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Niebla

Estación de autobuses

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Allí, allí, allí, es la palabra que más dice el que va entre la niebla, hasta que se le vuelva indecible y terrorífica, como si en su boca hubiera una rueda girando. Llevaba tiempo recibiendo el mismo mensaje: MAD, mutually assured destruction. Es la lengua del apocalipsis. ¿Dónde está el Otto Dix de nuestra época? Sus paisajes devastados. La naturaleza en guerra contra el hombre. Su Flandes según 'Le Feu' de Henri Barbusse. Por allí Viene el Otto Dix de nuestra época. Por la calle del aire o de los ángeles.

No ves a los cazadores ni a los animales, tampoco ellos te ven. No os veis mutuamente. El olfato se va a los ojos, quien sepa oler sabrá ver un poco más. La quietud es el único movimiento. Todo permanece escondido, camuflado. Bramidos de ciervos y ladridos de realas después de una serie de disparos en el monte bajo. Pero sigue sin verse nada. Los perros huelen tu amor herido, y persiguen a tus fantasmas. Y sin ser visto continuas por el jaral hacia aquel teso que da al Uso. Los desiertos de Ristelhueber desde el cielo. Clik, Clik, clik, revelar. Algunas huellas se revelan en heridas. Paisajes para después de una guerra. Plasticidad de los lugares socavados, la erosión es arte. El lenguaje periodístico tiene sus muertos, con las bocas llenas de hierba. Tienes que recordar, recordar hasta que te asfixien los recuerdos y no quepan en ti. Te desbordan igual que aquellos e inacabables días de lluvia de tu infancia. A borbotones el agua aflora de todos los sumideros. Vacío, reik, רייק ריק, en lenguaje bíblico. Grábalo en algunas piedras de por aquí, será finalmente un lugar aún más extrañado e inhóspito. Le había arrancado ya muchos nombres al lugar. Lo innominado propicia el eco. Canetti me dijo que tenía que ver muchos hombres para estar solo, y para eso era importante que ya no le importaran mucho en ese momento. Hablamos para escondernos. Hablaba demasiado y aparecía escondido en todas partes.

El tren a T. entra en la niebla nada más dejar Torrijos, al pasar por Montearagón el bronce de las viñas, el paisaje invernal en los campos de aluvión del río. Los ocres, marrones y rojizos de la tierra dormida. Perdices mimetizadas un poco más allá del talud de las vías del tren. Entre las aficiones de los jueces está la caza, tanto la menor como la mayor. Su inclinación a lo venatorio bien vale un ensayo. ¿Qué autores lee un juez español? Fiódor Dostoyevsky debería ser una asignatura de derecho, y Crimen y castigo lectura obligatoria.

Me he obligado a irme por las ramas. En la niebla los árboles quemados del verano pasado. El negro tizón, a los pies el verde azul, todo envuelto en un gris blanquecino, nuestro aliento al hablar deprisa. Río abajo Berrocalejo, apenas a dos jornadas a pie de T. La huida es solo la inercia de la quietud. Esta fuerza es solo interna, la savia ahora va lenta. Se lo oí a Canetti: me gustaría ser de niebla para que nadie me encontrara. Lugar de desahogos. La niebla va ligada a la embriaguez de los sentidos. Hay una quietud pesada. Con “los mejores deseos es decir nada”.

Hay tanta energía en el lenguaje, ensordece tanto, chisporrotean millones de luces de leds ahora. La alegría es un animal salvaje, única e intransferible. Se lo dije en el centro comercial a un desconocido que hacía mucho que no veía. Aquí los pequeños cielos de los patios de luces. Pero como recién salido de un libro de Julien Greqc, una especie de suavidad fría, invernal, flotaba sobre la ciudad. Al final del día escribía solo palabras muertas a las que llamaba incisiones o hendiduras. Ojalá hubiera tenido tablas negras para hacerlo en vez de hojas: lar, gloria, ahogaviejas, durindasna, ochentoñal, ergullir, armún, bieldo, fruche, parva. ¿Aviva o reaviva la lumbre? Él añadía a todas las palabras el “re” como si no existiera la muerte ¿Qué hacía con los re-mordimientos de los resucitados? ¿Envilecía el lenguaje así? Luego su rechazo al 0. El 0 que abre y cierra la vida, pero hay que escribirlo “cero” con letras, para no equivocarse con la “O” Ocaso, olvido, ONG, obcecación, ojalá, y que nos llevan al “cero”. Empuja un disco de madera sobre el hielo, se desliza sin apenas resistencia. Se necesita muy poca fuerza para que se deslice ligeramente sobre la superficie helada. Ojalá se detenga lo más cerca del centro, el “cero” del centro, el “cero” de la “O”, ojo.

Los sueños son ahora basura, llevaba el carro de la compra lleno de basura. Días de niebla, siempre vuelve la niebla a esta tierra de ríos. E igual que ella dijo hace ocho años, en un libro de Canetti, tienes que hallar otra vez la niebla para poder escribir, y ella misma se le desvaneció luego en la niebla. 

Unos días antes el paso de las grullas, chillidos azules, sus formaciones, el orden supremo de las bandadas a mil pies de altura. Tienden cada año a abrir o cerrar más los ángulos, desde lo obtuso a lo agudo. Aún no sabemos leer esto. Este año ángulos más abiertos. No se nos da a leer esto. El arte de no saber, los animales se encaraman. Realizar obras sin saber, en última instancia ahí no podía entrar el lenguaje. El extrañamiento de sí mismo en la niebla le convertía en un animal salvaje. Al principio de la tarde se las oía allí arriba, en vuelo hacia las tierras de Logrosan y de la Siberia extremeña. Que nos atalanten, que atalantar sea la palabra que nos proteja del ruido y de los millones de luces de leds de estos días.

