forma parte del mismo daño que ha sufrido nuestro país por la misma causa.

En el Hotel Moya de Landete tomé el pulso a la hostelería de la comarca, que ha seguido dando servicio en estos días a los turistas a pesar de tener un acceso de carretera cortado por la destrucción de su puente del siglo XVII y cortes en el suministro del agua que subsanó ese mismo día el Ayuntamiento. La hostelería rural de la provincia de Cuenca siempre está presta a dar el mejor servicio y a compensar cualquier carencia.

Coincidí con un grupo de moteros procedentes de Alicante, hospedados en La Albaraca en la Ciudad Amurallada de Moya, un recomendable hospedaje ubicado sobre la intervención en la Iglesia de la Trinidad del Siglo XIII, como un heroico acto de salvar un territorio ubicado en cerro en ruinas, con castillo y en un paraje de extraordinaria belleza e incalculable valor histórico y patrimonial.

En Garaballa presencié como los jóvenes voluntarios de la Diócesis de Cuenca achicaban agua y limpiaban lodo del Santuario de Nuestra Señora de Tejeda, la Reina de las Tierras de Moya, que une a toda la comarca y a la vecina Valencia en ofrenda floral y peregrinación desde el siglo XVI. Otra joya del Patrimonio que reconoce su alcalde, Juan Palomares y el grupo de vecinos que lo protegen y preservan, me acompañó en un sentido recorrido por el daño causado, que aún mostraba la belleza nostálgica destruida en su paisaje de otoño junto al puente y las huertas arrasadas y el molino que la corriente se llevó.

Gran pueblo y gran alcalde agradecido por la colaboración de los voluntarios y vecinos, con un sentimiento de dolor por las pérdidas y daños sufridos en el Patrimonio del municipio y siempre dispuesto a poner a Garaballa en el punto de mira de proyectos que son modelo de innovación, como el sistema de riego de sus huertos, que era un modelo de buenas prácticas y que también se ha visto afectado.

Y llegué a Mira para dar el último adiós a Celsa, una mujer rural valiente que vivirá eternamente en la historia y la memoria del pueblo. La alcaldesa Miriam Lava fue quien me recondujo al Centro Social donde estaban las organizaciones. Cruz Roja liderando, junto al Ayuntamiento, el Instituto de la Mujer y grupos de voluntarias organizaban un centro logístico de apoyo a este bonito pueblo del Camino De Santiago de la Lana que ha sido devastado por la Dana.

Viví como se llenaba ese almacén social de la solidaridad que ha llegado de multitud de puntos de la provincia de Cuenca. Fuimos a ayudar a limpiar, a llevar sonrisas, abrazos, apoyo emocional, ropa y alimento. Fuimos a levantar el ánimo de las personas que se encontraban inmersas en una situación de crisis ocasionada por la brutalidad de una naturaleza descontrolada. Fuimos a recoger, a sembrar esperanza y a acompañar en un momento duro para unos pueblos que se enfrentan ahora a una situación de incertidumbre sobre lo que vendrá mañana.

Fuimos a sembrar certezas y a decirles con trabajo y solidaridad que no están solos, que nos importan, que sabemos que cualquier rincón de España existe, aunque esté en el “Quinto Pino” como reza su bar. En estos días he visto a un diputado nacional y a otros provinciales limpiando lodo en calles y garajes; a una concejal del Ayuntamiento de Cuenca de barro hasta las cejas, a una delegada regional acompañando, he pasado momentos con Protección Civil y la Guardia Civil, que hacen una labor encomiable, a un representante del Senado con botas de agua metido en el charco de la escucha de las necesidades del pueblo; he conocido al responsable de Reto Demográfico provincial dando apoyo a su vecino pueblo y a los agricultores que siempre están cuando se les necesita en los momentos difíciles.

He visto a los alcaldes de la Comarca como Marciano Turégano de Landete con el mono y la pala y a otros venidos desde San Clemente en La Mancha, a una tortuga salir del barro y encontrar a su dueña, y a las mujeres rurales del territorio con las que he repartido comidas y meriendas para endulzar la vida del pueblo de Mira, y a las que normalmente dinamizan la actividad sociocultural de las mujeres a través de la asociación AFEMI con quien me pude abrazar.

He visto hasta una tortuga salir del barro y volver con su dueña, a las chicas jóvenes de Mira, el futuro del pueblo que estudia bachillerato, medicina y psicología, he vivido la sorpresa de cumpleaños al cura en el centro social junto a la amplia participación de los jóvenes cristianos y las Carmelitas, espirituales y activas, en las labores de limpieza.

He visto tantas personas, instituciones y organizaciones comprometidas que hacen pensar que cuando vayan pasando los días y vengan las soluciones de gran calado, las políticas de reconstrucción tomarán en consideración a esta comarca, que ya de por sí se estaba desangrando demográficamente.

La Serranía Baja de Cuenca existe y no está sola, camina como la tortuga que salió del barro, pero sigue viva y saldrá adelante con la ayuda económica de tantas alianzas como hagan falta, que estén a la altura y sean capaces de convertir una desgracia en el mayor reto de desarrollo que haya de tenido nunca este territorio. Porque lo merecen y porque después de la tormenta, siempre sale el sol. Mirando a Mira, Garaballa y Landete. Es posible.

Después de pasar el puente entre los pueblos afectados de Garaballa, Landete y Mira en la provincia de Cuenca, he vivido la realidad que queda tras el caos de una catástrofe y esa parte importante donde se manifiesta la existencia de la humanidad que responde ante las necesidades de otros con sentido común y sabe organizarse y ayudarse cuando las cosas se complican.

España es un gran país cuyas divisiones territoriales no deberían existir cuando se trata de afrontar desgracias de este calibre porque lo que ocurre en cada uno de nuestros rincones, por pequeños que sean, nos afecta a todos. Si la solidaridad de las personas y organizaciones no gubernamentales es capaz de viajar más allá de las competencias territoriales que nos separan, de la gestión política dirigente se espera la misma altura para dar solución a las necesidades vitales urgentes de las personas para las que se gobierna, independientemente de la Comunidad Autónoma en la que se encuentren estas.