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Las previsiones del hombre del tiempo parecen haberse convertido en el único escrutinio futurológico fiable para las realidades cercanas. Lo hemos vuelto a ver en las primarias socialistas con la sorpresiva victoria de Pedro Sánchez. Los viejos gurús de la política, esa hornada de analistas, demoscópicos y tertulianos de más o menos pelo, parecen tener últimamente la misma fiabilidad en sus pronósticos que los que nos ofrece el inefable Sandro Rey. Han perdido su conexión divina o quizás su bola de cristal se quedó en algún momento sin wi-fi para conectar con la inquietud social mundana y cotidiana. Sin ella, sus pronósticos son palos de ciego y sus vaticinios mera charlatanería ante esas citas con las urnas con las que los poderes nos ofrecen al pueblo llano una estrecha rendija por la que meter a duras penas nuestra mínima dosis de democracia.
Pocas encuestas o analistas fueron capaces de pronosticar con acierto la inesperada respuesta británica en el referéndum sobre la desconexión del Reino Unido de Europa. El Brexit no parecía posible, los analistas no detectaron el grado de frustración social existente y cómo las grietas estructurales de Europa se traducían en un auténtico jirón en el mapa europeo provocando la mayor crisis política de la historia de la Unión.
Ningún analista o fabricante de encuestas podía creer tampoco ni en sus peores sueños que Donald Trump, un tipo que parecía creado para la ficción de una ciudad maldita como Gotham, pudiera alcanzar la presidencia de los Estados Unidos.Tampoco en esa ocasión fueron capaces de olfatear el humor de un electorado descreído ya de políticos al uso solo volcados en la farsa y la artimaña.
En Francia sí estuvieron más atinadas las encuestas al detectar la decepción y desilusión del pueblo galo ante los incumplimientos electorales de François Hollande. Fueron capaces de pronosticar el fulgurante ascenso de la extrema derecha y la victoria ajustada de Macron sobre Le Pen: un respiro para Europa y de paso para la ciencia demoscópica a punto de convertirse en paraciencia.
Lo ocurrido en las pasadas elecciones generales con Unidos Podemos sí fue realmente llamativo. De repente las encuestas, en lugar de medir el estado de opinión, se empeñaban en crearlo generando un clima de pavor general ante la posible irrupción de la peligrosa izquierda venezolana en el edificio de los leones. Se demostró que venían dispuestos a acabar con el sistema amamantando criaturas, paseando rastas o entregándose a apasionados besos con o sin lengua, en el hemiciclo, tal y como reflejaron con horror las crónicas de los medios conservadores como ABC, El País o 13TV, entre otros, y sus dicharacheros columnistas, curiosamente los mismos medios y columnistas que en las primarias del PSOE se posicionaron con ardor en apoyo a Susana Díaz.
La realidad social hoy es tan distinta a la conocida hasta ahora y anómala que no responde a los análisis clásicos. La sociedad de estos días se conduce a volantazos difíciles de predecir. La política ya no es lineal, ni siquiera logarítmica, es aparentemente caótica. Pero si introducimos determinadas variables y consideramos determinados factores quizás podamos entender estas convulsiones: los nuevos factores tienen elementos de hartazgo de la sociedad con un modelo de instituciones, de partidos, mensajes y retóricas que ya no son creíbles, se exige veracidad y honestidad y su enojo se expresa tirando por la tangente. Hoy la ciudadanía se siente emancipada y con capacidad de tomar decisiones aunque sean inesperadas o de efectos indeseados frente a unas cúpulas asustadas que ya no tienen crédito.
Lo de Susana Díaz ha sido una derrota “aparatosa”, porque el aparato genera desconfianza, representa lo que ya no funciona y cualquier discurso ilusionante de cambio o mirada a la izquierda se desvanece al rozarse con los personajes que le daban apoyo. Por el contrario, Pedro Sánchez representó para otros la confrontación con el ‘establishment’, aunque probablemente la perdurabilidad de su “manita de pintura roja” tenga los días contados.
Todo esto debería suponer aprendizajes y elementos para la reflexión; la gente normal, la que no proviene de las élites políticas o económicas, anhela cambios, reclama políticas auténticas y políticos verídicos. Por lo menos esto es así en una parte importante de la izquierda sociológica.
Quizás contra pronóstico la izquierda política sea capaz de entender lo que está ocurriendo en su base social al ver trasquiladas las barbas del vecino. Estos acontecimientos deberían servirles a algunos para entender lo que está en juego en este crucial momento de mutaciones sociales, económicas y tecnológicas. Quizás contra pronóstico las opciones alternativas al camino que el ‘establishment’ intenta imponer se puedan abrir paso y reconocerse entre sí para construir ese anhelado espacio de confluencia necesario para dar lugar a nueva política, capaz de devolver a la gente el control sobre los acontecimientos. Pero eso requiere valentía para cambiar de lógicas, para sumar fuerzas y para enfrentarse a las nuevas realidades con visiones nuevas.
Las previsiones del hombre del tiempo parecen haberse convertido en el único escrutinio futurológico fiable para las realidades cercanas. Lo hemos vuelto a ver en las primarias socialistas con la sorpresiva victoria de Pedro Sánchez. Los viejos gurús de la política, esa hornada de analistas, demoscópicos y tertulianos de más o menos pelo, parecen tener últimamente la misma fiabilidad en sus pronósticos que los que nos ofrece el inefable Sandro Rey. Han perdido su conexión divina o quizás su bola de cristal se quedó en algún momento sin wi-fi para conectar con la inquietud social mundana y cotidiana. Sin ella, sus pronósticos son palos de ciego y sus vaticinios mera charlatanería ante esas citas con las urnas con las que los poderes nos ofrecen al pueblo llano una estrecha rendija por la que meter a duras penas nuestra mínima dosis de democracia.
Pocas encuestas o analistas fueron capaces de pronosticar con acierto la inesperada respuesta británica en el referéndum sobre la desconexión del Reino Unido de Europa. El Brexit no parecía posible, los analistas no detectaron el grado de frustración social existente y cómo las grietas estructurales de Europa se traducían en un auténtico jirón en el mapa europeo provocando la mayor crisis política de la historia de la Unión.