Escribe Nan Shepherd en su montaña viva: “la vista del Noroeste, desde los Braes of Abernethy, justo enfrente de este lomo rechoncho, contiene las fauces y los colmillos” Pero no todas las montañas son iguales. En algunas se puede morir fácilmente, y en otras vivir en una alegría vasta e indecible: He ahí las Villuercas devastadas, desde las navas del Campillo y la Jara baja, las cimas de cresta de gallo de la sierra de Altamira, y la forma cónica de la sagrada montaña de la Estrella. A su cima subió un día el poeta Enrique Mercado. Entre balbuceos se le oyó decir “No hay alturas que conquistar”. Piedra desmoronada. Restos de la montaña a los pies de la montaña. Casqueras de piedra gris. Todo se sobrepone a los cielos altos de esta parte del país.

Sierras y montañas vistas a media distancia, esa es la perspectiva ideal, así no pesan tanto y parecen más accesibles.

Si no hay sierras azules a lo lejos no soy feliz. Son grandes absorbentes de alegría. Imantan, hacia ellas vas para nunca llegar. Las grandes llanuras vacías del campo Arañuelo, sin continuidad, inabarcables, me desasosiegan. Por ellas vas hacia no sé sabe. El cielo es el techo de la hondura. Junto a ellas dejar el coche, abandonarlo en mitad de un páramo inhóspito. Lo vi hacer en lugares accidentados cuando era niño. Los arrojaban en punto muerto por los barrancos tras una curva. En ese punto del abandono comienza siempre una historia inenarrable: un poema.

Hay mucho que decir cuando ya se ha dicho todo: escribir el informe de la ausencia. Ese-no-hay-nada-que-decir se sostiene como la montaña imaginada en el aire. Una sierra azul, como las que llevo viendo toda mi vida, a media distancia. Te llaman, hacia ellas vas para nunca llegar. Otras veces me veo ascendiendo por la falda, la interminable pendiente del jadeo, un hablar ahogado, la fatiga. Al final una escritura vehemente, en la que ya no estoy en mitad del texto.

En un sueño me veo otra vez cruzando una sierra. Buscando “no sé qué” al otro lado, después de dejar un coche en una calle de un pueblo abandonado. Sierra Cebollera ¿Por qué ese nombre a las quebradas formas de un lugar inhóspito donde el cielo se arruga para encoger un poco esta parte del mundo?

La relación que ahora tenemos con la eternidad y los infinitos está huérfana de dioses. Solo los muertos exploran en esa aventura. Atención a sus silencios una vez que hayan llegado. Hay que oírlos, escucharlos. Parece que estamos a punto de dominarlas, y de vagar sin punto de retorno. A mayor lejanía más cerca se encuentra el regreso. Sin necesidad de comunicar nada Llegarán poemas codificados desde allí?

En la niebla alguien habla con tu voz, otro mira con tus ojos, y aquel oye con tus oídos. Solo las manos son intransferibles. Nadie puede tocar por ti. Después te encuentras con una oreja muy grande, grandísima con una sordera oceánica. Pero él, cada vez que media algo, el amor, por ejemplo, utilizaba las distancias. Al final se pierde en sí mismo, hasta que sale fuera por la boca del otro. Gracias, gracias, conocía el agradecimiento en todas las lenguas.

Niebla meona, asciende hacia los lugares altos para ver el día. De noche, desde los altos de Mejorada T. parece arder allí abajo. Resplandecen los edificios. Miles de pequeñas luces pestañean. Me desintoxico de las terminologías. Atención a lo que escuchas. El hilo musical. Le pedí de regalo para estos días “A lo largo del camino” de Julen Grecq, y si podíamos comer frugalmente los días señalados.

¿Y las palabras húmedas del invierno? ¿No se han secado? Sí, no hay largas conversaciones sobre la nada en torno al fuego. En torno a algo ya no hay nada. Jamás hemos hablado tanto para decir tan poco. En nuestro lenguaje de cementerios de coches hay inflación y grasa. Terminologías sin espíritu. Ella sale a pasear por el río envuelto en niebla con un paraguas rojo. Cruza los puentes, se olvida del mundo. En algún momento musita un poema de Amós Luria e intenta olvidar las terminologías de la ansiedad. 

Junto al río se me ocurren cosas de ríos. Un río que se separa en dos ríos para ya no volver a confluir en ningún lugar, y es a partir de entonces que hay dos nombres, el río A, y el río B ¿Serán el mismo río? Se preguntarán los que llegan al lugar donde las aguas se separan.

Solo zapatos dejados cerca del agua, en la niebla, a la orilla del río, a veces solo un zapato, no el par, a veces sin cordones, y esta suerte de encontrar lo inédito y lo único te llevaba a la de escuchar. El aire que se lleva la niebla reconstruye una historia, una vida y una existencia a través de los zapatos dejados a las orillas del gran río que nos lleva. Por otro lado, la invitación a seguir descalzos, a lo improbable, a todo lo que es improbable, incluso a lo improbable de este viaje a pie hacia “El no lugar”, y a ir descalzo, dejando tus zapatos en la orilla, y al ir desnudo.

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