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Piedra sobre piedra, tierra sobre tierra: a propósito del despoblamiento rural

Gregorio López Sanz

Profesor de la UCLM —

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Cada vez quedan menos gentes en nuestros pueblos y campos. Con el fallecimiento de nuestras personas mayores, se pierde una cultura y un patrimonio milenario que nos ha permitido vivir utilizando los recursos materiales, energéticos y biológicos del entorno. Este es, para mí, el problema más grave e irreversible de la despoblación.

Si a lo anterior añadimos el hecho de que el sistema capitalista, en sus estertores finales, sigue esquilmando y destrozando el suelo, el aire y el agua por doquier, la vuelta al campo que ya debemos comenzar a la fuerza, se presenta singularmente dura.

Hemos despreciado y perdido conocimientos valiosísimos sobre cómo conseguir el sustento. Hemos gestionado la Naturaleza con exclusivos criterios de rentabilidad monetaria, transformando vergeles y montes en desiertos de monocultivos que agreden la vista y la vida.

Y a pesar de todo, toca volver al campo. Porque ya no hay más petróleo ni carbón que quemar para poder abastecer a las ciudades de todo lo necesario para la vida a través de la actual agricultura industrial intensiva que tiene sus días contados. Toca volver al campo, aunque hoy sea un medio más inhóspito que hace apenas unas décadas. Toca volver al campo porque con el colapso social y climático del capitalismo del consumismo y el despilfarro, la prioridad de las personas ya no será conseguir los últimos modelos de ropa y de aparatos electrónicos, ni viajar largas distancias en avión, ni tener varios vehículos a motor por familia: la prioridad será garantizar el acceso a la alimentación y a la vivienda, y en un paso más, a la salud y la cultura en su acepción más amplia.

Para este futuro que tendremos que inventar sobre la marcha, no tengo ninguna esperanza puesta en las políticas que puedan venir desde gobiernos y organismos internacionales, ya que éstos han estado y siguen estando al servicio del gran capital. La globalización neoliberal de las últimas décadas ha avanzado como una apisonadora gracias a que los poderes políticos de todo signo ideológico, formalmente democráticos, han asumido como propio e incuestionable el objetivo del crecimiento económico a toda costa.

En el mejor de los casos, allí donde su sensibilidad se lo permita, los ayuntamientos pueden convertirse en palancas de este cambio necesario. Pero más que en ayuntamientos creo que en ese futuro por inventar el papel fundamental lo van a jugar comunidades locales relativamente pequeñas, homogéneas y cohesionadas, formadas por personas pegadas a los diferentes territorios, con una doble tarea. Por un lado, defender su tierra de los abusos que todavía perpetra el capitalismo contra ella. Por otro, construir comunidades autogestionarias, autosuficientes y resilientes, justo lo contrario de lo que nos ofrece la globalización.

Frente a quienes piensan que los avances tecnológicos permitirán salir del callejón sin salida en que se encuentra la humanidad como consecuencia, precisamente, de una fe ciega en la tecnología al servicio de la acumulación de capital. Creo que la opción es volver hacia atrás, no a las cavernas, sino a una vida sencilla pero digna, donde el “ser” desplace al “tener”. De acuerdo con la letra de la canción de Macaco “Volver al origen no es retroceder, quizás sea andar hacia el saber”.

Y nuestras manos volverán a poner piedra sobre piedra, las mismas piedras que un día movieron las manos de quienes nos precedieron. Y volveremos a remover la tierra para que abrace semillas o para levantar muros de tapial, para comer y cobijarnos. Y todos los asentamientos humanos hoy abandonados y en ruinas, volverán a tejer la vida de las personas que vuelven con la vida que siempre quedó en ellos. Como decía la bióloga Lynn Margulis, la vida es el triunfo de la simbiosis desde hace millones de años. El capitalismo en sus fases comercial, industrial, financiera y global, en apenas cinco siglos, nos ha despistado, nos ha atontado, ofreciendo el elixir de la eterna felicidad a través de la competición a ultranza. Para repoblar los desiertos de nuestras almas, valles, montes y llanos una cosa tenemos cierta: “El capitalismo no funciona, la vida es otra cosa”.

Cada vez quedan menos gentes en nuestros pueblos y campos. Con el fallecimiento de nuestras personas mayores, se pierde una cultura y un patrimonio milenario que nos ha permitido vivir utilizando los recursos materiales, energéticos y biológicos del entorno. Este es, para mí, el problema más grave e irreversible de la despoblación.

Si a lo anterior añadimos el hecho de que el sistema capitalista, en sus estertores finales, sigue esquilmando y destrozando el suelo, el aire y el agua por doquier, la vuelta al campo que ya debemos comenzar a la fuerza, se presenta singularmente dura.