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Un poeta conquense y otro alcarreño

De izquierda a derecha, José Ángel García y Jorge Dot

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En realidad, ninguno de estos dos poetas, José Ángel García y Jorge Dot, es conquense ni alcarreño, pero los dos aprecian y se sienten unidos al bello entorno que los envuelve y que, quieran o no, lo perciban o no, es llevado a sus poéticas respectivas. 

La fusión del primero con Cuenca es larga e intensa. Nacido en Madrid, José Ángel García lleva ya muchos años residiendo en Cuenca, dando perfecta e impecable cuenta de la realidad cultural conquense. En la llamada Ciudad de las Casas Colgadas trabajó en Radio Nacional de España, y es premio regional de Periodismo; retransmitió, con su espléndida voz de locutor, durante algunas ediciones, los conciertos de la prestigiosa Semana de Música Religiosa. Ha sido director de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, continuando en la institución como académico de número. Dirige revistas conquenses, participa en el diseño de festivales literarios en la ciudad y es biógrafo de importantes artistas de Cuenca. Volcado a Cuenca, José Ángel García es una referencia incontestable con respecto a la difusión cultural de la pintoresca y creativa urbe. 

Jorge Dot es de Tudela, pero, habiendo vivido durante un tiempo sustancioso fuera de España, lleva ya años residiendo en Guadalajara. Ahora se ha trasladado a un pequeño y muy bonito pueblo alcarreño, El Olivar, frente al embalse de Entrepeñas, las Tetas de Viana, de las que habló Camilo José Cela, las imponentes torres de refrigeración de la central de Trillo, y un paisaje suave, verde y sumamente grato; Jorge Dot, en El Olivar, consume su tiempo creando tan ricamente entre vistosos muros pétreos. Ambos poetas, José Ángel y Jorge, han publicado últimos libros de poesía en una buena editorial española, Olifante, que lleva décadas triunfales arrancando desde Zaragoza.

La entrega de José Ángel García lleva por título ‘Cual en fugaz parpadeo’, y posee una hechura muy original; encomiable su osado atrevimiento. Podemos definir la poesía como un arte, junto a la música, estrictamente temporal, pues música y poesía consisten, en esencia, en hacer discurrir sonidos, o palabras, a través del tiempo, finalizando completamente su labor cuando cesa este decurso. Pero el libro de José Ángel trasciende esta mera definición, no conformándose con esa simple definición, no conformándose con que la poesía sea un acto de habla, un acto de habla especial, si se quiere. No, porque ‘Cual en fugaz parpadeo’ también es un producto no sólo temporal, sino también espacial. Un libro que se orienta a lo parcial, atisbando esa fértil parcialidad, acaecida en el espacio, toda la existencia. En él se atisba un nervio fragmentario. Al todo ayudan esas partes sin un todo, esas formas materiales, esos contornos, poblando el contenido de este tan bien preciso conjunto de poemas.

Y en este poemario sobresale sobremanera lo espacial no sólo por la disposición de los versos en el poema, al modo como lo hacía el poeta Mallarmé, sino por las instantáneas sentencias poéticas que lo nutren y que insuflan a todo el libro una poética visual. El haikú, al que este libro debe, es más espacio visual que concatenación temporal. A veces, los versos se mueven como pinceladas pictóricas (otro signo de espacialidad); así, el sol avanza “en el aura fantasmal de la mañana”. Todo vocablo va en minúsculas y las palabras se suceden sin puntuación. Ahuyentando un posible discurso, marca inequívoca de temporalidad. Hay economía (los títulos de los poemas de una sola palabra, definitorios), pero, a la vez, el conjunto se desarrolla en una gran riqueza, tanto verbal como conceptual. ‘Cual en fugaz parpadeo’ se exhibe como unas sucesivas acuarelas del mundo, describiendo minuciosa y exactamente el paisaje: “cambia de argumento el agua en cada nuevo regato”. Es seguro que esa agua sea la del río Júcar, que José Ángel ve pasar a diario.

