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Cuando un monte se quema, algo suyo se quema... Señor Conde

Entorno del Guajaraz quemado

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En Toledo hemos padecido recientemente dos incendios forestales de grandes proporciones que han devastado unas 2.000 has. de suelo de alto valor ecológico, como el valle de Guajaraz, y han puesto en riesgo zonas pobladas como Los Cigarrales, San Bernardo y Montesión, o instalaciones tan emblemáticas como Puy du Fou. Estoy hablando de los declarados en junio de 2019 y junio de 2022.

Naturalmente, cada uno de ellos fue noticia destacada en los medios durante unos días, pero pocos meses después, sorprende el escaso conocimiento de sus consecuencias por parte de la mayor parte de los ciudadanos. Es como si no fuera con nosotros. Algunos vecinos no han llegado a ver los árboles quemados a la puerta de su casa. 

Esta desafección respecto a algunos de los parajes más bellos de nuestro entorno inmediato resulta todavía más sorprendente si tenemos en cuenta que a los toledanos, en general, nos gusta disfrutar del aire libre y del paisaje. Otros espacios abiertos como la carretera del Valle o la senda de Safont suelen estar muy concurridos con paseantes, ciclistas y turistas, pero una parte importante de nuestro entorno es un agujero negro que nuestra mente no es capaz de reconocer como propio. Es como si no existiera. 

La situación no es nueva ni exclusiva de los toledanos. Los que tengan mi edad recordarán un lema que se hizo famoso hacia 1970: “Cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema”. En aquellos años la televisión pública (la única), nos machacaba cada verano con anuncios que incluían este lema, porque se sabía que muchos de los incendios eran fruto del desapego, las imprudencias, o directamente de las malas intenciones de algunos incendiarios, especialmente molestos contra algún tipo de explotación del territorio que, por algún motivo, les resultaba agresiva y ajena. 

Alguien con buen criterio pensó que la mejor forma de evitar los incendios era hacernos entender que el monte es cosa de todos, porque se cuida mucho más lo propio que lo ajeno, lo que se conoce que lo desconocido, y lo que se ama que lo que no se ama. De ahí el lema televisivo.

Desgraciadamente, en 1971 también se hizo famosa la frase que he elegido como título de este artículo, incluida en la portada de un libro escrito por uno de los humoristas más mordaces del tardofranquismo; “Autopista” de Jaume Perich, con la intención nada disimulada de parodiar el lema de los omnipresentes anuncios publicitarios. La parodia tuvo mucho éxito porque todos los lectores de El Perich daban por supuesto que, en realidad, el monte no era de todos, sino de unos pocos privilegiados, especialmente en los lugares en los que eran más frecuentes los incendios.

Pues bien, cincuenta años más tarde disponemos de medios e infraestructuras para luchar contra los incendios muy superiores los de entonces, pero si atendemos a las estadísticas del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, los modernos medios técnicos que pagamos entre todos no pueden evitar que, en el conjunto de España, el número de siniestros sea ahora más de cuatro veces superior al de la época de “El” Perich, y sabemos que más del 80% de los que se producen son intencionados o debidos a negligencias humanas. El cambio climático influye, pero no es suficiente para prender la mecha.

Vamos a despedir 2022 rompiendo al alza todos los registros de incendios forestales, entre otras cosas porque no hemos avanzado nada en la línea que insinuaba Jaume Perich, sino más bien al contrario, algunos “condes” arruinados han vendido sus fincas a nuevos ricos con ganas de presumir que han levantado vallas cada vez más altas para encerrar su propia egolatría. El monte se quema, entre otras cosas, porque no se puede amar lo que nos está vedado.

Los toledanos no vemos la tierra calcinada porque la mayor parte de las zonas quemadas en 2019 y 2022 están valladas y son completamente inaccesibles para cualquiera que no tenga la llave. Una de las pocas excepciones es el cauce seco del Guajaraz, que a duras penas puede transitarse mientras se mantiene sin agua si uno está dispuesto a dedicar varias horas para atravesar los restos de maleza. Los caminos públicos están cortados. El paisaje es desolador. Vallas y más vallas para “proteger” un monte calcinado.

Los propietarios tienen derecho a amojonar y aprovechar racionalmente sus fincas, pero el paisaje y los caminos públicos son de todos y el cierre absoluto del territorio no tiene ningún sentido desde un punto de vista racional. El pretexto en este caso es la caza, pero las vallas no limitan ni pueden limitar el transito de conejos, perdices o faisanes, hay muchos cotos sin vallar, y aunque las vallas fueran convenientes, siempre podrían colocarse tornos u otros accesos para peatones en los caminos. Las fincas no se están vallando para evitar que huya la caza, sino para expulsarnos a nosotros. 

Tendremos que encontrar una forma de compatibilizar el derecho de los ciudadanos a disfrutar del paisaje y el derecho de los propietarios a aprovechar sus fincas. Solo así podremos decir que el monte es de todos y conseguiremos la complicidad necesaria para mantenerlo y transmitirlo en las mejores condiciones a las generaciones futuras. 

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