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A pesar de las enormes dificultades e incomprensiones, hoy en Cataluña hay un gobierno diferente, comprometido con los ciudadanos y ciudadanas catalanes, claro, pero también con el conjunto de España. Esto segundo no era así hasta ahora y supone un cambio radical frente a años de gobiernos proindependentistas, que olvidaban, además, muchas veces, la complejidad de la sociedad catalana. Una sociedad que, en pleno siglo XXI, es mucho más diversa de lo que lo ha sido nunca.
No es tiempo de aventuras en solitario. Es tiempo de cooperación y de proyectos colectivos, como el president de la Generalitat nos recuerda a menudo. Y no sólo porque la sociedad catalana, mayoritariamente, no desea la independencia y se siente tan catalana como española -así lo dice, encuesta tras encuesta, el CIS catalán-, sino que, en un contexto de globalización e interconexiones mundiales, en el que, en nuestro continente, entre todos, estamos construyendo un proyecto europeo sólido y fuerte que sirva de faro para el progreso global, nuestra única aventura debe ser esa: fortalecer la UE, derribar fronteras y no crearlas.
En la España de hoy se pueden pensar y defender todas las ideas, también las independentistas, gracias al marco democrático del que nos hemos dotado. El gobierno del PSC es un excelente ejemplo de que se puede gobernar para todos, con la mano tendida y con una visión de Cataluña como motor de España, de la que algunos han querido alejarse en los últimos años.
Lo que no se puede cuestionar es que la política ha servido para arreglar un problema
Todo esto -el Govern y su forma de hacer política, promoviendo acuerdos en una Cataluña diferente- ha sucedido gracias al compromiso e impulso directo del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Es de justicia reconocerlo.
Se podrán cuestionar los mecanismos y los acuerdos a los que se ha llegado para normalizar la situación -incluso, será necesario un debate tranquilo sobre el modelo de financiación, que sea bueno para todos y garantice la redistribución de la riqueza y nuestro sistema de protección social en todo el país-, pero lo que no se puede cuestionar es que la política ha servido para arreglar un problema. Lo que algunos intentaron resolver con la justicia o la intervención de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, el presidente lo ha resuelto con la política.
Indudablemente no todo el mundo está de acuerdo, y en un país como el nuestro a algunos les saldrá urticaria al darse cuenta de que la situación es hoy, mejor que hace unos años, y les costará reconocer el mérito del adversario político -o incluso del compañero de partido-, pero la realidad es que Cataluña empieza a andar, dentro de España sin discusión, en una nueva etapa, y que la relación entre ambas ha dejado de ser uno de los principales problemas que preocupan a los españoles.
La política está -o debe estar- para cambiar la sociedad y resolver problemas. En este caso, así ha sido. Estamos de enhorabuena.
A pesar de las enormes dificultades e incomprensiones, hoy en Cataluña hay un gobierno diferente, comprometido con los ciudadanos y ciudadanas catalanes, claro, pero también con el conjunto de España. Esto segundo no era así hasta ahora y supone un cambio radical frente a años de gobiernos proindependentistas, que olvidaban, además, muchas veces, la complejidad de la sociedad catalana. Una sociedad que, en pleno siglo XXI, es mucho más diversa de lo que lo ha sido nunca.
No es tiempo de aventuras en solitario. Es tiempo de cooperación y de proyectos colectivos, como el president de la Generalitat nos recuerda a menudo. Y no sólo porque la sociedad catalana, mayoritariamente, no desea la independencia y se siente tan catalana como española -así lo dice, encuesta tras encuesta, el CIS catalán-, sino que, en un contexto de globalización e interconexiones mundiales, en el que, en nuestro continente, entre todos, estamos construyendo un proyecto europeo sólido y fuerte que sirva de faro para el progreso global, nuestra única aventura debe ser esa: fortalecer la UE, derribar fronteras y no crearlas.