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El pensamiento de la derecha hoy es poco original. De hecho huele a tigre.
En los casos más moderados (que en esencia y en términos históricos ya son radicales) nos remite a los postulados del siglo XIX, y sobre todo a sus métodos de explotación laboral. Como ejemplo (entre una abundancia de ellos) digamos que en los recientes tornados que arrasaron algunas zonas de Estados Unidos, las empresas priorizaron la producción (en régimen de explotación y destajo) a la seguridad de sus trabajadores, amenazando con despedir a quien abandonase el puesto, según denuncian algunos supervivientes. El resultado: un buen número de trabajadores muertos. Rancio como poco. Por no usar términos más fuertes. “Criminal” sería quizás un término más exacto.
En los casos más radicales de la ultraderecha (cuyos postulados son ya directamente un disparate), nos remite a los postulados del siglo XVIII previos a la Ilustración y la Revolución francesa. Los hay que se ponen nostálgicos y no saben en qué siglo parar. En los casos más castizos y pintorescos, un poco o un bastante faltos de juicio, nos remite al no-pensamiento con una reivindicación orgullosa de la irracionalidad, del “vivan las caenas” como tradición inmortal, y la telebasura como droga voluntaria. La cabra de la legión y ese tipo de cosas.
Ven un socialdemócrata y lo llaman “comunista”, como en tiempos del arcaico senador McCarthy. Un tramposo confeso. Les hablan de Darwin, un héroe de nuestra ciencia, y dicen “Vade retro”. Les mencionan las vacunas y afirman que es un invento nefando (de Bill Gates). Olvido acelerado de la Historia o una ignorancia avanzada de la misma, que aspira ya sin complejos a la involución y el regreso.
La originalidad y la novedad brillan en cualquier caso por su ausencia. Incluso en sus audacias más “rompedoras” y aparentemente novedosas subsiste una lógica antigua y rancia cuyos orígenes podemos rastrear hasta el medievo. Veamos un ejemplo de este caso paradójico: El hecho de que Díaz Ayuso, showman actualísima, quiera hacer de Madrid el paraíso fiscal de España y la capital simbólica del neo-separatismo troglodita, a fuer de “liberal”, es coherente con el hundimiento deliberado de la Atención Primaria como servicio público en nuestro sistema sanitario, del que Madrid es ejemplo sobresaliente. El caso es “romper” y saquear.
Y al mismo tiempo, las tentaciones negacionistas de Ayuso como musa de antivacunas y botellones (no en vano su principal aliado es VOX) son coherentes con sus ramalazos de Trump ibérica, imbuidos de insensatez epidemiológica: “los madrileños y los ricos primero”. Una fantasía medieval y alucinada en medio de una pandemia real del siglo XXI.
En resumen: todo el conjunto de esta derecha tigresa constituye una reivindicación del feudalismo, una apología de la desaparición del Estado (aunque conservando en un limbo hipostático bastante irreal nación y lengua), y la restauración de los privilegios antiguos, que distinga claramente y desde el principio a los amos de los siervos. He aquí la frescura del mensaje. En el intento de entender esta “frescura” renacida de tan tenebrosas cenizas, un misterio a resolver es porqué nuestro tiempo posmoderno es tan crédulo y desmemoriado. O porqué en medio de tanta tecnología científica como nos invade a todas las horas del día, la sugestión que causan estos orates es más potente e hipnótica que en épocas pretéritas. O de un modo definitivo y definitorio debemos respondernos a esta pregunta: ¿Por qué extraña razón ladrones consumados y delincuentes conocidos, crème de la crème según todos los estándares al uso, pueden convertirse entre nosotros fácilmente en algo así como los apóstoles de la “libertad”?
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