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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Vuelta al blanco y negro en un país cangrejo

Vivimos en un país cangrejo que camina hacia atrás, con la mirada no en el futuro si no perdida en el infinito.

Camina hacia atrás nuestra sanidad, la quieren llevar de vuelta hacia el viejo sistema de aseguramiento de las igualas médicas. La sanidad va camino de dejar de ser universal y gratuita en favor de los sistemas de aseguramiento privado, con ello se está talando un pilar básico del moderno estado social.

Viaja al pasado nuestra educación con el retorno a un modelo educativo en el que nuevamente la universidad será para unos pocos. Las tasas, las restricciones en las becas y las privatizaciones empiezan a perfilar una educación elitista como antaño. A la sazón vemos reaparecer el catecismo en las aulas, se cambia la educación en valores ciudadanos por la moralina católica y se recupera la segregación por sexos en las aulas que deja de estar prohibida para los colegios subvencionados.

Las reformas laborales nos arrastran muy atrás en el tiempo, aparecen de nuevo fenómenos de infraempleo y explotación que creíamos superados hacía ya muchos años y la patronal pide ahora la eliminación del salario mínimo, que recuérdese está fijado en 21,51 euros al día, (un sueldazo vamos).

La protección por desempleo y las pensiones tampoco han escapado a los zarpazos recortadores. No olvidamos aquel “que se jodan” que espetó a todos los desempleados de este país la diputada popular Anndrea Fabra, un “que se jodan” que persigue a los parados más allá de nuestras fronteras, porque si la persona desempleada viaja al extranjero puede perder la prestación y la tarjeta sanitaria, no por su mala cabeza si no por gentileza de la Sra. María Fátima Báñez.

Las reformas de Gallardón nos remontan aún más lejos. Por un lado la del aborto volverá a traernos los viajes a Londres de las señoras bien y los abortos clandestinos de las mujeres que no puedan pagárselo.

La otra de Gallardón es la reforma de las tasas judiciales que supone otra vuelta al pasado, significa la ruptura de la igualdad ante la justicia desde antes de entrar en los juzgados, solo quien disponga de posibles podrá pedir justicia y defender sus derechos.

Pero si hay algo preocupante es la involución que se intenta infundir en las libertades públicas, los derechos de reunión y manifestación, así como el estado policial que perfila la Ley de Seguridad Ciudadana, la “ley Fernández” ¡oh casualidad! ha encontrado en los recientes disturbios de las últimas manifestaciones las justificaciones que necesitaba. Este proyecto ha encendido todas las luces rojas incluso en el Consejo General del Poder Judicial que no duda en tacharla por unanimidad de inconstitucional.

Por cierto, tiene suerte el Ministro del Interior, que casualidades de la vida justo el día antes de la comparecencia en el congreso para explicar los hechos de Melilla, se generó el contexto adecuado con la publicación de la foto de los inmigrantes colgantes en la valla, imagen que se reprodujo en buena parte de la prensa del país, ahora parece que tal foto pudo ser filtrada oportunamente.

El chapapote de la corrupción impregna todo profundamente, es de las pocas cosas que parecen atemporales, aunque nunca hemos asistido a un nivel de generalización como el actual en el que casi todos flotan en el lodazal.

Y el problema es que ante todo esto los ciudadanos tenemos la sensación de que “no hay por dónde”, vemos a un“líder” de la oposición acorralado por sí mismo como el perro que se quiere morder la cola, a unos sindicatos cada vez más intrascendentes y a un gobierno esquivo que rehúsa las explicaciones, dando esquinazos a la prensa y por ende a los ciudadanos, ante los que ya no da la cara si no es tras el parapeto de una pantalla de plasma. Un gobierno que mueve hilos en la penumbra para que la prensa, la radio y la televisión se piensen dos veces los titulares.

Esta semana en Castilla-La Mancha el SESCAM presentó a sus trabajadores un código ético moralista y ultramontano, nos regaló con ello uno de esos vertiginosos viajes al pasado a los que me refiero al leer frases como “creemos en la existencia de una verdad también en el orden moral” o las aún mejores “evitar las malas intenciones y la acometividad en mis acciones, palabras y textos” y “respetar a mis compañeros como a mí mismo”, mandamientos más propios de una catequesis que de un servicio público.

Pero lo peor es que no es una anécdota puntual, no, ese tufo a incienso se respira por doquier, recuérdense las reiteradas apariciones de tinte ultra católico de ministros y presidentas de comunidad -léase Cospedal- fotografiados en cofradía de sotanas y crucifijos o las consabidas plegarias de estos “ministros de dios”. ¿Recuerdan a Bañez pidiendo a la virgen del Rocío que echara un capote con lo del paro y la crisis? ¿o el Ministro Fernández que concedió la medalla de oro al mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor?

Son escenas que nos transmutan a otra época la del blanco y negro en las que vemos a un país cangrejo que camina hacia atrás, en dirección al pasado mientras la realidad también se tiñe de ese blanco y negro, el de los dos rombos.

Vivimos en un país cangrejo que camina hacia atrás, con la mirada no en el futuro si no perdida en el infinito.