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Una de las oraciones con doble significado en nuestro idioma es estar “en el punto de mira”. Puede expresar interés por alcanzar ese objetivo o deseo de eliminar a algo o a alguien con un disparo certero dirigido a un determinado punto. El Patrimonio cultural se ha convertido en una frase que cualquier personaje público (dígase político) emplea como muletilla que acuña para ofrecer una de las panaceas a sus oyentes, como lo son también las acuñaciones “desarrollo sostenible”, “cuestión de género” o “bienestar general”.
El problema es que hemos devaluado el contenido de la referencia en cuestión, ya que mientras decimos cuidar el patrimonio cultural estamos haciendo lo posible por arrasarlo. Es el paradigma de la desinformación por el abuso del término en la comunicación o por su utilización engañosa o por la manipulación a la que sometemos su propia esencia.
Y es que vivimos en una ciudad declarada “patrimonio de la humanidad”, con cientos de inmuebles con valor patrimonial, bienes muebles y un patrimonio inmaterial sin parangón con otros muchos lugares. Sin embargo, nuestros dirigentes políticos y administradores de lo público diseñan el crecimiento urbano de la ciudad y los usos del espacio en función de intereses económicos. Y para ello elaboran los mensajes y retuercen el lenguaje para que todos pensemos que están haciendo lo correcto.
Turismo de masas y especulación determinan la gentrificación del Casco Histórico, el crecimiento desordenado de la ciudad a través de barrios aislados entre sí y con unos modelos de hábitat que favorecen el aislamiento y la falta de vida en común y espacios de convivencia, y con ello destruyen la esencia de la ciudad.
El Toledo monumental que tanto se publicita por sus valores culturales y patrimoniales se comporta de esta forma como una urbanización más de una zona periurbana donde el desplazamiento en automóvil a las diversas actividades de consumo, de ocio o de trabajo se impone. El propio centro histórico sirve de núcleo de actividad turística y de centro de decisiones administrativas, financieras o de comunicación.
El Patrimonio cultural se convierte así en una mera excusa para que todo funcione: el uso del suelo, la movilidad o los suministros se supeditan al funcionamiento de esos mecanismos de producción y servicios. Museos, monumentos, la propia ciudad, se convierte así en un objeto más de consumo, en este caso, de masas. El propietario de uno del más exitoso parque de espectáculo de recreación histórica no pudo escoger mejor localización para su erección. Parque y ciudad histórica se confunden en un solo producto. No sabemos si con el tiempo llegarán a confundirse el uno con el otro.
Una de las oraciones con doble significado en nuestro idioma es estar “en el punto de mira”. Puede expresar interés por alcanzar ese objetivo o deseo de eliminar a algo o a alguien con un disparo certero dirigido a un determinado punto. El Patrimonio cultural se ha convertido en una frase que cualquier personaje público (dígase político) emplea como muletilla que acuña para ofrecer una de las panaceas a sus oyentes, como lo son también las acuñaciones “desarrollo sostenible”, “cuestión de género” o “bienestar general”.
El problema es que hemos devaluado el contenido de la referencia en cuestión, ya que mientras decimos cuidar el patrimonio cultural estamos haciendo lo posible por arrasarlo. Es el paradigma de la desinformación por el abuso del término en la comunicación o por su utilización engañosa o por la manipulación a la que sometemos su propia esencia.