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Que el Quijote es un libro de humanidades pocos lo dudan. También muchos conocen que en él se contienen principios básicos de ética y de comportamiento.
No tantos comprenden que de la amplia experiencia de Miguel de Cervantes, cuya azarosa vida estuvo repleta de dificultades (entre las que hubo un periodo de varios años como soldado –siendo participe en Lepanto de la mayor batalla naval de la historia-, otros cinco años más como cautivo en Argel, más los años que desempeñó como comisario de abastos para la Armada y recaudador de alcabalas del rey), fueran las causantes de hacerle experimentar diferentes situaciones y recorrer infinidad de caminos, dormir en numerosas ventas y contactar con todo tipo de gente que por su curiosidad y siempre disposición a escuchar, llenaron su cabeza de historias y de experiencias vividas por otros que junto con las propias componen un acervo inabarcable.
Por eso se dice que el Quijote es un compendio de vida, que en él están retratadas fielmente todas las personalidades y vicios humanos contra los que lucha sin descanso la virtud del caballero don Quijote.
Además, son múltiples la disciplinas que la pluma de Cervantes explora: la música, la literatura, la astronomía, la navegación, la medicina, la botánica, la educación, el amor, la gastronomía y los vinos... y hay pocos temas que se escapen al juicio crítico de nuestro universal escritor. Casi todo está en el Quijote.
Por eso me pregunté si también la Navidad estaría en el Quijote.
Y esta pregunta tiene una respuesta afirmativa. Miguel de Cervantes, que presume de conocer muy bien los ritos de la iglesia católica, no sólo conoce esta importante celebración cristiana, sino que está presente en el Quijote tanto de forma directa como aludiendo a ella y a su misterio, aunque sea de forma indirecta. Hasta un total de nueve veces se menciona en el Quijote al misterio de la Navidad.
Las más significativas están en la edición de 1605 (Primera Parte) y son en las que se plasma concreta y directamente esta celebración litúrgica.
La primera de ellas donde se refiere al alumbramiento de la Virgen María como Nacimiento con mayúsculas, dándole el significado de un nacimiento especial, en el Cap. 12, De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote, dice:
«Olvidábaseme de decir cómo Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas; tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo».
Y la segunda, en el capítulo 37, Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras, en donde el texto cita lo siguiente:
«Y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: «Gloria sea en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos fue decirles que, cuando entrasen en alguna casa, dijesen: «Paz sea en esta casa».
En ambas ocasiones se refiere a la Nochebuena y a la Navidad, el día del nacimiento del Señor, fecha crucial de la celebración cristiana en la que Dios se hizo hombre viniendo al mundo en un humilde pesebre. Particularmente bien describe en la segunda el misterio del nacimiento del Niño Dios e incluso cita textos evangélicos casi al pie de la letra.
Pero no acaba ahí Cervantes su compromiso con la fe cristiana y vuelve a referirse a la Navidad otras siete veces, aunque ya de modo indirecto y para mencionar la estrella de Belén que guio a los Reyes Magos que vinieron desde Oriente para adorar al Salvador recién nacido.
No hay que avanzar mucho en la lectura de la Primera Parte del Quijote para que salga a nuestro encuentro la primera referencia, es en el Cap. 2, Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote:
«Autores hay que dicen que la primera aventura que le vino fue la del puerto Lápice, otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aquel día y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que no a los portales (clara alusión a la estrella de Belén que encaminó a los Magos de Oriente hacia el portal de Belén), sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Dióse prisa a caminar y llegó a ella a tiempo que anochecía».
Vuelve a referirse al fenómeno meteorológico más famoso de la historia en el Cap. 43, Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros estraños acaecimientos en la venta sucedidos:
—Marinero soy de amor,
y en su piélago profundo
navego sin esperanza
de llegar a puerto alguno.
Siguiendo voy a una estrella
que desde lejos descubro,
más bella y resplandeciente
que cuantas vio Palinuro.
«Yo no sé adónde me guía,
y, así, navego confuso,
el alma a mirarla atenta,
cuidadosa y con descuido.
Recatos impertinentes,
honestidad contra el uso,
son nubes que me la encubren
cuando más verla procuro.
¡Oh clara y luciente estrella,
en cuya lumbre me apuro!
Al punto que te me encubras,
era de mi muerte el punto».
Ya en el mismo Prólogo al lector de la Segunda Parte (la edición de 1615, la que nos referiremos a partir de ahora), vuelve a aludir a la estrella de Belén:
«Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza, y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años».
Está presente de nuevo la estrella de Belén en el capítulo 16, De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero de la Mancha:
«También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo; la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama; que, siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y, habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada, y así le adornan, honran y engrandecen como las mitras a los obispos, o como las garnachas a los peritos jurisconsultos».
Y de nuevo vuelve a nombrarla de forma elíptica en el capítulo 32, De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos:
«Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa y algunos por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda pero no la honra; yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean, y, siéndolo, no soy de los enamorados viciosos sino de los platónicos continentes.
Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata, merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes».
Otra vez nombra la estrella como guía y luz a la que seguir, en el mismo capítulo 32, De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos:
—Bien parece, Sancho —respondió la duquesa—, que habéis aprendido a ser cortés en la escuela de la misma cortesía; bien parece, quiero decir, que os habéis criado a los pechos del señor don Quijote, que debe de ser la nata de los comedimientos y la flor de las ceremonias o cirimonias, como vos decís; bien haya tal señor y tal criado, el uno por norte de la andante caballería, y el otro por estrella de la escuderil fidelidad; levantaos, Sancho amigo, que yo satisfaré vuestras cortesías con hacer que el duque, mi señor, lo más presto que pudiere, os cumpla la merced prometida del gobierno.
Y para finalizar, se refiere a la estrella de Belén y la pone como ejemplo perfecto de astro cuya función es guiar viajeros, en el Cap. 61, De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto
—Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha, no el falso, no el ficticio, no el apócrifo, que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores.
Por tanto, hasta en nueve ocasiones –como ya quedó dicho- Miguel de Cervantes habla de la Navidad y lo que rodea a su celebración en el Quijote. Me resulta verdaderamente curioso que no aparezcan en toda la novela las palabras Nochebuena, Navidad, Belén, ni cometa.
Como curiosidad, sí aparecen las que ahora relaciono: ángel/les (19 veces), estrella/s (38), pastores (42), portal/les (5), villancico (1), nacimiento (12), autos (1), gloria (51) y adorar (4).
Tampoco están las palabras: incienso, ni mirra; por el contrario, sí están oro (627 veces), Dios (621), reyes (47) magos (5) y oriente (4), aunque ninguna de ellas está referida a la festividad de la Navidad como tal.
Que el Quijote es un libro de humanidades pocos lo dudan. También muchos conocen que en él se contienen principios básicos de ética y de comportamiento.
No tantos comprenden que de la amplia experiencia de Miguel de Cervantes, cuya azarosa vida estuvo repleta de dificultades (entre las que hubo un periodo de varios años como soldado –siendo participe en Lepanto de la mayor batalla naval de la historia-, otros cinco años más como cautivo en Argel, más los años que desempeñó como comisario de abastos para la Armada y recaudador de alcabalas del rey), fueran las causantes de hacerle experimentar diferentes situaciones y recorrer infinidad de caminos, dormir en numerosas ventas y contactar con todo tipo de gente que por su curiosidad y siempre disposición a escuchar, llenaron su cabeza de historias y de experiencias vividas por otros que junto con las propias componen un acervo inabarcable.