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Las zorras se han puesto de moda. La RAE las define como “mamífero cánido de menos de un metro de longitud, incluida la cola, de hocico alargado y orejas empinadas, pelaje de color pardo rojizo y muy espeso, especialmente en la cola, de punta blanca”.
Si alguna vez habéis paseado por el monte, es posible que os hayáis cruzado con alguna. Nosotras, el verano pasado, tuvimos la suerte de ver una mientras dábamos una vuelta por la montaña. Justo cuando nos oyó, salió corriendo y desapareció entre los pinos.
Pero hoy no venía hablar de las zorras como animal. Hoy venía hablar de las mujeres zorras. O eso es lo que nos traslada la RAE en otra acepción despectiva sobre la zorra: prostituta, meretriz, puta, furcia, ramera, fulana, pelandusca.
Desde que sonara ‘Zorra’ en el Benidorm Fest, no he podido dejar de bailarla. Su impacto es crucial porque en pocas frases se desprende un significado muy potente. Liberador.
En mayo nos llevará a Suecia y se escuchará en toda Europa. Y aunque algunos la canción les parezcan un improperio y una grosería, el lenguaje tiene gran poder y eso es lo que llega a trasmitir.
En el campo de la política es muy importante el significado y la interpretación del lenguaje. El discurso está estudiado milimétricamente, ya que se utiliza como herramienta en las campañas, tanto fuera como dentro de los mítines. Pero no solamente en la política tiene valor, en la vida diaria lo utilizamos como parte de nosotros a través de la comunicación.
El lenguaje nos esculpe y nos talla, nos construye como personas y traza una frontera normativa. Es decir, establece lo que se considera normal, lo que está bien de lo que está mal. Esto es, va más allá y se mezcla con la ética y la moral. Nos envuelve y describe lo que somos, o lo que queremos ser. El significado de las palabras construye nuestro pensamiento y según las mismas establecemos unos marcos ideológicos. Nuestras ideas.
Evidentemente, las palabras y, por ende, el lenguaje, están enmarcados en una cultura, sociedad y época. De ahí que, si alguna persona osa a salirse de ese marco que establecen las palabras, el enfrentamiento con la sociedad está servido. Y en el caso de la mitad de la población, es doblemente castigado.
El hombre tiene un significado en nuestro ideario, la mujer otro distinto. Ese ideal de unos y otras, se ha ido hilando a lo largo del tiempo y hoy sigue estando presente. Muy presente.
Las mujeres, a lo largo de nuestra vida, vivimos situaciones en las que se nos pone en cuestión y es muy común que se nos llame: “zorras”, “perras”, “lagartas” o “víboras”. Siempre de manera despectiva. Siempre como un insulto. Ese lenguaje se utiliza para etiquetar lo que se sale de lo normal y, sobre todo, representa la creencia de lo que debería o no deberíamos ser.
Somos zorras día sí y día también. Algo que no pasa en el caso de los hombres.
Somos zorras por nacimiento. Somos zorras por vivir con libertad la sexualidad. Somos zorras por salir con nuestras amistades y poder divertirnos sin nadie a nuestro lado. Somos zorras si avanzamos profesionalmente. Somos zorras día sí y día también. Algo que no pasa en el caso de los hombres.
Porque a ellos nunca se les cuestionará si han estado con muchas o pocas mujeres. Serán “solteros de oro” si deciden no emparejarse. Y no pasará nada si no quieren tener hijos. Nunca tendrán que dar explicaciones si deciden optar por su carrera profesional dejando a un lado a su familia. Tampoco habrá peros si no cuidan de la estirpe, menos aún si quieren seguir manteniendo su grupo de amistades y salir. Mientras, las mujeres, tenemos que pedir permiso hasta para ir al baño.
¿Alguna vez se han preguntado por qué a las mujeres se nos llama “zorras” y a los hombres no en situaciones semejantes? ¿Por qué las mujeres somos “putas” “lobas” o “perras”?
En la sociedad existe ese gran poder del lenguaje. Ese que etiqueta, clasifica, determina y nos atraviesa. Ese que decide, según el significado que tenga, lo que está bien visto de lo que no.
Aún seguimos dando por sentado que las mujeres y los hombres somos distintos, y por ende ciertas necesidades están bien vistas en un sexo, pero no en el otro. Ahí es cuando entra la política en juego. El propio Estado a través de la construcción de las normas, rige ciertas situaciones vitales. Rige nuestro día a día. No hace tanto tiempo que las leyes castigaban a las mujeres adúlteras, pero no a los hombres.
Lo mejor de todo y más importante es que el lenguaje muta, se reforma y se puede dar la vuelta. Es decir, apropiarse de las palabras con una connotación negativa y tomarlo como “arma” contra el propio sistema y la sociedad.
Por ejemplo, el colectivo LGTBI se adueñó de palabras como “maricón” o “marica” que durante tiempo fueron un insulto y que aún, en ciertos momentos, se utilizan para denigrar a aquellos hombres que no cumplen con el estándar masculino. Esa normatividad que ahoga también a ellos. Ya saben, los hombres no lloran.
La canción no es poesía, ninguna de Eurovisión lo es, pero si está dando de qué hablar, no solamente en España, sino también cruzando fronteras, será por algo. No sabemos si quieren lanzar un mensaje feminista, pero han conseguido que algunas nos sintamos representadas. De ahí que tenga tanto poder.
He de deciros que me siento una “zorra de postal” porque a lo largo de mi vida he tenido que lidiar con circunstancias que, seguramente si hubiese nacido hombre, no habría vivido. Por ejemplo, que me pregunten en una entrevista de trabajo cómo me voy a organizar con mi hija; si no tengo pareja, que me lancen “se te va a pasar el arroz”; he vivido momentos en los que, teniendo conocimiento sobre un tema, se me ha infravalorado o puesto en duda, me he sentido como una intrusa.
También he tenido que vivir amarrada a unas llaves cuando volvía a casa por la noche; he tenido que aguantar roces en el metro, miradas lascivas, “piropos” no deseados. Un largo repertorio de machismo que no es momento para contar.
De ahí que tome como propia la canción y quiera “gritar lo que siento a los cuatro vientos” que sí, soy una “zorra” por sentirme libre. Porque a estas alturas de la película, no nos debería dar miedo ser lo que nosotras queramos, indistintamente de lo que la gente piense y quiera etiquetarnos a través de ese lenguaje construido en sociedades misóginas. Y es que me siento más libre de lo que pudieron ser mi abuela y mi madre.
Me van a disculpar, pero estoy harta de tanta caverna. La inquisición es cosa del pasado, estamos en el siglo XXI y las vírgenes se encuentran en los templos.
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