Y lo que no aflora en la sensación, en los sentidos, está muerto, deviniendo el poema no sólo voz sonora, sino, como en las artes pláticas, buena materia: “lo que no se ve lo que no se dice lo que no se vive”. Por lo que el suceso casual de la vida cosecha productos contables, tangibles. Mas la realidad, positiva (el mundo) o negativa, tiene un lugar donde guardarse siempre: “sería bueno saber en qué armario se guardan los sueños que no soñamos”. Al cabo, el poeta sabe que la soledad, esa soledad personal, inexcusable, en el oficio de poeta es totalmente imprescindible: “jamás entreguéis a nadie vuestra soledad es lo único realmente vuestro que tenéis”. La soledad no desprecia el mundo; por el contrario, sirve para comprenderlo mejor. Siento haber tenido, por imperativa necesidad en la maquetación de la página, que transcribir los versos en prosa y no en su conformación original, sobre la que, así, la pieza compositiva, desde luego, mucho gana.

El libro de Jorge Dot se titula ‘Los prodigios del amor’, y se subtitula ‘(Amar es no morir en lo que vive)’. El prólogo es mío. De forma que no sé bien qué decir aquí que no haya dicho en ese prólogo. Jorge Dot es un poeta de publicación tardía. Sólo tiene dos libros editados; el primero, ‘Los trabajos de la muerte’, y éste último. No pude empezar a escribir el prólogo sin aventurar: “Supongo que Jorge Dot no añadirá otro título, de querer formar un políptico, a sus dos últimas entregas, quedándose en díptico, porque, en puridad, ya no se puede añadir más. Eros y Thanatos, un resumen total. La muerte tiene un tenor indiscutible. Sin embargo, el amor es un concepto más bien abstracto que se realiza bajo términos concretos. El amor es sinónimo de vida”.

Quiero referir ahora, con cierto detalle, la presentación de ‘Los prodigios del amor’ que tuvo lugar en El Olivar, pueblo de Jorge, en la mañana, una espléndida mañana lluviosa, del día 12 de octubre, Día de la Hispanidad, o del Pilar, como se prefiera. El coqueto saloncito de la Biblioteca Municipal estuvo de bote en bote; acudió, prácticamente, todo el pueblo. También unos escritores de fuera (David Foronda, José Luis de la Vega, Miguel Moreno, Abdul Carrillo, Carmen Aliaga) estábamos reunidos allí. La mesa la ocupábamos, a ambos lados José Cereijo, introductor del primer libro de Jorge Dot, y solapista del segundo, y yo, y en el centro, naturalmente, el autor. Nuestras palabras, tanto las de Pepe Cereijo como las mías, fueron amenas. Comentamos el libro y la poesía en general. Yo abordé el hecho, el “problema”, de la escritura como habla, aseverando que tanto el habla conversacional como la palabra poética, por ende literaria, tienen idéntica materia prima. Aunque hay diferencias, por supuesto. La obra literaria, si bien es habla, es un habla especial, un arte que se destaca por la capacidad combinatoria de los elementos.

Traigo una cita, al respecto, de Ernesto Cardenal: “A Santa Teresa no la entendía. No sólo no entendía sus experiencias místicas, que aun ahora no todas entiendo bien, sino que no entendía ni su español. Y es que Santa Teresa no está escribiendo el español sino que lo habla, es un lenguaje oral, es como si en aquel tiempo ya hubieran inventado la grabadora y a ella la estuvieran grabando.” La poesía de Jorge Dot, que no es conversacional, supera el habla, es canto. Si yo leí con gran interés su libro para realizar el prólogo, en el evento del que estoy hablando, en la bibliotequita afable de El Olivar, sus poemas ganaron mucho más en mi aprecio, porque varias personas leímos sus poemas. Poemas que espléndidamente se desarrollan siendo comunicados. La poesía, básica y esencialmente, es conocimiento, pero también es comunicación; dos factores, diríamos, inseparables. 

Cantar los poemas brilló sobremanera: “Cuando te dijo el sol que refulgieses / Debiste hacerle caso // Empieza a hacerse tarde // Aunque siempre nos queda / El calor brillante de los sueños / Que nos abrazan y besan / Bajo la luna inmensa de tus ojos”. El verso es la potente unidad de este libro, abanderado suntuosamente por el tema homogéneo del amor. No hay puntuación en los poemas porque es innecesaria, ya que todos los versos contienen una ceñida esticomitia, que se da cuando la unidad rítmica (muy notable en la poesía de Jorge Dot) coincide con la unidad sintáctica. Y el poderío del verso se acrecienta siempre comenzando en mayúscula, al modo cernudiano. “¿Y si el asombro del misterio / Nos elevase hasta la felicidad del amor?”. He aquí vigorosa clave de este hermético y, a la vez, abierto libro; hermético por su estructura y abierto por su mensaje.    

  

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