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La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció el 15 de octubre como el Día Internacional de las Mujeres Rurales, con el objetivo de reconocer el significativo papel de las mujeres rurales y su contribución en la erradicación de la pobreza, el respeto a la naturaleza, la resiliencia en el desarrollo rural y agrícola, y la mejora en la seguridad alimentaria.
Conseguir la igualdad de género y empoderar a las mujeres rurales no solo es un derecho fundamental, sino también es clave en la lucha contra la pobreza, la desnutrición y el cambio climático. En este sentido, es necesario expresar mi reconocimiento y apoyo a las mujeres rurales que durante excesivo tiempo están sufriendo discriminación, violencia e, incluso, malnutrición. He tenido el privilegio de haber nacido y vivido mi infancia en un pequeño pueblo de la serranía conquense, donde fui testigo del trabajo incansable de mi madre, abuelas y vecinas. Mujeres vestidas de oscuro que sus únicos momentos de ocio eran cuidar de sus hijas e hijos o sentarse en la puerta de su casa para comentar con sus vecinas lo que ocurría en el pueblo. Prácticamente no estaban conectadas al resto del mundo, sólo conocían sus sufrimientos y trabajo, que se extendía durante casi las 24 horas del día. No tuvieron acceso a una educación en condiciones de igualdad y no pudieron ir a la escuela, casi no aprendieron a leer y escribir, pero educaron a sus descendientes en valores. Es la denominada generación de pnm (“por no molestar”). El agradecimiento que tengo a mi madre es inmenso porque gracias a ella pude ser la primera mujer del pueblo con estudios universitarios. Mis raíces están en una tierra de secano y poco productiva, y he compartido con muchas mujeres el dolor de trabajar intensamente y perder todo en un momento. Mi madre me enseñó una importante lección de vida, que cuando cuidas bien la tierra, a pesar de los desastres, siempre hay una semilla que logra sobrevivir.
Llevo años reivindicando el liderazgo femenino rural con el objetivo de que mujeres posean voz y participación en la toma de decisiones que afectan a sus vidas y comunidades. Ello les permitirá acceder en condiciones de igualdad a los recursos y oportunidades que se les ha negado como la educación, ejercer sus derechos, la formación y el acceso a financiamiento.
Urge cambiar el paradigma y reconocer que las mujeres rurales son sostenedoras de la naturaleza para nuestro futuro colectivo. Debemos favorecer su compromiso como protectoras del medio ambiente y su labor crucial como proveedoras de alimentos. Por ello, es fundamental un PACTO RURAL-URBANO que garantice la IGUALDAD DE DERECHOS de las mujeres. Es preciso que reivindiquemos su participación en la toma de decisiones dentro de sus comunidades y luchemos por unas zonas rurales en las que puedan disfrutar de las mismas oportunidades que los hombres.
Las mujeres rurales son la cuarta parte de la población mundial y deben participar en la construcción de un mundo mejor y en la reconstrucción de un sistema alimentario sostenible. Si las mujeres tuvieran el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, el rendimiento agrícola podría aumentar entre un 20% y un 30%, por lo que alimentarían a entre 100 y 150 millones de personas más.
Debemos trabajar para ayudar a las mujeres y niñas rurales de todo el mundo a fortalecer su resiliencia, fomentar la conciliación y la corresponsabilidad en los hogares, y desarrollar sus habilidades y capacidades de liderazgo. Se está avanzando, pero queda mucho camino por recorrer para conseguir la igualdad. Son ellas las que aseguran la mitad del sustento alimenticio planetario y las que custodian el medio ambiente y la biodiversidad. Como agricultoras han aprendido a hacer frente al cambio climático y adaptarse a él, por ejemplo, practicando una agricultura sostenible, cambiando al uso de semillas resistentes a la sequía o liderando iniciativas de reforestación y recuperación.
Sin embargo, siguen sin ejercer el mismo poder que los hombres, ganan menos dinero y sufren más violencia y discriminación, especialmente las mujeres mayores. Es fundamental acabar con la soledad no deseada, y visibilizar y erradicar la violencia machista que padecen. Además, es preciso seguir impulsando el emprendimiento y el empleo de la mujer rural, su implicación efectiva en las cooperativas y organizaciones agrarias y su acción contra el cambio climático.
En resumen, debemos luchar para que las mujeres rurales puedan disfrutar de una vida digna en condiciones de igual, sin la soledad que conlleva vivir en la España vaciada, sin violencia ni maltrato, y con las mismas condiciones que cualquier otra persona. Solo así construiremos un mundo más justo, que valores y respete el mundo rural y a las mujeres que lo sostienen.
La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció el 15 de octubre como el Día Internacional de las Mujeres Rurales, con el objetivo de reconocer el significativo papel de las mujeres rurales y su contribución en la erradicación de la pobreza, el respeto a la naturaleza, la resiliencia en el desarrollo rural y agrícola, y la mejora en la seguridad alimentaria.
Conseguir la igualdad de género y empoderar a las mujeres rurales no solo es un derecho fundamental, sino también es clave en la lucha contra la pobreza, la desnutrición y el cambio climático. En este sentido, es necesario expresar mi reconocimiento y apoyo a las mujeres rurales que durante excesivo tiempo están sufriendo discriminación, violencia e, incluso, malnutrición. He tenido el privilegio de haber nacido y vivido mi infancia en un pequeño pueblo de la serranía conquense, donde fui testigo del trabajo incansable de mi madre, abuelas y vecinas. Mujeres vestidas de oscuro que sus únicos momentos de ocio eran cuidar de sus hijas e hijos o sentarse en la puerta de su casa para comentar con sus vecinas lo que ocurría en el pueblo. Prácticamente no estaban conectadas al resto del mundo, sólo conocían sus sufrimientos y trabajo, que se extendía durante casi las 24 horas del día. No tuvieron acceso a una educación en condiciones de igualdad y no pudieron ir a la escuela, casi no aprendieron a leer y escribir, pero educaron a sus descendientes en valores. Es la denominada generación de pnm (“por no molestar”). El agradecimiento que tengo a mi madre es inmenso porque gracias a ella pude ser la primera mujer del pueblo con estudios universitarios. Mis raíces están en una tierra de secano y poco productiva, y he compartido con muchas mujeres el dolor de trabajar intensamente y perder todo en un momento. Mi madre me enseñó una importante lección de vida, que cuando cuidas bien la tierra, a pesar de los desastres, siempre hay una semilla que logra sobrevivir.