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La PAC justa

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Hace unas semanas tuve la ocasión de disfrutar de una conversación pausada con un buen amigo, Joaquín Olona, que fue consejero de Agricultura de Aragón durante los ocho años en los que yo lo fui en Castilla-La Mancha. En ese período de tiempo trabajamos conjuntamente en algunas cuestiones, entre ellas la reforma de la Política Agraria Común (PAC), tanto a nivel técnico como político. Llegamos a firmar, incluso, un documento de posición común de las dos Comunidades Autónomas para la reforma mencionada. 

Queríamos una PAC distinta, con convergencia absoluta de las ayudas (ayuda igual para todos los agricultores, estuviera donde estuviera su explotación), y supresión de los derechos históricos (que favorecen a los cultivos más productivos y competitivos, perjudicando a los que tienen menos rendimientos -increíble pero cierto-, y que sirven para calcular las ayudas en función de lo que se producía en cada hectárea hace ya más de 20 años). Esta propuesta “revolucionaría”, no se aplicó en España. Se consiguieron algunos avances, pero no los suficientes para alcanzar al resto de países de la Unión Europea, donde la convergencia de las ayudas es ya plena y donde ya no se calculan las mismas en función de derechos históricos basados en los rendimientos. Aquí, nos quedamos atrás.

El otro día, conversando con el consejero Olona en el programa de radio Onda Agraria, recordé la esencia de nuestro posicionamiento. Fue escuchando a mi amigo. Lo que nosotros queríamos era que la PAC fuera más justa, aspiración que parece de puro sentido común. Para ser más justa, debe tratar a todos los agricultores por igual y no dar más ayudas a quien más capacidad de producir tiene, sino a los que más necesidad tienen de las mismas. Es sencillo de entender, aunque complejo de aplicar; esto es cierto. 

Además, la PAC debe buscar la mejora de la renta de la agricultura familiar, como prioridad frente a la rentabilidad de los grandes grupos inversores en el sector. Teníamos claro -y seguimos teniéndolo- que la PAC debe orientarse a potenciar el modelo de agricultura familiar, que es la base de nuestro sector agrario. 

Y todo ello es posible, porque se puede decidir -y ejecutar- desde la política. Así lo entendimos Olona desde Aragón y yo, desde Castilla-La Mancha. 

Después de meses de maduración de las ideas, recogí mis reflexiones en el libro “El resurgir del agro”, muchas de ellas influidas por las de mi amigo Olona.

Y llegados a este punto, sigue siendo urgente que la PAC sea más justa. Ese, que las políticas sean justas, debe ser uno de los objetivos de cualquier gobierno.

Hace unas semanas tuve la ocasión de disfrutar de una conversación pausada con un buen amigo, Joaquín Olona, que fue consejero de Agricultura de Aragón durante los ocho años en los que yo lo fui en Castilla-La Mancha. En ese período de tiempo trabajamos conjuntamente en algunas cuestiones, entre ellas la reforma de la Política Agraria Común (PAC), tanto a nivel técnico como político. Llegamos a firmar, incluso, un documento de posición común de las dos Comunidades Autónomas para la reforma mencionada. 

Queríamos una PAC distinta, con convergencia absoluta de las ayudas (ayuda igual para todos los agricultores, estuviera donde estuviera su explotación), y supresión de los derechos históricos (que favorecen a los cultivos más productivos y competitivos, perjudicando a los que tienen menos rendimientos -increíble pero cierto-, y que sirven para calcular las ayudas en función de lo que se producía en cada hectárea hace ya más de 20 años). Esta propuesta “revolucionaría”, no se aplicó en España. Se consiguieron algunos avances, pero no los suficientes para alcanzar al resto de países de la Unión Europea, donde la convergencia de las ayudas es ya plena y donde ya no se calculan las mismas en función de derechos históricos basados en los rendimientos. Aquí, nos quedamos atrás.